Escritor, periodista y editor | Instagram @josemariamarcos | Facebook: José María Marcos
“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales
Lecturas: Fin del mundo y otros relatos
Fin del mundo y otros relatos (Letra Sudaca, 2013), de Leonardo Huebe, contiene siete narraciones atravesadas por recuerdos que se niegan a ir y mutan de maneras insospechadas, así como por la forma en que los protagonistas se ven y son vistos y por cómo se relacionan, sufren, niegan o intentar reescribir estas sombras. “Ahora que lo pienso, eso es lo que me define desde mi juventud: la dualidad; el ser una cosa mientras que para la sociedad soy otra. Hay noches en las que yo mismo me sorprendo falseándome mi verdadera historia, como si lo existido hubiesen sido los sucesos de una novela mediocre”, dice un médico que hizo su fortuna durante la última dictadura militar, en el primer texto que da nombre al libro, adelantando una de las claves del volumen. “El año que no trabajé para Los Redondos” (de carácter autobiográfico) es desde la negación una reflexión de que, también, somos lo que quisimos ser y lo que no fuimos, espectros que engordan la biografía. En “Regla 11”, un hombre bucea en sus memorias buscando una pista que le ayude a sobrellevar la muerte de un hijo y salvar su matrimonio. En “Los años que les quedan”, ancianos de izquierda aguardan reunidos noticias sobre la salud de uno de sus compañeros de militancia, repasando qué han hecho hasta ahí, en qué han fallado y qué es lo que tienen por delante. En clave fantástica, “La gota constante” da cuenta de quienes podemos ser de cara (o de espaldas) a lo acontecido y a lo que vendrá. “El deseo” trata de recrear la trama invisible del poder, con una apuesta desde lo formal, donde lo sucedido se va moviendo y empujando a renovados crímenes. En “Los monocigóticos” —ficción de cierre, plagada de espejismos—, ciertos hilos invisibles se van cerrando alrededor de dos hermanos, uno desaparecido y un periodista que carga con cierta culpa por un una acción cometida previamente, en un período que va desde los setenta a los años noventa. Al concluir la lectura uno se queda con la sensación de que pasado, presente y futuro no siempre se alternan de manera cronológica. Que de esta comprensión dependen nuestras acciones. Porque todo está aquí, muy cerca, como la posibilidad del horror, como la finitud de los cuerpos, como la certeza del fin del mundo. (José María Marcos, La Palabra de Ezeiza, 30-03-2017)