“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Cuestiones de fe

Por José María Marcos (*)

Mis padres eran muy creyentes, y quizás por rebeldía siempre quise ser atea, por no poder, o no querer, imaginar a un sublime maestro de ceremonias, capaz de componer una ópera que abarcara las necesidades de los seres de la Tierra.
—Si Dios existiese, algo totalmente improbable, no podría hacer nada por nadie. Para él, seríamos como cucarachas —solía decir yo para desafiarlos.
—Eso no es cierto —respondía mi padre, con suma paciencia—. Todos somos instrumentos de Dios, y deberíamos ayudarle a cumplir su plan divino.
Durante la juventud y parte de mi adultez sólo me interesaba pasarlo bien, ganar dinero fácil, y blasfemaba a diario, riéndome de quienes creían en un orden superior. Así transcurrían mis días hasta que en el 2001 tuve una revelación. Con mis padres ya muertos y sin hijos, me quedé sin trabajo, mi marido se suicidó e hipotequé la casa. Una tarde, caminando sin rumbo, decidí entrar a una iglesia. Cantaban algo que conocía de la infancia: “...cuando pierdo la esperanza, / cuando no encuentro la paz, / me pregunto, si es verdad que existes, / si realmente eres mi amigo; / si lo eres, dónde estás...”. Acunada por esos versos y esa melodía, me senté en el último banco del templo y recé.
Regresé a casa, más serena, y si bien los milagros no ocurrieron de un día para el otro, todo se fue solucionando. Una amiga me contó que su marido había muerto en un robo y que no sabía que hacer con el taxi; me ofreció manejarlo, y acepté. Hoy, el taxi es mío porque ella, pobre, murió en un accidente. Con la hipoteca pasó algo parecido: cuando todo estaba por complicarse, el prestamista se cayó de un balcón y los herederos jamás encontraron sus papeles. Mi abogado dice que no pueden reclamarme nada.
Dios existe, ahora lo comprendo con certeza, y sigo rezándole para que me solucione otros problemitas. Él, sí, sabe cómo arreglar las cosas. Sólo que, como diría mi padre, hay que darle una manito para que cumpla divinamente con su plan.

(*) El relato forma parte de la edición Nº 103 de miNatura, dedicada al género breve fantástico. Especial “Edgar Allan Poe”.