“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Terror: los oficios terrestres

Entrevista a los hermanos Carlos y José María Marcos


Blaise Orbañeja busca el Tratado teórico del oficio de muerde muertos y Jesús Figueras Yrigoyen quiere saber sobre el destino de su hermano Ignacio. Cada uno tiene algo que el otro desea, y sólo juntos pueden llegar a descubrir por qué el azar los ha puesto en el mismo camino. Redoblando su apuesta por el terror, lo erótico, la trama policial y el realismo delirante, los hermanos Marcos presentan una novela epistolar que transcurre entre Buenos Aires y Salamanca, reconstruyendo los pasos de los extraños muerde muertos, que se suman al panteón de los seres fantásticos de la mejor literatura universal.
¿Cómo despierta en cada uno de ustedes el germen de la escritura?

Carlos Marcos (CM): La palabra “germen” me sitúa en una mixtura entre el autodidactismo paterno, que llega a límites insospechables, y la confianza materna, de similares características. La pregunta me dispara un recuerdo infantil, que creo comparte José María: de niños, leía para él, o simulaba leerle, las revistas Patoruzito. Digo “simulaba leerle” porque le llevo unos pocos unos años, así que aprendí a leer muy poco antes que él. Simplemente miraba la secuencia de dibujos e inventaba los diálogos, más o menos a la manera de un escritor que observa la caricatura del mundo y crea, inventa, adivina una o dos frases, y finalmente, lee en ese movimiento de confianza cuando uno se autoriza a sí mismo como escritor.

José María Marcos (JMM): Mirando para atrás, uno siempre puede llegar a encontrar varios inicios. Los más nítidos son mi relación con las películas de terror, aventuras y ciencia ficción, y muchas canciones de rock en castellano, que contaban historias o recreaban el mundo. Esas formas son mi primer contacto con la narración, y soy conciente de su importancia a la hora de repensar mi imaginario. Pero, hablando de recuerdos infantiles y de cómo ciertos hechos te marcan, me acuerdo de una ocasión en la que debía escribir una composición sobre la llegada de Colón a América. No sabía qué hacer y le pregunté a Carlos si se le ocurría algo. Él me escribió una historia de un enano lleno de piojos que llegaba en una de las carabelas. Orgulloso, transcribí la historia en mi cuaderno, le agregué algunas cosas de cosecha propia, y presenté la redacción, con la convicción de que aquello se merecía la nota más alta. Grande fue mi sorpresa cuando la maestra me devolvió la redacción con un aplazo, me retó y me pidió que rehiciera la redacción. Aquello me provocó desazón, pero también la certeza de que la escritura podía ser algo poderoso, que tenía elementos que podían inquietar a mi maestra, a la autoridad. Rehice el texto, según las indicaciones de la docente, y aprobé, pero guardé para mí esa enseñanza involuntaria de la maestra. Pienso que, tal vez, aquel fue nuestro primer texto en colaboración. Lamento, hoy, no tener aquel escrito.

¿Cuáles nombraría cada uno como sus referentes literarios?

CM: En mi caso es un poco más difícil pensar la influencia literaria. Trabajar en bibliotecas y librerías de anticuarios te trae un revoltijo de lecturas imposibles. Trato de leer todo lo que cae a la mano y soy altamente influenciable.

JMM: En mi niñez: Patoruzú, Patoruzito, Condorito, Sábados de súper acción, Hollywood en castellano y Kenia Sharp Club. En mi adolescencia: los poetas surrealistas, con Artaud y Pizarnik a la cabeza. Más adelante: Ernesto Sabato, Enrique Medina, Stephen King, Bernardo Kordon, Clive Barker, H.P. Lovecraft, Antonio Dal Masetto, Alberto Laiseca y Liliana Bodoc. Hoy: un revoltijo de influencias que va desde mis investigaciones relacionadas con los cuentos fantásticos, raros, de horror y demás sobrenaturalezas, hasta infinidad de autores contemporáneos que sigo, porque me gusta saber qué y cómo se escribe hoy.

¿Cómo nace el binomio “los hermanos Marcos”?

JMM: Como comentábamos antes, la lectura está íntimamente ligada con nuestra infancia, con lo lúdico de aquella época, y también con nuestra adolescencia cuando Carlos era el primer lector de mis textos, y yo, el primero de los suyos. Esa intimidad, esa confianza, fue modelando ese binomio. Si retomo la anécdota infantil: quizás todo haya nacido con la historia de un enano piojoso que bajó de una carabela.

