“La ciencia ficción
ayuda a pensar el devenir del ser
humano”
Por José María Marcos, exclusivo para
INSOMNIA, Nº 200. agosto de 2014
Gonzalo Santos (Avellaneda, 1984) ha publicado cuentos y artículos
en las revistas Axxón, Próxima, NM, Contratiempo y Criterio y en la antología Grageas 2. En 2013, Santiago Arcos editó
su primer libro, En las escuelas. Una
excursión a los colegios públicos del GBA, y en 2014, Malas Palabras Buks
lanzó El Nudo Celta de la calle Bioy
Casares, una novela de ciencia ficción atravesada por el gótico, la
filosofía y la lingüística. Profesor de Lengua y Literatura, dicta clases en
escuelas secundarias del Gran Buenos Aires y en distintos profesorados.
Actualmente, cursa una diplomatura en Ciencias del Lenguaje. En diálogo con INSOMNIA, el autor argentino expresó:
“La ciencia ficción ayuda a pensar el devenir del ser humano, no de un
individuo, no de un grupo, de un sector social, de un gobierno o de un país:
del ser humano como especie. Es tal vez el género más propicio a la conjetura y
la especulación sobre nuestra existencia. Sobre las grandes preguntas que, pese
a todo, nos debemos seguir haciendo”.
DESDE BIOY CASARES A
SIGMUND FREUD
—¿Qué escritores
reconocés entre tus influencias?
—No sé, en verdad, quiénes me han dejado marcas que se
traduzcan en la escritura. Pero me gustan mucho Bioy Casares, César Aira,
Héctor Libertella, Philip Dick, Vargas Llosa y últimamente me entretienen
bastante algunos textos de Sigmund Freud. Los leo como policiales de enigma.
—¿Qué novela y/o cuento
te hubiera gustado crear?
—Creo que Ubik, de
Philip Dick. Porque es una novela que reúne todo lo que me gusta de la ciencia
ficción. No le falta nada.
—¿Otras artes están
presentes al momento de escribir?
—Bueno, estoy convencido de que el cine y las diferentes
manifestaciones audiovisuales a las que asistimos últimamente han penetrado las
formas de narrar del escritor posmoderno, las formas de estructurar un relato,
de focalizar. E incluso más: no sólo están ejerciendo influencia sobre la
literatura, sino también sobre muchísimos otros ámbitos y discursos: penetran
incluso en algunos lugares insospechados, como una iglesia y la forma de dar
una misa.
—Publicás
periódicamente en revistas. ¿Qué le ha dado este ejercicio a tu escritura?
—Periódicamente no. Yo diría cada tanto. Empecé publicando
en Axxón hace siete u ocho años y
luego seguí en Aventurama, Próxima, NM, algunos blogs, etcétera. Esas revistas fueron las que me
hicieron conocer la sensación de ver un texto propio circulando, leyéndose. Las
que me acercaron más al lector y me hicieron considerar más seriamente sus
necesidades.
UNA EXCURSIÓN A LOS
COLEGIOS PÚBLICOS
—Tu primer libro es En las escuelas: una excursión a los
colegios públicos del GBA (Santiago Arcos, 2013). ¿Qué buscaste con su
escritura y publicación? ¿Cómo fue recibido en el ámbito docente este libro?
—En general ha tenido una buena recepción tanto en el ámbito
docente como en el literario. Muchos docentes me agradecen por haberme animado
a contar algunas cosas que suelen quedar bajo la alfombra. Problemáticas que
todos padecemos, pero de las que nadie habla. Aunque debo confesar que mi
objetivo no fue, en realidad, hacer una denuncia. Creo que la literatura,
cuando está en función de la denuncia, no sirve ni como literatura ni como
denuncia. Algo así decía por cierto Cortázar. Tampoco quise plasmar la
realidad: hubiese sido demasiado pretencioso, y tal vez ingenuo. Dicho de una
forma brutal: lo que quise hacer es vomitar mi experiencia, purgarme, y
construir, con ello, un objeto estético: literatura. No ficción, pero
literatura. Luego descubrí que ese libro fue también mi carta de renuncia a lo
docencia en secundaria.
UNA NOVELA DE
ENCIERROS
—Usualmente yo no hago grandes planificaciones antes de
escribir. Simplemente me siento, abro el Word y empiezo a escribir frases hasta
que encuentro una que me convence y, a partir de ahí, sigo escribiendo. Así que
al principio no sé en qué va a derivar todo. La trama va surgiendo durante la
escritura, y así fue en El Nudo Celta.
