“Lo monstruoso es el lado B de una
normalidad que funciona sólo en apariencias”
normalidad que funciona sólo en apariencias”
“Cuando era pequeño odiaba el terror. Mis amigos se reunían a ver Viaje a lo inesperado y yo los esperaba jugando en la habitación contigua. Fue recién con Sábados de Súper Acción que le encontré el gusto a la cosa. Mi primera peli del género fue El abominable Dr. Phibes y, luego, su continuación. Siempre opté por la literatura fantástica. El salto se produce con Ray Bradbury. Empecé con El vino del estío, pero El país de octubre es una de las mejores antologías de cuentos de terror que he leído. Stephen King dijo que el viejo Ray le había abierto el camino hacia el horror. A mí me pasó lo mismo”. Las palabras pertenecen a Martín Troncoso, escritor y cuentista argentino, que en 2022 logró la publicación de Historias de vida precedidas de muerte (con relatos de terror y ciencia ficción), al recibir en España el Primer Premio del XLIV Certamen Carta Puebla de Cuentos. Nacido en Buenos Aires en 1969, Troncoso desarrolló trabajos de guionista en diversos medios de la ciudad de Buenos Aires —radio (Rock & Pop), gráfica (Humor, Página/12) y tevé (Medios Locos, Canal A)—; fue docente de Opinión Pública y Publicidad en la Universidad de Buenos Aires (1999-2001); y trabaja en publicidad y en el Archivo General de la Nación. En 2021 obtuvo la licenciatura en Ciencias de la Comunicación (UBA). Publicó el libro humorístico El robo del siglo. Las obras completas de Sócrates (Distal, 1998), bajo el seudónimo Sócrates Tabares, obra de la que hoy reniega (un poco). Desde el comienzo de la pandemia en 2020 participó en distintos certámenes literarios, obteniendo reconocimientos en España, México, Alemania, Colombia, Perú, Venezuela, Bolivia, Reino Unido, Costa Rica, Uruguay y Argentina.
—¿Cuáles son tus mayores referencias literarias?
—Aparte de King y Bradbury, mis gustos son clásicos: Poe, Lovecraft, Phillip K. Dick, Orwell, Boris Vian. De Argentina: Cortázar y Quiroga. La mayoría manejan un concepto similar, un hecho extraordinario donde los protagonistas deben sobrevivir con sus armas ordinarias. Algunos de ellos lo logran, otros mueren en el camino. Para nuestros héroes caídos vaya un sentido in memorian.
—¿Qué libros te marcaron?
—Me salgo del género para citar toda la obra de Chesterton y de Herman Hesse, auténticas escuelas filosóficas y morales. Canto a mí mismo de Whitman es un libro de cabecera para poder celebrar la vida y no veo ninguna contradicción en ello, al fin de cuentas los escritores de obras de terror resultamos profundamente moralistas y amantes de expandir los límites de la probabilística y ensanchar las cosmovisiones de la existencia. El género fantástico en sí se encarga de esa tarea tan necesaria.
TERROR, SÁTIRA SOCIAL, FANTASÍA
—Desde el comienzo de la pandemia te abocaste a participar de concursos. Tuviste una buena repercusión y hasta ganaste el XLIV Certamen Carta Puebla de Cuentos. ¿Cómo surgió esta iniciativa y qué significaron los distintos reconocimientos?
—En tres años y dos meses de comenzar a participar en certámenes, llevaba acumulada la cifra de sesenta y dos premios literarios obtenidos, contando primeros puestos, segundos, menciones de honor o selección para antologías. Todo surgió como un pasatiempo durante el encierro pandémico. Por trabajos personales yo había dejado de escribir o lo hacía muy esporádicamente. A partir de allí no pasé un día sin escribir al menos cuatro páginas y se fue armando una bola de nieve muy positiva. Creatividad y reconocimientos. Historias de vida precedidas de muerte tuvo buena acogida. Los premios en general marcaban que iba por el buen camino. El que dice que no necesita de la aprobación externa miente, aunque no debe ser lo único que te guíe ni influenciar en el acto creativo, que es muy íntimo, pero es un muy buen aliciente. Allí abarqué de todo, terror, sátira social, fantasía y hasta cuentos infantiles.
—Historias de vida precedidas de muerte está plagado de referencias a la literatura y el cine fantástico, a la ciencia ficción, al terror. Hay carniceros enajenados, extraterrestres, personajes que duermen en cementerios, grimorios, seres sedientos de sangre, menciones a Innsmouth, dimensiones paralelas y otros tópicos. ¿Qué impulso lo puso en marcha?
—Es un libro ecléctico ya que debía enseñar, en un certamen, un muestrario de lo que tenía. La idea es que mi próxima obra (La palanca del cadalso) sea una colección más homogénea de cuentos, todos relacionados con el terror. El primero fue una degustación, el siguiente será cocina de autor temática. Y quiero hacer una salvedad: las obras que más me gustan no son específicamente del género, prefiero un relato “con” terror, que uno “de” terror. No es lo mismo, te permite actuar con más libertad.
