Por José María Marcos | Especial para INSOMNIA | Noviembre de 2020
La editorial argentina Azul Francia publicó Enfermos de oscuridad (2020), de Lucas Berruezo (Buenos Aires, 1982), formado por cuatro relatos de horror contemporáneo: “Historia de amor”, “Título pendiente”, “Progenitura” y “Vagos”. En 2015, Muerde Muertos lanzó su primera novela, Los hombres malos usan sombrero (utilizada como bibliografía en distintos colegios secundarios e incluida como lectura obligatoria en el seminario que Elsa Drucaroff dictó en 2015 en la carrera de Letras de la UBA). Su segundo libro, Frente al abismo, salió en 2017 en España de la mano de Ediciones Erradícame. Muchos de sus cuentos y artículos circulan en varias antologías y revistas, tanto nacionales como internacionales. En diálogo con INSOMNIA, el autor —licenciado en Letras (UBA), docente y escritor— reflexionó sobre el origen, las influencias y el contenido de su nueva producción.
—Enfermos de oscuridad (Azul Francia, 2020) está formado por cuatro relatos. ¿Qué te llevó a agruparlos bajo este título?
—El título fue lo último que surgió, cuando el libro ya estaba listo y faltaba poco para que la editorial Azul Francia lo mandara a la imprenta. Traté de pensar en algo que agrupara las cuatro historias bajo una característica común. Primero, pensé en usar algún nombre descriptivo, que anunciara que se trataba de una compilación, algo así como Las cuatro estaciones o Las cuatro después de la medianoche de Stephen King. Se me ocurrieron algunos nombres, pero no me convenció ninguno. Entonces recordé una escena del último relato, “Vagos”, en la que Sol, la protagonista, dice que la oscuridad no se comparte, se contagia, y que ella estaba enferma de oscuridad. Me pareció, así, que Enfermos de oscuridad era un buen título, que además de surgir de una de las historias, condensaba el espíritu de las restantes.
—Al igual que en tus anteriores producciones, aparecen escritores o personas relacionadas con el mundo editorial, la escritura o el universo de las ideas. ¿Por qué esta elección?
—Básicamente, porque tiene que ver con mi propio universo. El tiempo que no dedico a mi familia, se lo dedico a la literatura, ya sea leyendo, escribiendo o dando clases. Por eso estudié Letras, para poder pasarme el día hablando de literatura y que me paguen por eso. Claro, al momento de elegir la carrera pensé que me iban a pagar más, pero bueno... La cuestión es que mi universo es un universo literario, por lo que muchas de mis historias están inmersas en esa atmósfera. Me encanta que mis personajes escriban, que hablen de libros, quiero saber qué leen. No siempre surge en lo que escribo, pero cuando lo hace, la paso genial.
—En “Título pendiente” la escritura se vuelve el vehículo para una especie de parasitismo. ¿Cómo surgió esta historia? ¿Pensás que la escritura se acerca al oficio del vampiro?
—De alguna manera, sí. ¿Qué es un escritor sin lectores? Un escritor sin lectores es como una entidad incompleta, algo marchita. Esto, incluso, es todavía más radical en la actualidad, donde los escritores no sólo buscan lectores de sus relatos, sino también de sus publicaciones en las redes sociales. Hoy por hoy, la necesidad de ser leídos llevó a los escritores a pasar más tiempo en sus cuentas que trabajando en sus relatos. Después podemos discutir si lo que se publica en Facebook o en Twitter tiene valor literario o no, pero la cuestión es que muchos pasan más tiempo completando “estados” que “páginas en blanco”. Esto no lo digo desde la superioridad que da la indiferencia. Al contrario. Yo mismo uso las redes, y tuve épocas en las que estaba más ocupado en escribir “tuits” que historias. La retribución inmediata de internet posee una seducción que la dilación que implica la lectura de un cuento o de una novela carece. En conclusión, sí, creo que los escritores tenemos un poco de vampiros. No porque necesitemos de los lectores para vivir, sino porque necesitamos de ellos para sentirnos vivos. No sé si hay mucha diferencia.
—En tus relatos dejás constancia de tus lecturas y nombrás a Poe, King y Cortázar, entre otros. ¿Cómo te acompañan estos autores a la hora de la creación?
