Reseña de Los
fantasmas siempre tienen hambre, de José María Marcos ,
publicada en Revista Alrededores, el viernes 14 de junio de 2013. Escribe: Por
Juliano Ortiz (@julianopositivo)
“Wolgang se volvió completamente loco y murió más tarde en
un manicomio”, es el fin del cuento que más me asombró a los nueve años de
edad. La obra fue escrita por un tal Washington Irving y se llamaba “La dama
del cuello del terciopelo”. Me acuerdo del horror y del gusto que, desde ese
momento, tomé por el género que luego me acercó a Robert Bloch, May Sinclair,
Edgard Allan Poe, Conan Doyle, H.P. Lovecraft, Ambroise Bierce y tantos otros.
Tómese en cuenta como comienzo esta reseña: con recuerdos.
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese
montón de espejos rotos”, dijo Jorge
Luis Borges, y allí está el punto central de los cuentos que
invaden el libro de José María Marcos. La memoria del hijo que es torturado por
su padre, o la del protagonista que escucha la voz de Isidro, o la tierna y
demencial evocación de Matías en “La muerte de Rocky”.
En cada cuento existe ese componente humano que nos iguala y
distingue. Y desde esa memoria de personajes sencillos y cotidianos, José María Marcos se
vuelve un escritor arriesgado, partiendo como una flecha con precisa habilidad
hacia el objetivo de todo buen narrador de terror, ese lugar donde habitan el
asombro, el miedo, los secretos, las obsesiones. Aunque escribe sobre temas de
actualidad, se vislumbra en su ritmo una frecuente e inequívoca valoración de
los estilos de los grandes del género. Busca y se siente capaz al utilizar
ambientes de cuentos clásicos, frases e ideas que robustecen los laberintos que
construye. Espejos rotos decía Borges, espacios que se ocultan más cerca de la
superficie de nuestra conciencia que otros, pequeñas crueldades que se
intensifican a medida que avanzan las historias para terminar en un giro, o en
una esperada oscuridad, que por esperada no deja de ser siniestra.
La literatura de