“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Synco | Damián, un amigo fantástico

Se cumplen dos meses de la muerte de Damián Blas Vives, incansable gestor cultural, director de Gestión y Políticas Culturales en la Biblioteca Nacional, coordinador de centros de estudios literarios, creador de revistas y codirector del sello Evaristo Cultural. Desde Synco decidimos homenajearlo con las palabras de algunxs de sus amigxs más cercanxs. Escriben: José María Marcos, Claudia Cortalezzi y Martín Sancia Kawamichi.


Por José María Marcos | Especial Revista Synco | Sábado 9 de sábado 2022

Damián Blas Vives nos dejó el viernes 13 de mayo de 2022. Muchos y muchas tuvimos la fortuna de conocerlo como gestor cultural, editor, lector, bibliómano, buen tipo y fundamentalmente amigo. Entre tantos eventos elijo algunas instantáneas para sumarme a esta edición especial y celebro el homenaje colectivo. Conservo en mi memoria su enorme labor para planificar y poner en marcha el 1° Encuentro Internacional de Literatura Fantástica 2014, organizado conjuntamente entre Biblioteca Nacional, la UBA y la revista Evaristo Cultural, con el objetivo de promover cruces y colaboraciones. Fueron cinco jornadas de conferencias, charlas, entrevistas, debates, visitas de escuelas, proyecciones, dibujos en vivo. Evoco especialmente la inauguración del viernes 9 de mayo de 2014. Lo veo a Damián feliz, expectante, ceremonioso, con un saco marrón, pulóver rojo, barba y anteojos, primero en los pasillos y enseguida en el escenario de la Sala Jorge Luis Borges, acompañando a Liliana Bodoc, invitada a ser la oradora principal tras las intervenciones del entonces director Horacio González, el propio Damián, Rodrigo de Echeandía y Miguel Vedda. Junto a Damián, Liliana señaló que uno de los grandes temas del fantástico está vinculado “al gran tabú de impugnar la realidad” para ponerla en duda y ofrecer mundos alternativos, y al referirse a la índole trágica de la condición humana, expresó que la literatura fantástica nos permite crear “nuevos conceptos” que “simbolizan una posibilidad”. “A mí me encantaría pensar que mi papá, mi mamá, mi abuelo y mi abuela están sentados en una nube tomando mate, viéndonos vivir. No tengo manera de creer eso. Pero tampoco tengo manera de creer que no están en ninguna parte y no tengo por qué imponerme creer que no están en ninguna. No me siento menos inteligente cuando elijo creer que están en alguna parte”, dijo Liliana en aquel atardecer y agregó que la fantasía “instala en la nada absoluta el símbolo de la posibilidad del reencuentro, de la posibilidad de la permanencia,  y eso lo hicieron muy bien nuestros pueblos originarios cuando hablaron de la muerte como un regreso”. A Damián, que nació el 28 de septiembre de 1978, lo despedimos en la Biblioteca Nacional en la Sala Augusto Raúl Cortázar donde se realizaron gran parte de las actividades de ese congreso, e inevitablemente volví a la apertura de hace ocho años atrás, a las palabras de Liliana que partió en 2018 y a lo que decía mi viejo cada vez que se iba algún ser querido: “Vivirá con nosotros en el recuerdo”. Por eso también cuando pienso en Damián repaso algo que sucedió cuando viajamos a Mar del Plata pocos días después a participar del Festival Azabache. Con Fernando Figueras andábamos presentando el libro Haikus Bilardo. Como parte de la celebración llevamos una réplica de la Copa del Mundo y una bufanda de Argentina para que los fanáticos pudieran sacarse una foto con el trofeo. Damián no era futbolero, pero sí amaba la cultura japonesa y se divertía al vernos hablar de haikus. Sobre el final del Azabache —luego de que el escritor y traductor español Juan Antonio Molina Foix se tomara una foto con la copa comprada en Lanús—, Damián nos pidió sacarse una él, simulando ser un apasionado hincha. Atesoro el momento en que levantó el trofeo, le cantamos alguna canción de cancha como barrabravas en la recepción de un hotel de la calle Güemes, y Damián se tentó ante la irrealidad de la situación. Comparto estas postales entre tantas. Esa tarde en la Sala Borges y ese Damián jugando, riendo, viviendo.

