La editorial Extremo Negro presentó las novelas Petite mort, de Matías Bragagnolo, y Hotaru, de Sancia Kawamichi, el
miércoles 19 de diciembre de 2014 en el Museo de la Ciudad (Defensa 219).
Ezequiel Dellutri habló de Hotaru y a
mí me tocó referirme a Petite mort. A
continuación copio mis palabras.
Por José María Marcos
DOS GRANDES LIBROS
Agradezco a Matías Bragagnolo que me haya invitado a decir
algunas palabras sobre Petite mort,
una novela que me gustó mucho, y que así se lo hice saber hace algunos meses
atrás cuando desconocía que iba a compartir esta presentación en el Museo de la Ciudad , junto con Hotaru, de Sancia Kawamichi, otra gran
novela que tuve la fortuna de leer.
Aprovecho para felicitar a Extremo Negro por la publicación
de ambos libros, tan diferentes entre sí y tan atractivos a su manera.
EL MITO DEL CINE
SNUFF
Petite mort —como estimo
que la mayoría sabe— trabaja en torno al mito del cine snuff, una industria que
dadas las tecnologías actuales podría existir, y por eso, despierta tanta
curiosidad.
El snuff (para quienes aún no lo sepan) sería aquel cine compuesto
por imágenes de asesinatos reales, violaciones y torturas, rodadas con la
finalidad de distribuirlas comercialmente. “Snuff” es un vocablo que significa
“rapé” o “tabaco”, aunque también indica “muerte”.
Hay filmaciones de asesinatos reales hoy en día, pero eso no
es cine snuff.
El snuff sería una de las categorías de la industria
cinematográfica, aunque, por supuesto, una categoría ilegal.
DEL CINE AL PAPEL
Al menos hasta donde yo sé, Petite mort sería la primera obra literaria que pone a este cine en
el centro de la escena.
Acá, abriría un paréntesis para anotar dos coincidencias en
el campo de la imagen y el erotismo salvaje, vinculadas a la Argentina.
Un mito afirma que la primera película porno se habría filmado en nuestro país, a comienzos del siglo XX. El Sátiro” (o “El Satario”) mostraría la historia un fauno y algunas ninfas teniendo sexo al lado de un río.
Por otra parte, la leyenda del cine snuff incluye una
película clave (y de bajo presupuesto) filmada en Argentina en la década del 70
por dos norteamericanos (Michael y Roberta Findlay). En Estados Unidos, un
productor (Alan Shackleton) decidió bautizar “Snuff” al film y promocionarlo
asegurando que mostraba un asesinato real, con una frase inquietante: “Una
película que sólo podía haberse rodado en Sudamérica, donde la vida no vale…
nada”.
O sea que no sólo
inventamos el dulce de leche, el bondi y la birome. Si no que hemos contribuido
con el porno y tal vez... el snuff.
Como dije, Petite mort
sería la primera obra literaria que pone a este mito en el centro de la trama. Antes,
se ocupó el cine.
En lo personal, pienso que la mejor película que aborda esta
temática es la española Tesis (1996),
de Alejandro Amenábar, quien filmó Abre
tu ojos (1997), Los otros (2001) y Mar adentro (2004), entre otros
títulos.
A la sombra de Amenábar, se rodó 8mm (1999), dirigida por
Joel Schumacher, con Nicolas Cage, pero sin el brillo de la española.
Estas películas y otras como el clásico film italiano Holocausto Caníbal (1980) de Ruggero
Deodato —muy recomendable para almas gore—, están citadas en este libro de
Matías, que funciona sin duda como guía para los curiosos.
Y aquí marco el primer acierto de este libro: la compilación
de antecedentes es excelente.
La novela arranca recordando lo que para muchos es el inicio
del mito: en el verano de 1969 miembros de la familia Manson robaron un camión
de la NBC-TV .
El vehículo apareció enseguida, pero Charles Manson se quedó
con una cámara.
Meses más tarde, la policía allanó el rancho de los Manson y
secuestró esa cámara.
En la misma se habría encontrado la filmación de un video
pornográfico en el que una joven era decapitada por el clan en una playa, durante
su violación.
Como en la biblioteca de cualquier abogado (incluyendo la de
Matías, que es del gremio), una mitad dice que esto es verdad, y la otra, sólo
una fantasía.
PREGUNTAS EN OTRO
PARÉNTESIS
Abriría otro paréntesis para marcar algunas cuestiones que
pensé alrededor de la novela mientras la leía.
Me pregunté, por ejemplo, ¿a qué tradición responde Petite mort? En este caso, al menos
provisoriamente, me respondí que es parte de una larga cadena de literatura
vinculada a la necrofilia, o sea, al deseo sexual por los muertos.
Jugué a que, tal vez, la novela podría leerse en una clave
tan novedosa y vieja como la historia de Adán y Eva: la aparente disyuntiva entre la felicidad o el conocimiento.
