Por José María Marcos (*)
En una antigua abadía de Burgos, un monje y doce hombres de
negocios, vestidos con sencillez, cenan a la luz de las velas.
—Padre, le agradecemos lo que ha hecho por nosotros durante
esta semana. Hemos recordado el valor de una vida sencilla —dice Lucas, líder
del grupo empresario.
—Es nuestro deber guiar a la civilización hacia tiempos
mejores —señala el sacerdote, con parsimonia—. Los recursos se van acabando y
las personas creen que Dios nos ha abandonado. La fe se va perdiendo, y eso es
muy peligroso.
Lucas, con la boca llena y la cara roja, pregunta:
—¿Qué estamos comiendo? No es carne humana. Su sabor me
transporta a la época en que éramos niños y los animales, los peces y las aves aún
vivían.
—La iglesia rechaza el canibalismo, Lucas. Evitamos la
condena social para que haya paz y armonía. Pero la empresa para la que ustedes
trabajan ha encontrado una solución mejor.
—¿Qué estamos comiendo, Padre? —insiste el líder, mientras
gotas de transpiración se acumulan en su pelada.
—Se ha descubierto que los extraterrestres son el camino.
Hay ejemplares con abundante carne y poca grasa. Las primeras pruebas indican
que sus propiedades son muy buenas. Con esta medida, superaremos la actual
crisis. Ustedes deben buscar la mejor manera de llevar la verdad a cada hogar. En
la Biblia está
muy claro: Entonces Dios dijo: “Hágase el
hombre a mi imagen y semejanza, para reinar sobre los peces del mar, las aves
del cielo y los animales de la tierra”. Donde señala “aves del cielo” entendemos
que incluye todo aquello que vive en el espacio aéreo.
Los hombres escuchan al monje con atención y asienten a cada
palabra sin dejar de comer. Tras un breve silencio, Lucas habla en
representación de la delegación:
—Lo felicito, Padre. Es un plato exquisito. Cuente con
nosotros.