—Como te dije antes, me encanta hablar de literatura, y muchas de mis inquietudes son literarias. Los escritores que admiro me acompañan constantemente. No sólo los que pertenecen al terror o a lo fantástico. En Enfermos de oscuridad aparecen King, Poe y Cortázar, pero, por darte un ejemplo, ahora estoy escribiendo una novela en la que el protagonista es fanático de los escritores realistas del siglo XIX europeo: Balzac, Dickens, Stendhal, Flaubert, Pérez Galdós... Todo escritor es una consecuencia de lo que leyó y de lo que lee. Dime qué has leído y te diré lo que podrás llegar a escribir algún día.
—Las tensiones en relación a ser padre/madre, ser hijo/a atraviesan todo el libro. ¿Fue una unidad buscada?
—No. De hecho, me sorprende esta lectura, que no contemplé. Supongo que se trata de una de mis obsesiones. Después de todo, soy padre de una nena de 11 años y de un nene de 7. Más que cualquier otra cosa en el mundo, deseo ser un buen padre. Intento serlo, aunque no siempre estoy seguro de los logros. Creo que pocas cosas son tan inciertas como la paternidad y la maternidad. Algunos padres fueron tan malos que terminaron por convertir a sus hijos en grandes personas, aunque más no fuera por el deseo de éstos de no parecerse a aquellos. Por el contrario, padres amorosos tuvieron que lidiar con hijos mediocres y malagradecidos. Todo es muy incierto... Por otra parte, las implicancias sociales y culturales de esto también me parecen interesantes. Después de todo, no creo que sea casual el paso del bíblico “honrarás a tu padre y a tu madre” al tan actual “toda la culpa es de papá o de mamá”. Ahora que lo pienso, Alejandro Paredes, el protagonista de Los hombres malos usan sombrero (mi primera novela, publicada por la editorial Muerde Muertos en 2015), es un muchacho que tiene en claro pocas cosas en su vida. Una de ellas es que quiere ser escritor, la otra es que no quiere ser padre. También tengo varios cuentos en los que doy vueltas en torno a la paternidad y a la maternidad, algunos de ellos incluidos en mi segundo libro, Frente al abismo (2017) y otros aparecidos en distintas revistas. Definitivamente no es un tema menor para mí.
—“Vagos” es un relato inquietante, de un fuerte registro social y realista. ¿Por qué lo elegiste cómo cierre?
—Por dos sencillas razones: de los cuatro relatos, es el último que escribí y al que más fe le tengo. Me pareció un buen cierre. No es producto del azar que el título del libro haya salido de él.
—Enfermos de oscuridad (Azul Francia, 2020) está formado por cuatro relatos. ¿Qué te llevó a agruparlos bajo este título?
—El título fue lo último que surgió, cuando el libro ya estaba listo y faltaba poco para que la editorial Azul Francia lo mandara a la imprenta. Traté de pensar en algo que agrupara las cuatro historias bajo una característica común. Primero, pensé en usar algún nombre descriptivo, que anunciara que se trataba de una compilación, algo así como Las cuatro estaciones o Las cuatro después de la medianoche de Stephen King. Se me ocurrieron algunos nombres, pero no me convenció ninguno. Entonces recordé una escena del último relato, “Vagos”, en la que Sol, la protagonista, dice que la oscuridad no se comparte, se contagia, y que ella estaba enferma de oscuridad. Me pareció, así, que Enfermos de oscuridad era un buen título, que además de surgir de una de las historias, condensaba el espíritu de las restantes.
—Al igual que en tus anteriores producciones, aparecen escritores o personas relacionadas con el mundo editorial, la escritura o el universo de las ideas. ¿Por qué esta elección?
—Básicamente, porque tiene que ver con mi propio universo. El tiempo que no dedico a mi familia, se lo dedico a la literatura, ya sea leyendo, escribiendo o dando clases. Por eso estudié Letras, para poder pasarme el día hablando de literatura y que me paguen por eso. Claro, al momento de elegir la carrera pensé que me iban a pagar más, pero bueno... La cuestión es que mi universo es un universo literario, por lo que muchas de mis historias están inmersas en esa atmósfera. Me encanta que mis personajes escriban, que hablen de libros, quiero saber qué leen. No siempre surge en lo que escribo, pero cuando lo hace, la paso genial.
—En “Título pendiente” la escritura se vuelve el vehículo para una especie de parasitismo. ¿Cómo surgió esta historia? ¿Pensás que la escritura se acerca al oficio del vampiro?