Si tuviese que esperar a tener una idea decorosa creo que no habría escrito ni
un cuarto de los relatos que escribí. Mi imaginación necesita el estimulo del
estar-escribiendo. Por desgracia.
—La novela tiene
historias que funcionan de forma independiente, pero que luego se van anudando
con el correr de las páginas. ¿Cómo trabajaste cada relato?
—Intenté justamente eso: que las historias se vayan anudando
gradualmente, de a poco, y que el tipo de nudo lo decida cada lector. Retomando
la dicotomía que plantea Barthes, no traté de hacer un texto legible, sino
escribible: que el lector se constituya en escritor de su propia lectura. El
texto lo empiezo yo y lo termina quien lo lee. Así son, por cierto, los textos
que me gusta leer a mí.
—¿Cómo nacieron los
personajes a quiénes bautizás como “los topos”?
—Como te dije antes, tanto la trama como los personajes se
van configurando durante el proceso de escritura. En este tipo de proceder, sin
mucha planificación, uno no es muy consciente de dónde surge cada personaje:
sospecho que hay mucho del orden de lo inconsciente, que es a veces una
incubadora de monstruos.
—Tu interés por la
filosofía y la lingüística es una de las marcas de El Nudo Celta de la calle Bioy Casares. ¿Por qué plantear ciertas
ideas en un texto literario y no en uno meramente académico?
—Si bien como te dije antes no planifiqué trama ni pensé
previamente ningún personaje, tenía hace tiempo la idea de construir una
textura de esta naturaleza. Quería ir contra lo que cualquier manual de
escritura recomienda evitar. Hacer algo decoroso con aquellos procedimientos
que nadie osaría utilizar. Por lo tanto, no me pregunté por qué plantear esas
ideas en un texto literario, sino por qué no. La literatura, a mi criterio,
todo el tiempo debe estar interpelando nuestras creencias y los parámetros
estéticos desde los que leemos y juzgamos una obra.
—Como autor, ¿cómo
definirías el contenido de El Nudo Celta
de la calle Bioy Casares?
—Como ya dije en otra ocasión, yo la pienso como una novela
de encierros, que son mi propio encierro. El personaje del tesista, por
ejemplo, no sólo vive encerrado en su casa neogótica sino también en su propia
jerga: un encierro adentro de otro. Los topos bajo tierra. El profesor de
historia en su sexualidad, o más bien en su sexopatía. Cada cual en lo suyo.
Como las mónadas de Leibniz.
EL LUGAR DE LA CIENCIA FICCIÓN
—Participás
activamente en tertulias de ciencia ficción. ¿Qué rol ocupa la ciencia ficción en
la actualidad?
—No tan activamente. Por una cosa o por otra, sólo puedo
asistir cada tanto. Creo que la ciencia ficción propicia un pensamiento a largo
plazo del que hoy carecemos: vivimos en la inmediatez, en un aquí y ahora casi
animal, como ya lo veía Ortega en La
rebelión de las masas. No vemos más allá de nuestras narices y de las
noticias de cada día. La ciencia ficción ayuda a pensar el devenir del ser
humano, no de un individuo, no de un grupo, de un sector social, de un gobierno
o de un país: del ser humano como especie. Es tal vez el género más propicio a
la conjetura y la especulación sobre nuestra existencia. Sobre las grandes
preguntas que, pese a todo, nos debemos seguir haciendo.
—¿Cómo ves el
desarrollo de la ciencia ficción en la Argentina ?
—Últimamente el fandom
está muy activo, aunque en mi opinión bastante disperso. Hay muchas revistas y
publicaciones, tanto virtuales como en papel. Se están publicando libros
(algunos muy buenos, por cierto), que a veces pasan desapercibidos para los lectores
del género, porque por algún motivo o prurito (vaya a saber) no se los
promociona como ciencia ficción, ni hay nada en el paratexto que indique algún
tipo de pertenencia al género.
—¿Qué lugar ocupa la
literatura en tu vida?
—Ocupa todo lo que va quedando vacío. Que cada vez es más. Donde
antes estaba Dios, ahora hay literatura. Donde antes había creencias políticas,
ahora hay literatura. Donde antes había muchos amigos, ahora hay literatura. Donde
antes estaba el fútbol y los deportes, ahora hay literatura. Es como un virus.
—¿Estás trabajando en
algún nuevo proyecto?
—Últimamente, entre las correcciones de mis talleres de
escritura en los profesorados, las reseñas y notas, los trabajos para distintos
seminarios, mi novia, etcétera, mucho tiempo para embarcarme en proyectos de
escritura propios no tengo. Hace varios meses, tal vez un año, estoy tratando
de crear un libro de cuentos que recorren distintos géneros y que orbitan
alrededor de una idea central. Espero terminarlo antes del 2015.
