“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Historias que narran la oscuridad

Reseña de Enfermos de oscuridad (Azul Francia, 2020), de Lucas Berruezo. Por José María Marcos para La Palabra de Ezeiza


Enfermos de oscuridad 
(Azul Francia, 2020) propone cuatro historias que buscan echar luz sobre las pasiones nocturnas que mueven los engranajes de la humanidad. Situado en estas latitudes del sur dentro de la geografía del horror contemporáneo, Lucas Berruezo despliega distintas relaciones parentales, haciendo desfilar a hombres y mujeres que tratan de explicarse por qué seguimos existiendo y procreándonos como especie aun cuando para las grandes mayorías el presente se parece demasiado a una distopía. 
Ya desde el primer relato, “Historia de amor”, el autor deja constancia de sus lecturas y expone un interesante diálogo con Edgar Allan Poe. Evocando a las musas Berenice, Morella, Ligeia y Eleonora, nos presenta a un protagonista que trabaja en una editorial. Insatisfecho con su vida, está casado, no tiene hijos y anda sin motivaciones ni grandes metas, hasta que de pronto se entrevera con una impetuosa muchacha y se pone en marcha una larga cadena de sexo, complicidades, silencios, resignación, muerte y venganza, elementos que construyen un lustroso empedrado hacia el infierno.
“Título pendiente” nos trae a un viejo escritor que vive en una casa derruida. Madre joven y soltera, Daniela tiene la oportunidad de trabajar para él. Aunque está contratada para realizar tareas de limpieza, Eustaquio Gorroytía le propone abandonar la escoba, los trapos de piso y el detergente a cambio de que lea sus textos. A medida que Daniela va asumiendo su nuevo rol, la ficción comienza a mostrar al oeste bonaerense desde la tradición gótica de las criaturas noctámbulas. 
“Progenitura” aborda, de manera especular, dos casos en los que el ansia ante un hijo/a deseado-esperado-temido-imaginado transita por cauces inusuales. Son las experiencias de Cintia Biscotti y Samuel Grinbaum, quienes descubren cuán extraño es ser madre y padre, mientras los lectores vamos notando cómo se confunden los sueños con la locura. 
El último cuento, “Vagos”, posee un fuerte rasgo realista. Tras ser expulsada de un boliche por haber bebido de más, Sol Vargas camina por la autopista Acceso Oeste rumbo a su hogar (pero sin querer regresar) donde vive junto con su padre alcohólico. Testigo de este peregrinar es Federico, un compañero de escuela, hijo de un profesor de Filosofía. Al compás de los acontecimientos, el Profesor va tomando cuerpo a partir de las evocaciones de su hijo Federico, a quien se le irán agotando los argumentos cuando todo razonamiento deja de surtir efecto ante la droga, un pibe de la calle, el alcohol, las ganas de morir, un arma. Se trata, sin duda, de un acertado cierre para este libro en el que Berruezo parece haberse propuesto el audaz desafío de narrar partiendo desde la estación a la que Federico llega en este relato: el punto exacto en que las palabras parecen no alcanzar para conjurar la oscuridad.