—¿Cuáles definirías son tus preocupaciones centrales que aparecen en tus relatos?
—Para empezar siempre me ha interesado el tejido del que se compone la realidad. Es en los huecos, en los intersticios existenciales, donde se encuentra lo más jugoso de la naturaleza humana. Lo extraño y especial permiten la libertad de jugar con límites muy abiertos, que, por ejemplo, no posee una novela histórica. La sátira y el humor pueden estar delineados delicadamente en mundos que no reconocés como cotidianos, aun cuando no sean chistes que te matan de risa, sino más bien una mueca burlona, medio ácida. Transito este camino procurando no caer en la desesperanza del cinismo.
—¿Por qué elegir a lo monstruoso y lo espectral para hablar de la realidad?
—Ya lo dijeron sabiamente en los X Files: “Quiero creer”. La presencia de seres del más allá, sean este físicos o fantasmagóricos, implican la existencia de un mundo espiritual. La vida cotidiana nos impone casi únicamente metas materiales. Me parece un mundo mucho más interesante y divertido, aquel donde con las explicaciones racionales no alcanzan y no hay una sola verdad, sino verdades que bien pueden modificarse a cada instante. Lo monstruoso es el lado B de una normalidad que funciona sólo en apariencias. Personalmente tengo más apego por un xenomorfo que por el protagonista de una novela de folletín romántica y heroica, por más que el alien nos pueda despedazar en un mísero instante.
—En 1998 publicaste El robo del siglo. Las obras completas de Sócrates. ¿De qué trata?
—Siempre digo que reniego de su existencia. Fue un compilado de guiones que publicó Distal en mi paso por Rock & Pop. No obstante, tenía un concepto que me parecía divertido. El nombre se debe al título de una obra que nunca existió y que el entonces presidente Carlos Menem juraba haber leído, aunque el bueno de Sócrates nunca escribió ni una palabra y todo lo que conocemos de su saber se debe a Platón y Aristóteles. El libro ironiza sobre un homónimo uruguayo, Sócrates Tabares. Tuve la suerte de haber contado con un prólogo escrito por el gran Roberto Fontanarrosa y la enorme voluntad de José Narosky y el doctor Tangalanga que le dieron un costado bizarro a un libro que no es otra cosa que una enorme gastada al mundo de los aforismos. De hecho, hay un meme que he visto en varias oportunidades y dice: “Cuando un pene es muy pequeño cambia de sexo. Es una pena”. Pues bien, esa frase es de mi autoría y reto a cualquier lector a que rastree un chiste similar antes de la publicación del libro.
“MIS REFERENCIAS DEL GÉNERO SON TANTO LITERARIAS COMO FÍLMICAS”
—¿Qué pasó con tu vocación literaria entre 1998 y el 2020?
—Me alejé de los medios, que son una auténtica picadora de carne. Podría decirse que fue tiempo perdido, pero considero lo contrario: fue en ese período cuando conformé una verdadera familia. Siempre seguí despuntando el vicio de la literatura, pero recién volví a enfrascarme en ella durante el período de encierro obligatorio de la pandemia.
—Sos licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), trabajaste en distintos medios y escribiste documentales. Trabajás en publicidad y en el Archivo General de la Nación. ¿Qué de todo esto aparece en tu literatura?
—Un bachiller de la vida, digamos. En la mayoría de esos ámbitos se favorece el lado creativo y, a su vez, el aprendizaje de la mecánica del conocimiento del proceso comunicativo. Vender una idea puede servir tanto para un cuento como para una lata de tomates, aunque sin dudas es mucho más agradable desarrollar una idea libremente y que tome la forma de un relato.
—Incursionarte también en la literatura infantil y juvenil. Contamos de esta experiencia.
—Página/12 tenía un suplemento infantil llamado Zigzag y allí desgranaba mis cuentos de las “Crónicas de la dimensión despatarrada”. Eran cuentos que tomaban la mecánica del terror, pero sin asustar, usando los tópicos comunes del género y procurando trabajar con un mensaje de aceptar a la diversidad por más deforme que fuera. El público infantil me parece tremendamente interesante, los niños procesan la realidad de otra manera, mucho menos rebuscada y con mejores intenciones que el mundo adulto. El secreto está ahí en divertirlos de la manera más sincera que podamos, sin tanta bajada de línea ni adoctrinamiento.
—Los cuentos de Historias de vida precedidas de muerte proponen muchas imágenes. ¿Te gusta lo audiovisual?
—Apunto hacia esa dirección. Por mercado y por placer. Mis referencias del género son tanto literarias como fílmicas. El terror alcanzó popularidad y prestigio gracias a la cinematografía. Incluso el cine de clase B es un subgénero donde se encuentran piezas interesantísimas. Lo que hoy en día está haciendo Mike Flanagan me parece de altísima calidad. No imagino la labor creativa como un compartimento estanco encerrado en la literatura, por ejemplo; toda obra es susceptible de ser multimediática y, en mi caso, hay una intencionalidad manifiesta hacia ello.
—Proponiéndote un juego, ¿qué relatos imaginás en una pantalla? ¿Actores, actrices, director?