—De alguna manera, sí. ¿Qué es un escritor sin lectores? Un escritor sin lectores es como una entidad incompleta, algo marchita. Esto, incluso, es todavía más radical en la actualidad, donde los escritores no sólo buscan lectores de sus relatos, sino también de sus publicaciones en las redes sociales. Hoy por hoy, la necesidad de ser leídos llevó a los escritores a pasar más tiempo en sus cuentas que trabajando en sus relatos. Después podemos discutir si lo que se publica en Facebook o en Twitter tiene valor literario o no, pero la cuestión es que muchos pasan más tiempo completando “estados” que “páginas en blanco”. Esto no lo digo desde la superioridad que da la indiferencia. Al contrario. Yo mismo uso las redes, y tuve épocas en las que estaba más ocupado en escribir “tuits” que historias. La retribución inmediata de internet posee una seducción que la dilación que implica la lectura de un cuento o de una novela carece. En conclusión, sí, creo que los escritores tenemos un poco de vampiros. No porque necesitemos de los lectores para vivir, sino porque necesitamos de ellos para sentirnos vivos. No sé si hay mucha diferencia.
—En tus relatos dejás constancia de tus lecturas y nombrás a Poe, King y Cortázar, entre otros. ¿Cómo te acompañan estos autores a la hora de la creación?
—Como te dije antes, me encanta hablar de literatura, y muchas de mis inquietudes son literarias. Los escritores que admiro me acompañan constantemente. No sólo los que pertenecen al terror o a lo fantástico. En Enfermos de oscuridad aparecen King, Poe y Cortázar, pero, por darte un ejemplo, ahora estoy escribiendo una novela en la que el protagonista es fanático de los escritores realistas del siglo XIX europeo: Balzac, Dickens, Stendhal, Flaubert, Pérez Galdós... Todo escritor es una consecuencia de lo que leyó y de lo que lee. Dime qué has leído y te diré lo que podrás llegar a escribir algún día.
—Las tensiones en relación a ser padre/madre, ser hijo/a atraviesan todo el libro. ¿Fue una unidad buscada?
—No. De hecho, me sorprende esta lectura, que no contemplé. Supongo que se trata de una de mis obsesiones. Después de todo, soy padre de una nena de 11 años y de un nene de 7. Más que cualquier otra cosa en el mundo, deseo ser un buen padre. Intento serlo, aunque no siempre estoy seguro de los logros. Creo que pocas cosas son tan inciertas como la paternidad y la maternidad. Algunos padres fueron tan malos que terminaron por convertir a sus hijos en grandes personas, aunque más no fuera por el deseo de éstos de no parecerse a aquellos. Por el contrario, padres amorosos tuvieron que lidiar con hijos mediocres y malagradecidos. Todo es muy incierto... Por otra parte, las implicancias sociales y culturales de esto también me parecen interesantes. Después de todo, no creo que sea casual el paso del bíblico “honrarás a tu padre y a tu madre” al tan actual “toda la culpa es de papá o de mamá”. Ahora que lo pienso, Alejandro Paredes, el protagonista de Los hombres malos usan sombrero (mi primera novela, publicada por la editorial Muerde Muertos en 2015), es un muchacho que tiene en claro pocas cosas en su vida. Una de ellas es que quiere ser escritor, la otra es que no quiere ser padre. También tengo varios cuentos en los que doy vueltas en torno a la paternidad y a la maternidad, algunos de ellos incluidos en mi segundo libro, Frente al abismo (2017) y otros aparecidos en distintas revistas. Definitivamente no es un tema menor para mí.
—“Vagos” es un relato inquietante, de un fuerte registro social y realista. ¿Por qué lo elegiste cómo cierre?
—Por dos sencillas razones: de los cuatro relatos, es el último que escribí y al que más fe le tengo. Me pareció un buen cierre. No es producto del azar que el título del libro haya salido de él.
Reseña | Historias que narran la oscuridad
Enfermos de oscuridad (Azul Francia, 2020), de Lucas Berruezo, propone cuatro historias que buscan echar luz sobre las pasiones nocturnas que mueven los engranajes de la humanidad. Situado en estas latitudes del sur dentro de la geografía del horror contemporáneo, el autor despliega distintas relaciones parentales, haciendo desfilar a hombres y mujeres que tratan de explicarse por qué seguimos existiendo y procreándonos como especie aun cuando para las grandes mayorías el presente se parece demasiado a una distopía.
