“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

El Campeón del Sur | Charla sobre periodismo, pandemia, fútbol, Bilardo, literatura y otras yerbas

Comparto la entrevista que Sergio Gómez (director de la revista El Campeón del Sur) me hizo para la edición de noviembre de 2020. ¡Gracias, campeón!

José María Marcos, Carlos Salvador Bilardo y Fernando Figueras.

JOSÉ MARÍA MARCOS. El director del diario La Palabra de Ezeiza charló con El Campeón del Sur sobre la llegada al periodismo, su pasión por la literatura, su encuentro con Carlos Salvador Bilardo y hasta el pasado futbolistico en el Club Cañuelas, donde salió campeón con la Quinta División en el Torneo de AFA Temporada 1991/92. 

Por Sergio Gómez | El Campeón del Sur | Noviembre de 2020

—¿Cómo estás con esto de la pandemia? —Trabajando mucho y llevándola día a día. Por fortuna, de salud y de ánimo me encuentro bien. Son momentos muy difíciles por la presencia del Covid-19 y por la crisis económica. Tenemos que ser muy conscientes de lo sucede para tender una mano solidaria a quienes más lo necesitan, recordando siempre que nuestros seres queridos son el mayor tesoro de la vida.
—¿Cómo está hoy La Palabra de Ezeiza teniendo en cuenta tanta recesión? —Pese al contexto general, hemos podido seguir saliendo con regularidad. Eso es posible gracias a dos motivos fundamentales: uno, el grupo de trabajo; dos, los lectores y los anunciantes. Conocedores de la situación, todos hemos puesto lo mejor para seguir adelante. Carlos Condenanza, Tomás Rossini, Fernando Farías, Chela, Ricardo Salinas, José María Franchino Arnaiz(h), Elio Salmón, Patricia Faure, Juan Carlos Ramirez Leiva, Sergio Gómez, Víctor García Costa, Silvia Gallegos, Freddy Montenegro y un montón de colaboradores son esenciales para este logro. Por otra parte, nada sería posible sin los lectores y los anunciantes que nos han seguido acompañando, pese a que sus actividades se han visto afectadas. A ellos les estamos muy agradecidos por el apoyo que recibimos desde hace más de 25 años.
—¿Se hizo difícil realizar coberturas en plena cuarentena? —Fue complejo y lo sigue siendo, aun cuando haya aperturas. El espacio público está muy afectado y diversas actividades se detuvieron o funcionan de manera restringida. Semana a semana vamos evaluando cada situación. Creemos que hay que seguir trabajando para que el virus no se expanda, hasta que aparezca una cura o una vacuna.
—¿Cuánto hace que trabajás en La Palabra de Ezeiza? ¿Contanos cómo se dio tu llegada al diario? —En el 2021 voy a cumplir 30 años en el periodismo. Soy oriundo de Uribelarrea, partido de Cañuelas. En 1991 (cuando aún estaba en la secundaria) di mis primeros pasos en La Palabra de Cañuelas, un semanario creado y dirigida por Omar Alcides Blasco. Empecé en una sección que se llamaba “La columna de la juventud”, junto a un grupo de chicas y chicos. Luego me incorporé al semanario como cronista deportivo. En aquel entonces, yo jugaba en la Quinta División del Club Cañuelas. En 1994, Blasco empezó a planificar la salida de La Palabra de Ezeiza a partir de la división de Esteban Echeverría y la creación de Ezeiza. Los que originalmente comenzaron con La Palabra de Ezeiza venían a conversar con nosotros para ver cómo funcionaba un periódico local, tanto a nivel periodístico como publicitario. Tras el arranque (que nosotros acompañamos desde Cañuelas), Blasco me ofreció hacerme cargo del semanario en 1996 y en agosto de ese año empecé como secretario de redacción. En agosto de 2001 asumí la dirección.
—Además, sos escritor y ya editaste muchos libros. Contanos de esta actividad. —Mi llegada al periodismo está relacionada con mi vocación por la escritura literaria, que nunca abandoné. Paralelamente a mi desarrollo como periodista, seguí escribiendo ficciones y llevo publicados ocho libros, además de haber participado como autor en alrededor de sesenta obras colectivas. En 2010 fundé con mi hermano Carlos un sello dedicado a la literatura de terror y fantástica, llamado Muerde Muertos. Por esta actividad, suelo también dar talleres y charlas en distintas partes del país. Asimismo colaboro con la Biblioteca Pública Alfonsina Storni de Ezeiza y con distintas escuelas del distrito. Uniendo ambos mundos, desde enero de 2019 y con el impulso de Fernando Farías (alias Torosaurio), incorporamos a La Palabra de Ezeiza una sección de cuentos ambientados en Ezeiza. Se llama “Esto no está chequeado” y ya llevamos publicados casi cien relatos. Hasta el momento se han sumado: Míster Afro, Tomassini, Fernando Garriga, Jade Shung, La Campanera de San Juan, Pablo Ruocco, Elio Salmón, La Dedos Negros, Juan Carlos Ramirez Leiva, Edgardo Pietrobelli, Freddy Montenegro, María Cecilia Gilardoni, Hugo Alberto Panza y Antonella Corallo. Dado que es un espacio para la comunidad, estamos abiertos a la posibilidad de que se sumen nuevas voces.