—Mensaje para Guillermo del Toro: “Usá mis cuentos para una nueva temporada de Gabinete de curiosidades”. Ojalá atienda el teléfono. “Invasión H” es ideal para un falso documental sobre un apocalipsis zombie, pero revisionado desde el lado de los comecerebros. “Rodados sedientos de sangre” con la idea de los autos vampiros me parece muy filmable. “El asesino de posibles” trata sobre un viajero en el tiempo que visita el futuro para asesinar sus futuras versiones y me parece ideal para Duncan Jones. Siempre serán bienvenidos en mis filmes Gary Oldman, Tom Hardy y Benedict Cumbertbach, y aunque más no sea, quiero un cameo de Emma Thompson y Scarlett Johansson. No pido mucho.
EL DIOS DEL TERROR. Al hablar sobre su pasión por Stephen King, Martín Troncoso afirmó: “Puedo tener sagradas trinidades literarias, pero Stephen King es el Dios. No lo digo solamente por su inabarcable talento innato, sino por su modo de producción. Siempre me agradó el estilo sencillo, comercial, en el buen sentido de la palabra, y que, sin embargo, escondía en sus páginas temas muy densos y oscuros sobre la condición humana. No es necesario ser un intelectual como su némesis Harold Bloom para ser reconocido y respetado, pero a no engañarse: el Rey es un erudito que lee a Joyce mientras desayuna en Mc. Donalds. Esa combinación entre industria y arte me resulta muy saludable. No creo que ninguna editorial le tuerza la mano en sus momentos de inspiración. Comencé con Christine, un manual de supervivencia adolescente para chicos freakies como yo, aunque Arnie Cunningham cuenta con un Plymouth 58 Fury muy especial y yo no. Cementerio de animales e It me parecen perfectos. En cuanto a una filmografía despareja, creo que los mejores trabajos son aquellos donde justamente eligen al King menos espeluznante por su profundidad para detallar personajes e historias: Sueños de libertad, Cuenta conmigo y La milla verde están entre mis favoritos. No dejen escapar Maleficio. Estoy en contra de las remakes, pero esa se lo merece”.
ASÍ ESCRIBE
—¿Cuáles son tus mayores referencias literarias?
—Aparte de King y Bradbury, mis gustos son clásicos: Poe, Lovecraft, Phillip K. Dick, Orwell, Boris Vian. De Argentina: Cortázar y Quiroga. La mayoría manejan un concepto similar, un hecho extraordinario donde los protagonistas deben sobrevivir con sus armas ordinarias. Algunos de ellos lo logran, otros mueren en el camino. Para nuestros héroes caídos vaya un sentido in memorian.
—¿Qué libros te marcaron?
—Me salgo del género para citar toda la obra de Chesterton y de Herman Hesse, auténticas escuelas filosóficas y morales. Canto a mí mismo de Whitman es un libro de cabecera para poder celebrar la vida y no veo ninguna contradicción en ello, al fin de cuentas los escritores de obras de terror resultamos profundamente moralistas y amantes de expandir los límites de la probabilística y ensanchar las cosmovisiones de la existencia. El género fantástico en sí se encarga de esa tarea tan necesaria.
TERROR, SÁTIRA SOCIAL, FANTASÍA
—Desde el comienzo de la pandemia te abocaste a participar de concursos. Tuviste una buena repercusión y hasta ganaste el XLIV Certamen Carta Puebla de Cuentos. ¿Cómo surgió esta iniciativa y qué significaron los distintos reconocimientos?
—En tres años y dos meses de comenzar a participar en certámenes, llevaba acumulada la cifra de sesenta y dos premios literarios obtenidos, contando primeros puestos, segundos, menciones de honor o selección para antologías. Todo surgió como un pasatiempo durante el encierro pandémico. Por trabajos personales yo había dejado de escribir o lo hacía muy esporádicamente. A partir de allí no pasé un día sin escribir al menos cuatro páginas y se fue armando una bola de nieve muy positiva. Creatividad y reconocimientos. Historias de vida precedidas de muerte tuvo buena acogida. Los premios en general marcaban que iba por el buen camino. El que dice que no necesita de la aprobación externa miente, aunque no debe ser lo único que te guíe ni influenciar en el acto creativo, que es muy íntimo, pero es un muy buen aliciente. Allí abarqué de todo, terror, sátira social, fantasía y hasta cuentos infantiles.
—Historias de vida precedidas de muerte está plagado de referencias a la literatura y el cine fantástico, a la ciencia ficción, al terror. Hay carniceros enajenados, extraterrestres, personajes que duermen en cementerios, grimorios, seres sedientos de sangre, menciones a Innsmouth, dimensiones paralelas y otros tópicos. ¿Qué impulso lo puso en marcha?
—Es un libro ecléctico ya que debía enseñar, en un certamen, un muestrario de lo que tenía. La idea es que mi próxima obra (La palanca del cadalso) sea una colección más homogénea de cuentos, todos relacionados con el terror. El primero fue una degustación, el siguiente será cocina de autor temática. Y quiero hacer una salvedad: las obras que más me gustan no son específicamente del género, prefiero un relato “con” terror, que uno “de” terror. No es lo mismo, te permite actuar con más libertad.