Ya desde el primer relato, “Historia de amor”, Berruezo deja constancia de sus lecturas y expone un interesante diálogo con Edgar Allan Poe. Evocando a las musas Berenice, Morella, Ligeia y Eleonora, nos presenta a un protagonista que trabaja en una editorial. Insatisfecho con su vida, está casado, no tiene hijos y anda sin motivaciones ni grandes metas, hasta que de pronto se entrevera con una impetuosa muchacha y se pone en marcha una larga cadena de sexo, complicidades, silencios, resignación, muerte y venganza, elementos que construyen un lustroso empedrado hacia el infierno.
“Título pendiente” nos trae a un viejo escritor que vive en una casa derruida. Madre joven y soltera, Daniela tiene la oportunidad de trabajar para él. Aunque está contratada para realizar tareas de limpieza, Eustaquio Gorroytía le propone abandonar la escoba, los trapos de piso y el detergente a cambio de que lea sus textos. A medida que Daniela va asumiendo su nuevo rol, la ficción comienza a mostrar al oeste bonaerense desde la tradición gótica de las criaturas noctámbulas.
“Progenitura” aborda, de manera especular, dos casos en los que el ansia ante un hijo/a deseado-esperado-temido-imaginado transita por cauces inusuales. Son las experiencias de Cintia Biscotti y Samuel Grinbaum, quienes descubren cuán extraño es ser madre y padre, mientras los lectores vamos notando cómo se confunden los sueños con la locura.
El último cuento, “Vagos”, posee un fuerte rasgo realista. Tras ser expulsada de un boliche por haber bebido de más, Sol Vargas camina por la autopista Acceso Oeste rumbo a su hogar (pero sin querer regresar) donde vive junto con su padre alcohólico. Testigo de este peregrinar es Federico, un compañero de escuela, hijo de un profesor de Filosofía. Al compás de los acontecimientos, el Profesor va tomando cuerpo a partir de las evocaciones de su hijo Federico, a quien se le irán agotando los argumentos cuando todo razonamiento deja de surtir efecto ante la droga, un pibe de la calle, el alcohol, las ganas de morir, un arma. Se trata, sin duda, de un acertado cierre para este libro en el que Berruezo parece haberse propuesto el audaz desafío de narrar partiendo desde la estación a la que Federico llega en este relato: el punto exacto en que las palabras parecen no alcanzar para conjurar la oscuridad.
“Título pendiente” nos trae a un viejo escritor que vive en una casa derruida. Madre joven y soltera, Daniela tiene la oportunidad de trabajar para él. Aunque está contratada para realizar tareas de limpieza, Eustaquio Gorroytía le propone abandonar la escoba, los trapos de piso y el detergente a cambio de que lea sus textos. A medida que Daniela va asumiendo su nuevo rol, la ficción comienza a mostrar al oeste bonaerense desde la tradición gótica de las criaturas noctámbulas.
“Progenitura” aborda, de manera especular, dos casos en los que el ansia ante un hijo/a deseado-esperado-temido-imaginado transita por cauces inusuales. Son las experiencias de Cintia Biscotti y Samuel Grinbaum, quienes descubren cuán extraño es ser madre y padre, mientras los lectores vamos notando cómo se confunden los sueños con la locura.
El último cuento, “Vagos”, posee un fuerte rasgo realista. Tras ser expulsada de un boliche por haber bebido de más, Sol Vargas camina por la autopista Acceso Oeste rumbo a su hogar (pero sin querer regresar) donde vive junto con su padre alcohólico. Testigo de este peregrinar es Federico, un compañero de escuela, hijo de un profesor de Filosofía. Al compás de los acontecimientos, el Profesor va tomando cuerpo a partir de las evocaciones de su hijo Federico, a quien se le irán agotando los argumentos cuando todo razonamiento deja de surtir efecto ante la droga, un pibe de la calle, el alcohol, las ganas de morir, un arma. Se trata, sin duda, de un acertado cierre para este libro en el que Berruezo parece haberse propuesto el audaz desafío de narrar partiendo desde la estación a la que Federico llega en este relato: el punto exacto en que las palabras parecen no alcanzar para conjurar la oscuridad.
ASÍ ESCRIBE. Las personas le temen a la muerte. Es uno de los miedos universales, tal vez el más universal. Según los expertos (si es que puede haber “expertos” en relación con la muerte), dicho miedo se funda en el terror a lo desconocido. Claramente no es mi caso. Mi miedo a la muerte es demencial, pero no por lo que ignoro de ella, sino por lo que sé. (Fragmento del cuento “Historia de amor” de Lucas Berruezo).