José María Marcos en la serie Nafta Súper (2016).

—Tu actividad literaria te llevó a “convertirte” en barrabrava de Laferrere y ser parte de una serie en Space. —Esa es una anécdota muy curiosa. Un amigo escritor, Leonardo Oyola, escribió una novela titulada Kryptonita (2011), que tuvo gran éxito y fue adaptada al cine con el mismo nombre en 2015, dirigida por Nicanor Loreti. A su vez, la peli dio lugar a la serie titulada Nafta Súper, que se concretó en 2016 y se emitió por Space. La historia juega con la idea de cómo sería la vida de Superman si hubiera caído en La Matanza. Desde ese punto de partida, Oyola escribió una historia muy original, con un Superman criollo (interpretado en la pantalla por Juan Palomino), secundado por los demás personajes de la Liga de Justicia. En el cuarto capítulo de la serie de Space, un grupo de autores tuvimos el privilegio de actuar como hinchas de Laferrere, en una escena junto a Darío Lopilato, y en los créditos figuro como Hincha de Laferrere N° 1. Resultó una experiencia muy divertida.
—En 2014 publicaste un libro llamado Haikus Bilardo. Contamos de esa experiencia. —Esa travesura la iniciamos con Fernando Figueras. Gran parte de mi generación (nací en 1974) está atravesada por los mundiales de fútbol 1986 y 1990, en los que el equipo argentino salió campeón y subcampeón, respectivamente, con Diego Armando Maradona de capitán y Carlos Salvador Bilardo de técnico. El haiku es una poesía japonesa que tiene una métrica establecida de tres versos de 5, 7 y 5 sílabas. Hablando con Fernando, salió el tema de que a la estructura del haiku se la nombraba como a una formación de fútbol (5-7-5) y nos preguntamos cómo sería un haiku futbolero y en especial un haiku inspirado en el esquema 3-5-2 popularizado por Carlos Salvador Bilardo (tres defensores, cinco mediocampistas y dos delanteros). Ese charla derivó en la idea de escribir en haikus 3-5-2 los mundiales 86 y 90. El libro (ilustrado por Matías Berneman y con testimonios de más de 50 invitados) salió en febrero de 2014, antes del Mundial de Brasil 2014, donde por esas vueltas de la vida se revivió la misma final del 86 y 90 entre Argentina y Alemania, con Bilardo como asesor del seleccionado mayor dirigido por Sabella. Entre otras tantas satisfacciones, Haikus Bilardo nos permitió compartir una noche con Ricardo Bochini (ídolo de Independiente e integrante del plantel argentino de 1986), a quien le dedicamos algunos haikus en el mítico bar porteño El Faro de Villa Urquiza, convocados por el cantor de tangos Hernán Cucuza Castiello. Y tuvimos la enorme dicha de conocer al mismísimo Carlos Salvador Bilardo, quien terminó invitándonos a su programa “La Hora de Bilardo”, en Radio La Red (AM 910), y nos realizó una entrevista. Fue muy emocionante que el propio Bilardo conversara con nosotros, que humildemente le acercamos este homenaje en modo de agradecimiento a las alegrías que nos dio en ambos mundiales.

José María Marcos y Américo Caezza. Año 1991.

