Por José María Marcos (*)
Eldwin Wannemaker era el mayor de los asesinos, responsable del exterminio de enemigos políticos y personas consideradas racialmente inferiores. En campos de concentración había eliminado a judíos, homosexuales, gitanos, eslavos, discapacitados, enfermos y prisioneros de guerra.
Wannemaker ascendió al poder durante un período de crisis, acentuada por la Gran Depresión de 1929, y en el plano ideológico adhería al fascismo italiano, pero con matices propios de su pueblo.
El científico Dagmar Rothstein era nieto de un sobreviviente y, marcado por las historias de su abuelo, dedicó su vida a un solo objetivo: viajar al pasado para matar a Eldwin Wannemaker.
Fracaso tras fracaso, y pese a irse sumergiendo en la pobreza, Rothstein perseveró y finalmente alcanzó su meta. Sin embargo, por cuestiones aún en desarrollo, la experiencia demandaba mucho esfuerzo, tanto físico como mental, y sólo podría usar la máquina una vez.
Dos años más tarde logró tener todo listo para desembarcar en Braunau am Inn, una pequeña aldea cerca de Linz, a fines del siglo XIX, donde Eldwin Wannemaker aún era un niño. El desplazamiento, el asesinato a sangre fría y el regreso fueron un éxito, y Dagmar ni siquiera sintió piedad cuando el pequeño Eldwin se agitó sin comprender por qué un hombre desconocido le cortaba la garganta en medio de la nieve.
A su regreso, cansado pero feliz, Dagmar habló con sus amigos y familiares para conocer el presente esplendoroso que, seguramente, había forjado su intervención.
A medida que fue preguntando a unos y otros, nadie conocía a Eldwin Wannemaker. Todos recordaban a Adolf Hitler.
(*) El relato forma parte de la edición Nº 106 de miNatura, dedicada al género breve fantástico. Especial “Viaje en el tiempo”.