CM: El sello “los hermanos Marcos” surge por un desacierto generalizado y por extenuación. Nos viene ocurriendo desde siempre que muchos no saben quién es “Carlos”, y quién, “José María”. Viejos compañeros de infancia nos cruzan al día de hoy y nos saludan como si fuéramos el otro; incluso, hace unos días, un tío nuestro que vive en Francia y que viene muy de vez en cuando, comenzó una charla conmigo en un asado familiar y la terminó telefónicamente con mi hermano. En el ámbito literario lo mismo. “¿Vos leíste allá?”. “No, ése es mi hermano”. “¿Vos publicaste aquello, o lo otro?”. “No, ese es mi hermano”. “¿Vos estuviste en tal presentación?”. “No, ése es mi hermano”. Etcétera, etcétera, etcétera. Cosa que ya nos divierte y no nos preocupa desmentir. Le seguimos la corriente a todo despistado que nos pregunta a nosotros por nosotros mismos, o viceversa. En una presentación de un libro donde tenía que hablar yo (a último momento se me complicó), José María me reemplazó leyendo un texto que comenzaba: “Buenas noches, soy Carlos Marcos”. Así las cosas, para todos, es más sencilla la denominación “los hermanos Marcos” que nos permite estar en varios lugares al mismo tiempo, y a veces, en más de dos, gracias a lo esquizofrénico del ambiente literario.

JM: Además, hay una gran tradición en el sello “hermanos”.

CM: Claro: los Grimm, los Cuestas, los Cohen, los Karamazov, los Pimpinela, los Pinzon, los Writh, los Kip, los Dalton, las hermanitas diabólicas, los Lumière, los Wachowski, los Maristas, las Brönté, los Marx, los Lopilato, los Ábalos, los Schoklender, los Expósito, los Tanner, los Warner, los Podestá, los Visconti, los Macana... Algunos ejemplos son más felices que otros, pero que, al fin y al cabo, componen una lista a la que queríamos sumar la denominación “los Marcos”.

Siendo hermanos les deben consultar siempre por sus semejanzas. ¿Cuáles son sus diferencias formativas y estéticas?

CM: No voy a simplificar la tarea de los lectores, pero recurriendo a algunos lugares comunes bastante endebles, uno es más épico y otro más poético, uno más barroco y otro más gótico, uno más onírico y otro más descarnado, uno trata de olvidar la realidad trasponiendo lo imaginario y otro trata de olvidar lo imaginario traspasando los rasgos de la realidad. Es decir: uno es más un traje de ceremonias y otro más un traje de combate, pero tratamos a un mismo tiempo que sean de buena tela, con una buena costura y una buena hechura.

En una sola frase, ¿cómo se definiría el uno al otro?

CM: Para mi hermanito tendría varias frases elogiosas. Una, la que primero pensé casi automáticamente y que José repite en más de una oportunidad: “Denme lo que he venido a buscar y me iré”, que pertenece a un personaje de Stephen King. Empeño y desafío en un solo golpe.

JMM: Imaginación en estado puro. Uranio 235 natural. Una muestra de ello es el libro iluSORIAS, que saldrá en mayo de 2013, con 165 artistas plásticos que ilustran la novela Los sorias, de Alberto Laiseca. Es una idea que se le ocurrió a Carlos y que puso en marcha de la mano de Mica Hernández.

Muerde muertos no es la primera obra que escriben en conjunto. ¿Cómo es la experiencia de escribir a cuatro manos con un hermano?

JMM: Ha sido una experiencia muy enriquecedora y lo que más nos enorgullece es haber logrado una tercera voz, que no es de Carlos ni de José María, sino de los hermanos Marcos, pues nuestras obras individuales son muy diferentes. Eso fue algo que aprendimos en el proceso, y por eso ambas novelas llevan el subtítulo “quién alimenta a quién”.

Muchos autores hablan de sus libros como hijos. ¿Cómo se siente esta paternidad compartida? ¿Existe una diferencia de percepción con sus libros en solitario?