—Contamos sobre tu paso como jugador de Cañuelas. —En 1989 tuve mi primera experiencia en el fútbol once vistiendo la camiseta del Club Los Naranjos en la Liga de Lobos. Antes, sólo conocía el potrero, las canchas de cinco o seis jugadores de los torneos relámpago, y jugaba para un equipo uribelarrense llamado El Talita, con una camiseta blanca y verde que evocaba un antiguo club de Uribelarrea llamado Luminarias. En 1990 un compañero de secundaria que jugaba en Cañuelas me contó que estaban probando jugadores para la Quinta División del Club Cañuelas, de cara a la temporada 1991/92 de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). En aquel entonces, el técnico era Juan Iglesias (quien tuvo su paso por el Club Tristán Suárez). Fui a las pruebas en el viejo estadio de Del Carmen y Matheu, que todos conocían como “El Cajón” por lo estrecho, y quedé dentro del plantel. Jugaba de dos al estilo Pedro Monzón. Mi ídolo en Boca Juniors era Enrique Hrabina, el Vikingo, un defensor muy duro que dejaba todo en la cancha. Claramente, yo no era un jugador habilidoso, pero tenía mucha fuerza, velocidad y cierta aspereza, que en aquella época se permitía y no era mal vista ni tan sancionada como en la actualidad con la búsqueda del fair play. Tuve la suerte de jugar casi toda la temporada con la Quinta División y anotar un gol de cabeza en la cancha de Ferrocarril Urquiza, en un partido que le ganamos al local por 3 a 1. Era un equipo que jugaba muy bien, muy influenciados por el fútbol de relevo, marca y estrategia de Bilardo, y tuvimos la suerte de salir campeones. Simultáneamente, ya había empezado a colaborar con La Palabra de Cañuelas, y en 1992 (cuando cursaba el último año de la secundaria) decidí dejar el fútbol y dedicarme al trabajo y al estudio. Guardo un gran recuerdo de aquella época, además de una medalla que recibí en una fiesta que se hizo en la sede del Club Cañuelas por el campeonato obtenido dentro de AFA, con la presencia de todo el plantel, el técnico Juan Iglesias, el presidente de aquel entonces Julio Del Valle y otros dirigentes.
La Palabra siempre le dio prioridad al deporte. ¿Contanos por qué? —Creemos que el deporte es central para el desarrollo personal, y es vital para la comunidad. Por haber vivido la experiencia, sé que lo que se aprende en aquellos años nos acompaña para siempre. El periodista Carlos Condenanza (compañero de tareas en La Palabra de Ezeiza y amante de los deportes en general) ha sido clave para darle ese lugar preponderante en nuestras páginas.
—¿Con la era digital cada vez cuesta más sostener un diario impreso? —Estamos en un momento de transformación y de crisis, tanto a nivel general como del periodismo y de la industria gráfica. Se hace difícil en medio tantas incertidumbres, pero no bajamos los brazos. Hay mucha gente que aún lee en papel y nos busca en los puestos de diarios y revistas. Ya el destino nos irá indicando los pasos a seguir.

Presentando junto a sus padres el libro Historia de Uribelarrea (2015).

—Contanos de tus orígenes. Venís del pueblo de Uribelarrea. —Viví en Uribelarrea hasta los 18 cuando me fui a estudiar Periodismo a La Plata, donde me recibí de Magíster en Periodismo y Medios de Comunicación, con una tesis vinculada al rol del periodismo local. Nací en Lomas de Zamora, porque allí es donde mi vieja (docente y directora de escuela) se hacía atender por la obra social de los maestros. Mi mamá Silvia Adriana Gorostidi nació en 1945 en Cañuelas, donde están sus raíces y gran parte de su familia histórica. Mi padre Ignacio Marcos nació el 8 de octubre de 1931 en Salamanca (España) y emigró a la Argentina en 1949 en busca de un horizonte tras la Guerra Civil Española (1936-1939). Con la familia de mi padre, pese a la distancia, también seguimos muy comunicados. Silvia e Ignacio (quienes me transmitieron su amor por la historia) publicaron juntos dos libros sobre la historia de Uribelarrea, que tuve la dicha de ayudar a editar: Uribelarrea, un pueblo de puertas abiertas (2007) e Historia de Uribelarrea (2015). Para la confección del libro contamos con la colaboración de mi hermana Jorgelina, quien trabajó varios años en La Palabra de Ezeiza.
—Contanos algo más de tu familia. —Mi compañera de la vida es Raquel Buela, quien se dedica al tango y tiene dos discos solistas, además de haber realizado otros trabajos artísticos. Provengo de una familia numerosa a la vieja usanza: somos ocho hermanos y hay infinidad de sobrinas y sobrinas, quienes van armando sus vidas y pronto, seguramente, darán la noticia de nuevos integrantes. Raquel tiene dos hermanas, a través de las cuales se suman más parientes. Agradezco ser parte de una familia grande. Eso me permitió comprender desde chico la diversidad y entender que podemos llevarnos bien pensando de maneras diferentes. Aprendí una lección fundamental para el periodismo y la vida: cada persona es un mundo, y ante un mismo hecho cada uno ve y vive algo distinto.