Por José María Marcos (*)
En el laboratorio, Doménico Ignacio Odbudio Santander iba de un lado a otro, frenético, tratando de poner en orden los pensamientos. Un insomnio eterno lo empujaba hacia la locura, y buscaba una idea que lo pusiera en acción y lo rescatara del desconcierto.
Un ataque de tos hizo que se detuviera y mirara hacia el exterior.
La neblina se dilataba sobre un mar calmo, rodeado de oscuridad, en medio de un silencio profundo.
Con la respiración agitada, vislumbró detalles en las informes penumbras, tal vez el perfil de un hombre, un animal, o algo parecido a una montaña, y se vio inundado por un éxtasis desconocido, como quien descubre un fragmento de alguna torre que lo conduce a la puerta de una civilización perdida.
Habló en voz alta, como dirigiéndose a un colmado auditorio, y las palabras tintinearon con la fuerza de la energía que da forma y sentido a cada una de las cosas.
—Voy a crear la luz —dijo, con parsimonia, en un idioma germen y síntesis de todas las lenguas.
D.I.O.S. daba así el primer paso hacia la creación del mundo.
(*) El relato forma parte de la edición Nº 155 de miNatura, dedicada al género breve fantástico. Especial “Científicos locos”.