Pensé en su nombre. “La petite mort” en francés hace
referencia al orgasmo. En castellano significaría “la pequeña muerte”.
Me vinieron a la mente la enorme cantidad de poetas que comparan la muerte con el orgasmo mayor y definitivo. Algo
incomprobable, pero tentador como idea romántica. Dato que es difícil de conocer de primera mano, salvo que seas Víctor
Sueiro.
Recordé lo que cuenta Georges Bataille en su Breve Historia del Erotismo donde explica
que lo sexual para humanos y animales se presenta de igual manera. Sin embargo,
a través del erotismo, y en eso nos diferenciamos de los animales, los humanos
también percibimos la presencia de la muerte. Describe las distintas formas de
erotismo, pero eso no viene al caso.
En el mismo libro, Bataille cuenta que en las primeras
pinturas rupestres muchos de los hombres fueron pintados con el sexo erguido,
durante enfrentamientos o la caza de animales.
Indica además que en el Paleolítico Inferior (o sea hace 30
mil años) ya los hombres de aquella época (que tenían incluso otra constitución
física) enterraban a sus muertos, a partir de la angustia que les causaba la
muerte.
Como lector, entonces, ¿adónde me llevaron estas
asociaciones?
A pensar en la paradoja de una época en la se convive con la
violencia y la muerte a diario a través de muchos medios, pero que, a su vez,
se tienden a desatender los ritos funerarios y de despedida.
Es como si aquello que quisiéramos negar por una vía,
inevitablemente surgiera con más fuerza y virulencia por otros canales, a veces
los menos esperados.
BASADA EN HECHOS
REALES
En Petite mort —la
incursión literaria de Bragagnolo—, todo arranca cuando Eduardo Silver,
vendedor de pornografía clandestina, recibe el pedido de una película snuff.
Eduardo sabe que no existen.
Pero no se trata de un pedido que puede desoír fácilmente, porque
detrás del teléfono se encuentra una persona capaz de matar por conseguir lo
que busca.
En este sentido, estimo que un gran acierto de Matías es la
forma en que decidió contar esta historia.
Los capítulos son como informes periodísticos, está la trascripción
de un trabajo práctico sobre “la muerte y el cine contemporáneo” e incluye un
guión de cine. Es decir, apela a distintos recursos “no literarios” para narrar,
y lo logra con éxito.
Porque el encanto de la novela Petite mort es similar al que proponen muchas películas de bajo
presupuesto que llevan la leyenda “Basada en hechos reales”. Aunque sepamos que
estamos ante una ficción o una estafa, algo nos hace dudar que tal vez lo que
veamos sea verdad.
DE LA CONDESA SANGRIENTA
A PETITE MORT
Para ir terminando quería agregar otra libre asociación que
hice al leer la novela.
La poeta Alejandra Pizarnik escribió La Condesa Sangrienta , que se
publicó por primera vez en 1966. El texto es una suerte de apéndice poético de
un libro anterior de Valentine Penrose, quien recopiló documentos acerca de un
personaje real: la condesa Elizabeth Báthory, quien asesinó a unas 650 mujeres
jóvenes.
Primero Penrose y después Pizarnik describen, entre
fascinadas y asqueadas, los crímenes cometidos por la Condesa , y de algún modo, Petite mort se emparenta con los textos
de ambas poetas surrealistas.
Sobre todo, con el de Pizarnik, quien tras regodearse del
horror, dice: “La condesa Báthory alcanzó, más allá de todo límite, el último
fondo del desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la
criatura humana es horrible”.
UNA EXPERIENCIA
NUMINOSA
En el libro Lo santo,
el alemán Rudolff Otto (1869-1937) compara la experiencia religiosa con el
terror.
Para Otto, la religión tiene un elemento irracional, al que
llama “numen”, y que es tremendamente fascinante y angustiante a la vez, como
una obra de horror.
Creo que leer Petite
mort es una experiencia numinosa.
Por eso, para quienes aún no la leyeron, les traje una idea.
En Hotaru, la
novela de Sancia Kawamichi, hay una viejitas que van a una iglesia a buscar
agua bendita, para cebarse unos mates o hacerse un guisito.
Las viejitas siempre la tienen clara, y aconsejo seguir su
ejemplo.
Antes de leer Petite
mort, consigan bastante líquido santificado y se toman unos buenos amargos.
Recién luego se zambullen en las páginas de Petite mort.
Así, protegidos, confío en que van a vivir una gran
experiencia entre el rechazo y el no poder dejar de leer, entre el asco y la
fascinación.Da la bienvenida el editor Carlos Santos Sáez. |
Matías Bragagnolo y José María Marcos. |
Matías Bragagnolo y José María Marcos. |
Martín Sancia y Ezequiel Dellutri. |
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