CM: Yo me levanto por las noches a darle la teta. En cambio, José le cambia los pañales. Nos complementamos bastante bien y los acompañamos mucho juntos. No, de verdad: es un placer, nos divierte y siempre lo hemos tomado como una extensión de crédito en nuestros juegos infantiles. En solitario nos convencemos de cualquier cosa. A mí me gusta pensar que es una novela erótica, con ribetes macabros, y José que es una novela de horror, con detalles eróticos. A lo mejor, sea ambas cosas, y eso nos permite seguir brincando cada uno su propia cuerda, en una misma travesura.

Al fundar la editorial Muerde Muertos, ¿ya contaban con la explicación de la marca, o esta surgió recién al proyectar la novela?

CM: El nombre de la editorial es anterior a la novela. Cuando comenzamos a barajar nombres, el término “muerde muertos” salió de un viejo cuaderno de apuntes, de datos raros, extravagantes y pavadas totales que todos llevamos como parte de la tarea de escribir. Está tomado de una pequeña nota al pie de un libro de Bruguera, de una colección que se llama “Los enigmas del mundo”. Es un ensayo sobre fenómenos paranormales y seudo científicos que rozan lo fantástico y lo increíble. Se nombraba allí a los “croque morts” muy ligeramente. Investigando un poco, la anécdota resultaba fascinante, y una traducción oportuna al castellano colocaba a la profesión a la altura de la sociedad Marcos & Marcos. La novela ahonda un poco más en esa mitología y le agrega toda una teología al sello editorial.

JMM: El concepto “muerde muertos” era tan fuerte, que, luego de poner en marcha la editorial, se nos ocurrió que la nueva novela debía llamarse así, para de paso dar a conocer cuáles son nuestras inclinaciones estéticas. En esta segunda novela siempre iba a existir un libro, lo que no sabíamos era que iba a terminar llamándose el Tratado del oficio del muerde muertos.

¿Cómo toma forma en el imaginario de los hermanos Marcos el oficio de muerde muertos? ¿Existe alguna referencia cinematográfica o literaria que los haya influido en esta creación en particular?

CM: No hay muchas referencias al oficio. Igual vale agregar que nuestra idea, tanto en esta novela como en la anterior, fue comenzar en un escenario clásico, hasta remanido te diría. Recuerdos parásitos se iniciaba con el protagonista escapando, cuando medio extraviado encuentra un cadáver en la noche en un pueblo perdido. Muerde muertos se inicia con la búsqueda de un manuscrito y un hermano desaparecido, de modo que se inscribe en una genealogía imposible de detallar, que citamos constantemente hasta reírnos de ella.

JMM: El uso del procedimiento epistolar no surge como homenaje o referencia a obras clásicas, sino porque nuestro padre (nacido en Salamanca en 1931 y venido a la Argentina en 1949) sigue hasta hoy manteniendo una fluida comunicación con la familia de allá, a través de cartas, donde es capaz de relatar largas peripecias, muchas dignas de obras literarias. De niños, a su vez, ese intercambio nos maravillaba, porque las cartas que llegaban de Salamanca estaban plagadas de cosas que nos parecían sacadas de Las mil y una noches, y entonces, ese Salamanca imaginado por nosotros, que es el que aparece en la novela, era el lugar propicio para la concreción de ciertos prodigios.

¿Cómo surge la idea de los dos protagonistas y de sus motivaciones?

CM: A los protagonistas les otorgamos nuestras profesiones, o, mejor dicho, las ideas trucadas de nuestras respectivas profesiones. Buscamos que fueran dos sujetos que hubiesen transitado sus quehaceres con cierta pasión, pero que se encontraran retirados y que alguna vieja deuda los mantuviera alertas.

JMM: Traté de exacerbar en el periodista una mirada desencantada que otorga una profesión que oscila entre el pragmatismo y cierta ética, entre la búsqueda de la verdad como valor máximo y la decepción de ser apenas el furgón de cola del poder, que en última instancia siempre termina decidiendo qué es la verdad.

¿En algún momento trastabillaron o se sintieron acotados por la decisión de embarcarse en una novela epistolar?

CM: Pienso que este procedimiento nos ayudó muchísimo para desarrollar nuestras contradicciones, para poder avanzar y canalizar cualquier discusión a través de la correspondencia. Allí se daba el duelo, el contrapunto. Se nota y eso la hace interesante también por las discrepancias y las incongruencias del acuerdo.