—¿Cuáles definirías son tus preocupaciones centrales que aparecen en tus relatos?
—Para empezar siempre me ha interesado el tejido del que se compone la realidad. Es en los huecos, en los intersticios existenciales, donde se encuentra lo más jugoso de la naturaleza humana. Lo extraño y especial permiten la libertad de jugar con límites muy abiertos, que, por ejemplo, no posee una novela histórica. La sátira y el humor pueden estar delineados delicadamente en mundos que no reconocés como cotidianos, aun cuando no sean chistes que te matan de risa, sino más bien una mueca burlona, medio ácida. Transito este camino procurando no caer en la desesperanza del cinismo.
—¿Por qué elegir a lo monstruoso y lo espectral para hablar de la realidad?
—Ya lo dijeron sabiamente en los X Files: “Quiero creer”. La presencia de seres del más allá, sean este físicos o fantasmagóricos, implican la existencia de un mundo espiritual. La vida cotidiana nos impone casi únicamente metas materiales. Me parece un mundo mucho más interesante y divertido, aquel donde con las explicaciones racionales no alcanzan y no hay una sola verdad, sino verdades que bien pueden modificarse a cada instante. Lo monstruoso es el lado B de una normalidad que funciona sólo en apariencias. Personalmente tengo más apego por un xenomorfo que por el protagonista de una novela de folletín romántica y heroica, por más que el alien nos pueda despedazar en un mísero instante.
—En 1998 publicaste El robo del siglo. Las obras completas de Sócrates. ¿De qué trata?
—Siempre digo que reniego de su existencia. Fue un compilado de guiones que publicó Distal en mi paso por Rock & Pop. No obstante, tenía un concepto que me parecía divertido. El nombre se debe al título de una obra que nunca existió y que el entonces presidente Carlos Menem juraba haber leído, aunque el bueno de Sócrates nunca escribió ni una palabra y todo lo que conocemos de su saber se debe a Platón y Aristóteles. El libro ironiza sobre un homónimo uruguayo, Sócrates Tabares. Tuve la suerte de haber contado con un prólogo escrito por el gran Roberto Fontanarrosa y la enorme voluntad de José Narosky y el doctor Tangalanga que le dieron un costado bizarro a un libro que no es otra cosa que una enorme gastada al mundo de los aforismos. De hecho, hay un meme que he visto en varias oportunidades y dice: “Cuando un pene es muy pequeño cambia de sexo. Es una pena”. Pues bien, esa frase es de mi autoría y reto a cualquier lector a que rastree un chiste similar antes de la publicación del libro.
“MIS REFERENCIAS DEL GÉNERO SON TANTO LITERARIAS COMO FÍLMICAS”
—¿Qué pasó con tu vocación literaria entre 1998 y el 2020?
—Me alejé de los medios, que son una auténtica picadora de carne. Podría decirse que fue tiempo perdido, pero considero lo contrario: fue en ese período cuando conformé una verdadera familia. Siempre seguí despuntando el vicio de la literatura, pero recién volví a enfrascarme en ella durante el período de encierro obligatorio de la pandemia.
—Sos licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), trabajaste en distintos medios y escribiste documentales. Trabajás en publicidad y en el Archivo General de la Nación. ¿Qué de todo esto aparece en tu literatura?
—Un bachiller de la vida, digamos. En la mayoría de esos ámbitos se favorece el lado creativo y, a su vez, el aprendizaje de la mecánica del conocimiento del proceso comunicativo. Vender una idea puede servir tanto para un cuento como para una lata de tomates, aunque sin dudas es mucho más agradable desarrollar una idea libremente y que tome la forma de un relato.
—Incursionarte también en la literatura infantil y juvenil. Contamos de esta experiencia.
—Página/12 tenía un suplemento infantil llamado Zigzag y allí desgranaba mis cuentos de las “Crónicas de la dimensión despatarrada”. Eran cuentos que tomaban la mecánica del terror, pero sin asustar, usando los tópicos comunes del género y procurando trabajar con un mensaje de aceptar a la diversidad por más deforme que fuera. El público infantil me parece tremendamente interesante, los niños procesan la realidad de otra manera, mucho menos rebuscada y con mejores intenciones que el mundo adulto. El secreto está ahí en divertirlos de la manera más sincera que podamos, sin tanta bajada de línea ni adoctrinamiento.
—Los cuentos de Historias de vida precedidas de muerte proponen muchas imágenes. ¿Te gusta lo audiovisual?
—Apunto hacia esa dirección. Por mercado y por placer. Mis referencias del género son tanto literarias como fílmicas. El terror alcanzó popularidad y prestigio gracias a la cinematografía. Incluso el cine de clase B es un subgénero donde se encuentran piezas interesantísimas. Lo que hoy en día está haciendo Mike Flanagan me parece de altísima calidad. No imagino la labor creativa como un compartimento estanco encerrado en la literatura, por ejemplo; toda obra es susceptible de ser multimediática y, en mi caso, hay una intencionalidad manifiesta hacia ello.
