Los cuentos de Baldomero Ria, de María Inés Iribarne (Editorial AqL, 2010, 120 páginas).
Por José María Marcos (*)
En su libro Viajes imaginarios y reales, Álvaro Cunqueiro expresó que “viajamos con nuestras imaginaciones y recuerdos, y lo que vamos creando o soñando son memorias y nostalgias”. Por eso, “quizá sea verdad que el fin último de toda cultura es la invención y la melancolía”.
Al leer Los cuentos de Baldomero Ria (Aql, 2010), podemos notar que esta perspectiva del escritor gallego funciona como clave para adentrarnos en un mundo en el que se confunden las fronteras entre lo fantástico y lo real, donde María Inés Iribarne explora en busca de historias y nombres perdidos.
Ya en el primer relato, la autora nos advierte: “El recuerdo es pariente del silencio, te acompaña a todas partes, es la mitad del sol que alumbra del otro lado”. Desde allí, se lanza a mostrarnos todo aquello que naufraga en las arenas del olvido, porque “recordar el pasado es prepararse para revivir horas, días y años que ya se fueron; que ya no existen, que ya no nos pertenecen y que en muchas ocasiones quisiéramos retener y otras tantas dejar escapar como el agua en los puentes olvidados”.
El libro está estructurado en dos secciones, “Los cuentos de Baldomero Ria” y “Los cuentos de Martín Matías Bustamante”, subdivididas a su vez por algunos textos breves y otros más extensos, que se leen con mucha fluidez, gracias a una cuidada prosa. A través de las páginas, y secundados por una serie de personajes secundarios, Ria y Bustamente le van prestando los recuerdos a María para reflexionar sobre la vida. De esta manera, en cada relato uno va tomando nota de las distintas ilusiones, miedos, proyectos y realidades de estos hombres y mujeres que nos resultan cercanos. Todo ocurre sin atender demasiado al calendario, porque —como bien reflexiona Baldomero Ria— “el tiempo que pasa, señores, es para mí ese desquiciado arlequín que muchas veces, a su antojo, hace girar al revés las agujas de los relojes”.
Y en este juego de máscaras tal vez resida la esencia del libro, ya que María parece sugerirnos que cada uno de nosotros somos en verdad un poco todos: Baldomero Ría, que se pone a recordar y recrear su pasado; Gabriela Andrade, que no pudo ejercer su vocación y sólo en un espacio privado puede sentir que sigue siendo ella misma; el enamorado Julián Escalante, dispuesto a vencer a la muerte aunque deba abrazar la locura; Octavio Nemesio Paz, quien llega a la conclusión de que sólo “las sombras nos igualan”; Esteban Girón, que se humaniza gracias a la hechizante mirada de Teresa; el Dr. Amadeo Ocampo, para quien hubiera sido mejor vivir con recuerdos y no con la verdad; Víctor Pagade, que se ilusiona con poder cerrar la puerta que lo ata a su pasado; Ignacio Américo Arrechazolea, que no puede hacer nada ante las pérdidas que le impone la vida; Euyín, el payaso que en otro tiempo fue Carlos Andrés Soriano Ocampo; Alava, la contorsionista que se siente como “una carta empalidecida por el olvido”; o Alavino, que aprovecha un descuido de la realidad para hablar con nosotros.
Así siguen apareciendo otros seres que buscan algo que explique de dónde venimos y hacia dónde vamos. Porque, más allá de cualquier diferencia, todos somos compañeros del mismo viaje, y sólo asumir nuestra humana fragilidad nos permite comprender al prójimo en su verdadera dimensión.
(*) La Palabra de Ezeiza, página 10, jueves 22 de julio de 2010.