JMM: En todas las novelas que escribí, solo o con Carlos, viví siempre más o menos lo mismo: arranco con la convicción de que estoy ante una idea genial, que esta vez voy a escribir mi mejor novela. Empiezo lleno de optimismo y alegría, pero, a mitad de camino, me asaltan las dudas, se me da por pensar que estoy arruinando la idea maravillosa, o que en realidad no era para tanto, hasta que me llamo a orden y me digo: “No hay peor novela que la que no existe”, y sigo adelante, cortando y jibarizando cabezas, a troche y moche. Invierto esa tendencia a creer que la mejor novela es la que se está por escribir. Esa es una linda metáfora, pero nada más. Las mejores novelas son las que están escritas. Y cuando pongo el punto final siento un placer inigualable.

Uno de los aciertos de la novela es la verosimilitud en los nombres de personajes y lugares. ¿Son pura invención o se corresponden con alguna realidad?

CM: Como escritores espiamos mucho ese reflejo tembloroso de la realidad, nos divertimos con ese pasatiempo. En la novela hay de todo: personajes con nombres ficticios, con nombres reales, múltiples referencias literarias, chistes internos, complicidades con amigos y hasta pequeñas maldades cifradas. Pero todos los personajes son reales: siempre son reales para nosotros. La ley de hierro, invariablemente, es la musicalidad de los nombres, la arquitectura del acierto, el equilibrio exacto entre la provocación y el homenaje. Persistentemente, una sabia ingenuidad.

JMM: Para darle encarnadura a mi personaje me basé en periodistas o escritores amigos que tienen más o menos la misma edad que el personaje de la novela, y los hice interactuar en la ficción. Eso me ayudaba a imaginarlo en determinado contexto histórico, cultural, social, y verlo inmerso en cierta temporalidad. Una de las personas que nombro al pasar es el historiador Víctor García Costa, quien forma parte de una peña de intelectuales que se llama “La Mesa de los Jueves”. Mi personaje, por la edad, podría ser parte de esa “Mesa”.

¿A la hora de escribir la novela, pautaron capítulo a capítulo con precisión, esbozaron las líneas generales del argumento y decidieron un final o ni siquiera eso?

JMM: Es muy difícil pautar todo capítulo a capítulo. Hay escritores que dicen que lo hacen de este modo. En mi caso me gusta imaginar un final posible y marchar hacia él, y así fue cómo trabajamos.

CM: Creo que cada uno decidió vivir el proceso de manera bastante disímil y aún recordarlo de modo completamente opuesto. Me gusta pensar que, aunque jugamos con los mismos soldaditos de plomo, él estaba en la primera guerra mundial y yo en la segunda, y a pesar de eso, conquistamos Kamchatka a un mismo tiempo.

Ahora que hay una especie de boom zombi que desdibuja su origen, sus metáforas y parábolas, ¿con qué costado del fenómeno zombi comulga la novela Muerde muertos?

CM: No sé si el llamado “boom zombi” desdibuja en algo tanto al boom como al zombi. Por un lado, a la industria le da lo mismo que sea un zombi o una milanesa de soja hispano parlante, si es que funciona, y por otro, no voy a decir que zombis y travestis eran los de antes, no. Quizá podríamos pensarlo en términos de eficacia, y ahí, sí, revisitar sus orígenes, sus metáforas y sus parábolas para actualizar algunas ideas. Mientras tanto, la novela, nosotros y los zombis compartimos esa ideología fangosa, mezcla de orientalismo Zen y primitivismo cabeza dura, de que el mundo tendría que marchar de otro modo. Como los zombis, tenemos la simple confianza en las virtudes del amor universal hacia la carne literaria, la sangre de la lectura y las vísceras travestis del arte.

JMM: El zombi moderno es un monstruo que nace en el cine en 1968 con George Romero, con la colaboración involuntaria de Richard Matheson y su novela Soy leyenda. A mi juicio, este zombi es el monstruo que habla mejor de nuestros tiempos: un ser sin trascendencia, que sigue caminando pese a estar muerto. En el caso de nuestra novela, la presencia zombi está más influenciada por el viejo zombi que viene de África, que es una especie de ser manipulable y que contempla la dimensión religiosa. Nuestra novela en sí es una novela gótica que sigue trayendo un poco de oscuridad y de escepticismo ante lo establecido. Es una novela que nos recuerda que la realidad se nos puede agrietar en un abrir y cerrar de ojos.

Nota publicada en enero de 2013.