—Proponiéndote un juego, ¿qué relatos imaginás en una pantalla? ¿Actores, actrices, director?
—Mensaje para Guillermo del Toro: “Usá mis cuentos para una nueva temporada de Gabinete de curiosidades”. Ojalá atienda el teléfono. “Invasión H” es ideal para un falso documental sobre un apocalipsis zombie, pero revisionado desde el lado de los comecerebros. “Rodados sedientos de sangre” con la idea de los autos vampiros me parece muy filmable. “El asesino de posibles” trata sobre un viajero en el tiempo que visita el futuro para asesinar sus futuras versiones y me parece ideal para Duncan Jones. Siempre serán bienvenidos en mis filmes Gary Oldman, Tom Hardy y Benedict Cumbertbach, y aunque más no sea, quiero un cameo de Emma Thompson y Scarlett Johansson. No pido mucho.
EL DIOS DEL TERROR. Al hablar sobre su pasión por Stephen King, Martín Troncoso afirmó: “Puedo tener sagradas trinidades literarias, pero Stephen King es el Dios. No lo digo solamente por su inabarcable talento innato, sino por su modo de producción. Siempre me agradó el estilo sencillo, comercial, en el buen sentido de la palabra, y que, sin embargo, escondía en sus páginas temas muy densos y oscuros sobre la condición humana. No es necesario ser un intelectual como su némesis Harold Bloom para ser reconocido y respetado, pero a no engañarse: el Rey es un erudito que lee a Joyce mientras desayuna en Mc. Donalds. Esa combinación entre industria y arte me resulta muy saludable. No creo que ninguna editorial le tuerza la mano en sus momentos de inspiración. Comencé con Christine, un manual de supervivencia adolescente para chicos freakies como yo, aunque Arnie Cunningham cuenta con un Plymouth 58 Fury muy especial y yo no. Cementerio de animales e It me parecen perfectos. En cuanto a una filmografía despareja, creo que los mejores trabajos son aquellos donde justamente eligen al King menos espeluznante por su profundidad para detallar personajes e historias: Sueños de libertad, Cuenta conmigo y La milla verde están entre mis favoritos. No dejen escapar Maleficio. Estoy en contra de las remakes, pero esa se lo merece”.
ASÍ ESCRIBE
Un vecindario demasiado tranquilo
Por Martín Troncoso
Isaías Cranston observó el sembradío desde su sucia ventana y supo que esa mañana tendría mucho que hacer. Tomaría su guadaña cual parca y sesgaría la hierba mala con vigor, tal como el Señor siempre ha hecho con los pecadores. Parco de palabras y gestos, siempre tuvo una clara noción de la responsabilidad, virtud que cultivaba religiosamente. Pero primero había que desayunar.
Descendió hacia el comedor donde su amada Marge seguía esperándolo. Se sirvió un abundante tazón de leche y lo cubrió con una abundante ración de copos de maíz. Espantó con sus manos algunas moscas que revoloteaban sobre la mesa. Su esposa no estaba muy conversadora, no era motivo de alarma. Nunca había sido un matrimonio de muchas palabras.
El olor que había en la cocina le produjo una ligera arcada que contuvo, ya se estaba acostumbrando. Habían pasado varias semanas desde aquel inolvidable Día de Acción de Gracias. Aquella tarde en la que Dios le habló con voz prístina e inconmensurable, exigiéndole la Prueba de Fe de Abraham.
Isaías cumplió al pie de la letra la Orden Sagrada. Tuvo una epifanía y comprendió que debía superar el desafío al que fue sometido el profeta de Israel, tan vasta era la pureza de sus intenciones. Pero la misericordia que el Todopoderoso tuvo con Isaac, no se hizo presente en ese fatídico día en las afueras de Doom Valley.
Lo recuerda como si acabara de suceder y así sería cada día de su vida; la decisión con la que se dirigió al granero, como cargó los cartuchos de su noble Winchester y el momento en que asestó su carga mortal sobre su amadísima Margot, quien sazonaba hacendosa el pavo de los peregrinos del que habrían dado cuenta aquel almuerzo. Ahora ella reposaba sentada en la cabecera de la mesa, lugar que históricamente correspondió al jefe de la familia. Se lo cedió a su mujer confiado en que valoraría aquel privilegio. La tomo de sus axilas y con dulzura la sentó frente al viejo televisor blanco y negro. Era la hora en que emitían La Caldera del Diablo. Ella nunca se perdía un capítulo del impío drama sobre los habitantes de Peyton Place. Recostada en el sofá, su semblante descompuesto le recordaba a la madre del lunático del motel californiano, quien no conforme con confinarla en el sótano de la mansión decidió robar su identidad.
El pequeño diablillo de Aarón ya había cumplido doce años y aún con pocas luces demostró ser diestro en las tareas rurales. A su hijo mayor lo ultimó mientras cortaba leña usando el hacha de repuesto y atacándolo por detrás. Un certero coñazo en el cráneo lo despachó con elegancia de este mundo. Habría odiado verlo morir sufriendo por culpa de su impericia. A él lo colocó en la mecedora del porche, le sirvió un vaso de limonada y puso en sus manos su tebeo favorito. El aire libre siempre resulta saludable y los críos de hoy tienen la desagradable costumbre de salir cada vez menos.