MIENTRAS ESCRIBO
Sobre Stephen King, Gonzalo Santos dijo: “Hace mucho que no
lo leo. Lo leí y lo disfruté bastante a mis diecinueve, veinte años, junto a
relatos de Poe, Lovecraft, William Hope Hodgson, Bram Stoker, Clive Barker. Me
atraía mucho el terror. En este momento uno de los libros que más recuerdo es El juego de Gerald, del que espero que
en algún momento se haga alguna versión para el cine. En su momento me sirvió
mucho Mientras escribo, que a veces
recomiendo para los que están iniciándose en la escritura. En cuanto a las
adaptaciones, creo que las que más me gustaron fueron Misery, Maleficio y Carrie”.
ASÍ ESCRIBE
Fragmentos de la
novela El Nudo Celta de la calle Bioy
Casares (Malas Palabras Buks, 2014)
El Malleus
Maleficarum, que alguna vez integró la lista del Index Librorum Prohibitorum, apareció, de pronto, bajo la pirámide
o cuna de Judas que guardo en una de las habitaciones. No recordaba haberlo
puesto ahí —hacía años, incluso, que no lo veía—, de modo que tomé su presencia
como una señal, aunque por el momento no supe de qué.
El libro, básicamente, es un tratado sobre la brujería, en
el que sus autores —Sprenger y Kramer— describen las formas que pueden asumir
los hechizos. Ellos dicen, además, que quienes son más propensas a la tentación
de los demonios son las mujeres, dado que tienen un intellectus inferior o más débil que los hombres, idea con la que,
por cierto, no estoy del todo de acuerdo, aunque si viviera en la misma época que
esos inquisidores dominicos creería en ello fervientemente, porque quizás, como
ellos, también sería un inquisidor dominico.
***
Últimamente, en la caverna habían empezado a aparecer
algunas ratas enormes que se alimentaban de los muertos, pero que, a veces, no
podían distinguirlos de los vivos (en ocasiones ni siquiera los hombres podían
distinguirlos bien, e incluso a este humilde narrador le cuesta bastante
trabajo hacerlo), porque reptaban en las piernas de aquellos que respiraban y
les comían algún pedazo de carne. Por eso, cuando Claudio sintió un cosquilleo
en la pierna derecha, pensó inmediatamente que se trataba de una rata y revoleó
un manotazo por instinto.
Sin embargo, esta vez
no era ningún roedor. Era la mano de María, que estaba por llegar a los muslos
y después seguramente a su pija.
—¡Soy yo, pelotudo! Casi me quebrás.
Claudio le pidió disculpas, esperó que a ella se le pasara
la bronca, la tomó de la mano y después empezó a jugar con sus pezones, que
estaban duros, mientras ella, repentinamente excitada, buscó su clítoris con
alguno de sus dedos, y entonces por unos instantes dejaron de percibir la
podredumbre de los muertos, que ya formaban una pila altísima. Ya no tenían
fuerzas siquiera para sentir amor, aunque allí (y acaso afuera también) el amor
tal vez consistía en eso: en dejar de percibir la podredumbre de los muertos.
***
Al principio no lo entendía, pero después comprendí que la
razón de ese cambio tan repentino es la irrupción de ese sentimiento materno,
que se ha apoderado definitivamente de ella. En realidad, no era que no le
gustase la casa; sino que al bebé no le habría de gustar, y Katia ahora mira
todo con los ojos del nonato. Ella ya no importa. Yo tampoco.
Si viviéramos en la Edad Media , pienso, sería muy fácil persuadirla.
Es más: casi no haría falta. La ternura, la afectividad, asociadas a la
infancia, al niño, aún no se habían construido discursivamente y, por lo tanto,
no existían. El infante, ser incompleto, defectuoso, era una pieza de mano de
obra, como cualquier otra. La adoración, la exaltación de la juventud, de la
niñez, es un fenómeno que viene de la posmodernidad, hace ya varios siglos. Yo
nunca lo entendí: no concibo, en absoluto, que se valore más la vida de un niño
y, más aún, de un nonato, de un no nacido, que la vida de una res cogitans que sabe de la muerte, que
tiene una historia, una biografía, recuerdos, y cuyo fenecimiento resultaría,
por lo tanto, mucho más cruel.
Por supuesto, nunca di a conocer mi opinión —ese argumento,
podría decirse—, y menos a Katia.