Por Claudia Cortalezzi

Me quedo con el recuerdo de ese Damián que por más ocupado que estuviera tenía tiempo para una charla, el que sacaba una solución inmediata si algo salía mal, el que siempre te tenía en cuenta, el que jamás bajó los brazos. Me quedo con la imagen de la última vez que nos vimos, con el recuerdo de sus ganas de seguir. Gracias, Damián, por todo.

Por Martín Sancia Kawamichi 

Avenida Corrientes, domingo a la tarde. Damián y yo discutimos por una película que a él le gustó mucho y a mí casi nada. Se enoja. Comienzo a exponer mis argumentos. Me dice que primero termine el pancho que estoy comiendo porque no se me entiende nada. Lo termino de dos tarascones y continúo con mi exposición. Me embarullo, confundo las escenas, los personajes. Retomo, no sé ni lo que digo, pero insisto con defenestrar la película solo para discutir. De pronto, me doy cuenta de que estoy hablando solo. Miro hacia atrás y veo, a unos diez metros, una librería de viejo. Vuelvo allí. Damián está adentro, señalándole al librero un ejemplar ubicado arriba de todo, a unos tres metros.
—Boludo, me dejaste hablando solo —le digo.
Damián está entusiasmado y me hace una seña que podría traducirse como: “Ya te explico”.
Espero.
El librero se sube a una escalera.
—No sé cómo hiciste para verlo desde la calle —le dice.
Damián le responde:
—Es que hace mucho que lo estoy buscando.
Vamos hasta la caja. Mientras Damián paga, intento revisarle la bolsa para ver bien el libro que está llevando. Me quita la bolsa. Me dice:
—¿No podés esperar a que salgamos? Ya te voy a decir qué es.
—Quería ver, solamente.
—Sí, pero tenés todas las manos sucias de mostaza. 
Me miro. Es cierto.
—Tomá —me dice, y me pasa una servilleta que nunca sabré de dónde sacó.
Me limpio.
Le pregunto si quiere que vayamos a tomar una cerveza.
—Me encantaría —responde —, pero hoy a la noche tengo un asado y antes quiero empezar a leerlo —se refiere al libro que acaba de comprar. —¿Sabés quién es?
—No, ni idea.
—Ya sé que a vos Sherlock Holmes no te mueve un pelo, pero….
—Sí que me mueve un pelo —lo interrumpo.
—Dejate de hinchar.  No te hagas ahora el fanático de Doyle. 
—No soy fanático, pero me gusta. Bah, qué sé yo. Tenés razón, no me mueve un pelo.
—Bueno, este tipo, Henry Cauvain, es un francés que inventó al detective Maximilien Heller dieciséis años antes de que Doyle publicara la primera historia de Holmes.
Me cuenta sobre las similitudes entre Holmes y Heller (que son muchas), me cuenta sobre cómo Doyle tuvo acceso a la obra de Henry Cauvain, etcétera.
Insisto con la cerveza.
—Mañana, en todo caso. Ahora estoy caliente con leer esto. Hace como dos años que lo busco y no podía conseguirlo.  
Hablamos un rato más y después Damián para un taxi y se va.
Un tiempo después, voy a la inauguración de una muestra en la Biblioteca Nacional. Es sobre Sherlock Holmes. 
—Pensé que no venías—me dice.
Está contento y cansado. Se nota que la organización de la muestra lo arrasó.
—Vení. Vamos a recorrerla.
Y me hace de guía.
Y yo, como siempre, no puedo creer que sea tan claro. 
No puedo creer que sepa tanto.
Cuando llegamos a un sector en el que se exponen algunos antecedentes de Holmes, veo el libro que compró aquella tarde en Av. Corrientes.
—Ah, mirá. Parece que al final la Biblioteca consiguió el libro del francés.
—Todavía no —me dice. —Este es el mío.
Elegí esta escena porque deja en claro la pasión de Damián por la lectura y su pasión por el trabajo cultural desde el Estado. 
Tengo mejores, sí, pero son nuestras.