Con la pequeña Sue Ann las cosas fueron más difíciles. Su niñita era la mimada de la familia y pudo jurar por todo lo existente que verdaderamente lloró mientras la estrangulaba en su camita con diseños de tiernos osos teddy que el mismo había pintado. Fue a la única que miró a los ojos mientras le quitaba el último hálito de vida. Con la menor tuvo otra deferencia, jamás la cambió de lugar. La imagen de la mocosa en la cama simulando dormir le traía a su retorcida alma una reconfortante sensación de paz interior.
Pocos vecinos poseían los Cranston en su granja lindera con la desvencijada Campbell Street a media milla de su cruce con la Interestatal 16. Al solitario Jerome, su vecino, lo despachó esa misma noche tras la cuarta cervezas juntos mientras contemplaban en calma las magníficas estrellas de la noche boreal. Un cruel cuchillazo en la garganta lo hizo agonizar entre estertores, borboteos de sangre y blasfemias incomprensibles. A Isaías poco le importó, era un buen compañero pero no pertenecía a la familia, núcleo indivisible de cualquier sociedad saludable. No hay mejor lugar para esconder un lobo que en la misma jauría. En la América profunda los corderos eran criados para alimentar a los predadores. Los Corderos de Dios eran recibidos por predicadores de fauces hambrientas y andar solitario. Un lugar perdido del Señor donde invocaban su nombre en vano. Donde el infierno era desatado en nombre del Cielo y el sendero estaba revestido de las nobles intenciones de los pobres infelices.
Cierta tarde un mendigo oscuro como el ébano tuvo la desafortunada idea de mendigar comida en el aislado rancho. Isaías rebano su sucia mano pordiosera y lo llevo a rastras hasta la letrina exterior: lo encerró tras cadenas y aguardó que muriera desangrado. Sus aullidos duraron hasta entrada la noche y pensó, no sin sorna, que era el lugar indicado donde debía acabar toda la maldita mierda negra.
En el día de la fecha hacía un calor de los mil demonios. Una inexplicable bandada de cuervos intentaba adueñarse de su propiedad. Tomó la vieja Lüger que su padre le había regalado tras habérsela arrebatado a un nazi muerto en la madre de todas las guerras y disparó con precisión sobre una de esas bestias de mal agüero. Sus secuaces cobardes se dispersaron en bandada. Ya iban a volver.
Los azules tampoco tardarían en llegar. Era un vecindario tranquilo, demasiado tranquilo. Pero las ausencias pegan gritos más poderosos que las palabras y cuando una falta se prolonga se convierte en un verdadero aullido, que atraería el ulular de las sirenas que vendrían ¡Oh, sí! Sin dudas que lo harían y los malditos agentes del comunismo internacional que se inmiscuye en la madre de todas las democracias, sellarían su existencia bendecida por el Señor bajo una montaña de papeleo burocrático con el que los cobardes rojos sepultan a los valientes, a los machos; a los que no se esconden como mariquitas ante la Ira del Creador y su furia vengativa y purificadora.
El sudor de la frente empañaba su vista. Se refrescó en el abrevadero. Al quitar su sombrero texano, la luz del sol confirió un desagradable brillo al enorme agujero sobre lo que alguna vez fue su parietal derecho. Los sesos a la intemperie poseían un feo color morado. La ley natural dice que aquello que pertenece al cuerpo debe reposar allí. No fue lo que pasó, la bendita naturaleza no tenía nada que ver con este descalabro.
A la hora de las brujas del Día de Acción de Gracias, Isaías Cranston sufrió una crisis de fe, o un viso de realidad y comprendió que había masacrado a su familia. No vaciló demasiado ante la desesperación y expeditivo se descerrajó el cerebro.
Cuando despertó a la mañana siguiente con una terrible migraña, supo que algo iba muy mal. Ingirió veneno para ratas y... nada, salvo una tremenda sucesión de vómitos y diarrea que lo tuvieron a maltraer durante toda la jornada. Intentó ahorcarse con la soga de una de las hamacas que pendían del anciano pino. Imposible. Rezó al buen Jesús implorando misericordia, pero un temblor existencial lo sacudió como a un estropajo y sólo se detuvo cuando dejó de suplicar. La línea directa con el más allá estaba clausurada. “No te atrevas”, susurró una Voz Interior que no era suya. Poco a poco comprendió el mensaje de un mundo espiritual que le había sido vedado.
Dios le negó el descanso eterno y el Bajísimo lo condenó a una dura vida en soledad, con la inquebrantable orden de eliminar toda forma viva que se le acerque, como una suerte de Midas exterminador.
La gente del pueblo rara vez acudía por esos lares. El sheriff Bunbury creía que la ley era una docena de donas gratis mojadas en el café matinal y el respeto hipócrita de una turba de ignorantes que a sus espaldas reía ante el andar orgulloso de esa bola de cebo que se creía Harry el Sucio pero sólo usaba su arma para disparar al aire cuando se emborrachaba. Los pecadores también habían denigrado la nobleza de la vocación policial.
Sabía que con el tiempo la gente de Doom Valley otros poblados vecinos irremediablemente irían tras él. Resistiría, aunque deseara la muerte con vehemencia. Seguramente sería cosido a balazos o ardería en una pira ante una turba enardecida, pero dudaba que fuera conseguir el tan ansiado descanso y sobreviviría acarreando dolores indescriptibles.
Mientras tanto debía esperar en constante rutina para no ceder aún más a la locura, simulando que nada había ocurrido y buscando evasión en las arduas tareas campestres.
El vacío sería su solaz y su tormento, los cuerpos de la familia que tanto tiempo se tomó en construir y tan poco en desmadrar serían un cruel recordatorio de su crimen, y los cuervos que aún lo rodean, una cohorte burlona de oscuros ángeles que algún día lo llevarán a rastras hacia el infierno tan temido.
Nunca la tierra tan mansa y bendecida por el Señor se había estremecido tanto. Isaías Cranston sabía que él había sido la tormenta que preanunciaba la tempestad final.
Por Martín Troncoso
Isaías Cranston observó el sembradío desde su sucia ventana y supo que esa mañana tendría mucho que hacer. Tomaría su guadaña cual parca y sesgaría la hierba mala con vigor, tal como el Señor siempre ha hecho con los pecadores. Parco de palabras y gestos, siempre tuvo una clara noción de la responsabilidad, virtud que cultivaba religiosamente. Pero primero había que desayunar.
Descendió hacia el comedor donde su amada Marge seguía esperándolo. Se sirvió un abundante tazón de leche y lo cubrió con una abundante ración de copos de maíz. Espantó con sus manos algunas moscas que revoloteaban sobre la mesa. Su esposa no estaba muy conversadora, no era motivo de alarma. Nunca había sido un matrimonio de muchas palabras.
El olor que había en la cocina le produjo una ligera arcada que contuvo, ya se estaba acostumbrando. Habían pasado varias semanas desde aquel inolvidable Día de Acción de Gracias. Aquella tarde en la que Dios le habló con voz prístina e inconmensurable, exigiéndole la Prueba de Fe de Abraham.
Isaías cumplió al pie de la letra la Orden Sagrada. Tuvo una epifanía y comprendió que debía superar el desafío al que fue sometido el profeta de Israel, tan vasta era la pureza de sus intenciones. Pero la misericordia que el Todopoderoso tuvo con Isaac, no se hizo presente en ese fatídico día en las afueras de Doom Valley.
Lo recuerda como si acabara de suceder y así sería cada día de su vida; la decisión con la que se dirigió al granero, como cargó los cartuchos de su noble Winchester y el momento en que asestó su carga mortal sobre su amadísima Margot, quien sazonaba hacendosa el pavo de los peregrinos del que habrían dado cuenta aquel almuerzo. Ahora ella reposaba sentada en la cabecera de la mesa, lugar que históricamente correspondió al jefe de la familia. Se lo cedió a su mujer confiado en que valoraría aquel privilegio. La tomo de sus axilas y con dulzura la sentó frente al viejo televisor blanco y negro. Era la hora en que emitían La Caldera del Diablo. Ella nunca se perdía un capítulo del impío drama sobre los habitantes de Peyton Place. Recostada en el sofá, su semblante descompuesto le recordaba a la madre del lunático del motel californiano, quien no conforme con confinarla en el sótano de la mansión decidió robar su identidad.
El pequeño diablillo de Aarón ya había cumplido doce años y aún con pocas luces demostró ser diestro en las tareas rurales. A su hijo mayor lo ultimó mientras cortaba leña usando el hacha de repuesto y atacándolo por detrás. Un certero coñazo en el cráneo lo despachó con elegancia de este mundo. Habría odiado verlo morir sufriendo por culpa de su impericia. A él lo colocó en la mecedora del porche, le sirvió un vaso de limonada y puso en sus manos su tebeo favorito. El aire libre siempre resulta saludable y los críos de hoy tienen la desagradable costumbre de salir cada vez menos.
Con la pequeña Sue Ann las cosas fueron más difíciles. Su niñita era la mimada de la familia y pudo jurar por todo lo existente que verdaderamente lloró mientras la estrangulaba en su camita con diseños de tiernos osos teddy que el mismo había pintado. Fue a la única que miró a los ojos mientras le quitaba el último hálito de vida. Con la menor tuvo otra deferencia, jamás la cambió de lugar. La imagen de la mocosa en la cama simulando dormir le traía a su retorcida alma una reconfortante sensación de paz interior.
Pocos vecinos poseían los Cranston en su granja lindera con la desvencijada Campbell Street a media milla de su cruce con la Interestatal 16. Al solitario Jerome, su vecino, lo despachó esa misma noche tras la cuarta cervezas juntos mientras contemplaban en calma las magníficas estrellas de la noche boreal. Un cruel cuchillazo en la garganta lo hizo agonizar entre estertores, borboteos de sangre y blasfemias incomprensibles. A Isaías poco le importó, era un buen compañero pero no pertenecía a la familia, núcleo indivisible de cualquier sociedad saludable. No hay mejor lugar para esconder un lobo que en la misma jauría. En la América profunda los corderos eran criados para alimentar a los predadores. Los Corderos de Dios eran recibidos por predicadores de fauces hambrientas y andar solitario. Un lugar perdido del Señor donde invocaban su nombre en vano. Donde el infierno era desatado en nombre del Cielo y el sendero estaba revestido de las nobles intenciones de los pobres infelices.
Cierta tarde un mendigo oscuro como el ébano tuvo la desafortunada idea de mendigar comida en el aislado rancho. Isaías rebano su sucia mano pordiosera y lo llevo a rastras hasta la letrina exterior: lo encerró tras cadenas y aguardó que muriera desangrado. Sus aullidos duraron hasta entrada la noche y pensó, no sin sorna, que era el lugar indicado donde debía acabar toda la maldita mierda negra.
En el día de la fecha hacía un calor de los mil demonios. Una inexplicable bandada de cuervos intentaba adueñarse de su propiedad. Tomó la vieja Lüger que su padre le había regalado tras habérsela arrebatado a un nazi muerto en la madre de todas las guerras y disparó con precisión sobre una de esas bestias de mal agüero. Sus secuaces cobardes se dispersaron en bandada. Ya iban a volver.
Los azules tampoco tardarían en llegar. Era un vecindario tranquilo, demasiado tranquilo. Pero las ausencias pegan gritos más poderosos que las palabras y cuando una falta se prolonga se convierte en un verdadero aullido, que atraería el ulular de las sirenas que vendrían ¡Oh, sí! Sin dudas que lo harían y los malditos agentes del comunismo internacional que se inmiscuye en la madre de todas las democracias, sellarían su existencia bendecida por el Señor bajo una montaña de papeleo burocrático con el que los cobardes rojos sepultan a los valientes, a los machos; a los que no se esconden como mariquitas ante la Ira del Creador y su furia vengativa y purificadora.
El sudor de la frente empañaba su vista. Se refrescó en el abrevadero. Al quitar su sombrero texano, la luz del sol confirió un desagradable brillo al enorme agujero sobre lo que alguna vez fue su parietal derecho. Los sesos a la intemperie poseían un feo color morado. La ley natural dice que aquello que pertenece al cuerpo debe reposar allí. No fue lo que pasó, la bendita naturaleza no tenía nada que ver con este descalabro.
A la hora de las brujas del Día de Acción de Gracias, Isaías Cranston sufrió una crisis de fe, o un viso de realidad y comprendió que había masacrado a su familia. No vaciló demasiado ante la desesperación y expeditivo se descerrajó el cerebro.
Cuando despertó a la mañana siguiente con una terrible migraña, supo que algo iba muy mal. Ingirió veneno para ratas y... nada, salvo una tremenda sucesión de vómitos y diarrea que lo tuvieron a maltraer durante toda la jornada. Intentó ahorcarse con la soga de una de las hamacas que pendían del anciano pino. Imposible. Rezó al buen Jesús implorando misericordia, pero un temblor existencial lo sacudió como a un estropajo y sólo se detuvo cuando dejó de suplicar. La línea directa con el más allá estaba clausurada. “No te atrevas”, susurró una Voz Interior que no era suya. Poco a poco comprendió el mensaje de un mundo espiritual que le había sido vedado.
Dios le negó el descanso eterno y el Bajísimo lo condenó a una dura vida en soledad, con la inquebrantable orden de eliminar toda forma viva que se le acerque, como una suerte de Midas exterminador.
La gente del pueblo rara vez acudía por esos lares. El sheriff Bunbury creía que la ley era una docena de donas gratis mojadas en el café matinal y el respeto hipócrita de una turba de ignorantes que a sus espaldas reía ante el andar orgulloso de esa bola de cebo que se creía Harry el Sucio pero sólo usaba su arma para disparar al aire cuando se emborrachaba. Los pecadores también habían denigrado la nobleza de la vocación policial.
Sabía que con el tiempo la gente de Doom Valley otros poblados vecinos irremediablemente irían tras él. Resistiría, aunque deseara la muerte con vehemencia. Seguramente sería cosido a balazos o ardería en una pira ante una turba enardecida, pero dudaba que fuera conseguir el tan ansiado descanso y sobreviviría acarreando dolores indescriptibles.
Mientras tanto debía esperar en constante rutina para no ceder aún más a la locura, simulando que nada había ocurrido y buscando evasión en las arduas tareas campestres.
El vacío sería su solaz y su tormento, los cuerpos de la familia que tanto tiempo se tomó en construir y tan poco en desmadrar serían un cruel recordatorio de su crimen, y los cuervos que aún lo rodean, una cohorte burlona de oscuros ángeles que algún día lo llevarán a rastras hacia el infierno tan temido.
Nunca la tierra tan mansa y bendecida por el Señor se había estremecido tanto. Isaías Cranston sabía que él había sido la tormenta que preanunciaba la tempestad final.