“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Avatares Letras | Weird gaucho, mojones de un subgénero

Borges consideraba al género western como un reflejo espejado de nuestra gauchesca. La denominación weird gaucho, si bien bebe de la fuente norteamericana, no tiene vínculo cipayo con esta y sólo se equipara en sus particularidades fantásticas de un espacio y un género hermano, pero escindido por dos hemisferios e historias diferentes.

Por Mariano Buscaglia (*) | Revista Avatares N° 13 | Año 2019


La vertiente norteamericana, prolífica en lo cinematográfico, no lo fue tanto en lo literario. En cambio, en la Argentina, la gauchesca fantástica, es más abundante y superlativa en lo literario que en lo fílmico.
Supersticiones, leyendas, fantasías e irrealidades que escapan de la nulidad cotidiana, enmarcadas por un ambiente rural o gauchesco, realista o delirante; esas son las reglas simples de este subgénero. Las manifestaciones fantásticas en el género gauchesco casi nacen a la par que el mismo género. Recurso literario de raíces y de manifestaciones populares, enredado, desde sus orígenes, con las supersticiones y el folklore terruño. Las leyendas gauchas y las aborígenes, que formaban parte de la sabiduría secular criolla, se incorporaron al género de forma natural y casi obligatoria. No hay forma de describir la vida de campaña de aquel entonces, sin hacer mención de sus supersticiones, de sus miedos y de todo el bagaje de leyendas que poblaban los sueños y realidades (título de la obra más representativa de nuestra primera escritora fantástica argentina: Juana Manuela Gorriti) de los hombres de campo.
A través de poesías, de cielitos, de payadas que se cantaban en las pulperías, que repetían y mejoraban como los antiguos rapsodas los paisanos, fueron tallándose las leyendas y miedos de la noche, colándose en el imaginario popular y luego en el culto. Imaginarios que, al hacer hincapié en las debilidades del hombre, resaltaban sus fuerzas.
José Hernández cita y utiliza las supersticiones gauchas, resaltando la soledad de los gauchos matacos, imbuidos de terrores y soledades. Eduardo Gutiérrez también hace uso de los mismos recursos en sus novelas, como en Juan Cuello o en Hormiga Negra, donde los miedos viscerales y las casas encantadas, azuzan los terrores del paisanaje. Estanislao del Campo, poeta cajetilla de un humor exquisito, parodia en 1866 el Fausto de Goethe e importa a la campaña los terrores teutones, desinflados al pasar por el tamiz óptico del ignaro y socarrón Anastasio, el pollo.
En 1885 Rafael Obligado convocó al diablo en Juan sin ropa, para luchar con la figura del gaucho, encarnado por Santos Vega, en un duelo tête à tête entre el progreso y la barbarie. Y en Leyendas argentinas inmortalizó en verso al partenón fantástico gauchesco al versificar a los máximos exponentes de los terrores de la campaña gauchesca con la Salamanca, la mula ánima, el yaguarón, la luz mala y el cacuí.
Otro autor francés, uno de esos tantos inmigrantes que se fosilizaron en nuestra tierra, dio a luz un libro de cuentos llamado: Veladas de un tropero, 1911, que tiene la virtud de contener 20 relatos gauchescos de índole fantástico, algunos extraordinarios y sólo unos pocos empañados por el objetivo civilizador y evangelizador de Godofredo Daireaux.
En los albores del siglo XX, la prolífica Ada María Elflein publicó en el diario La Prensa (1905-20) una serie de cuentos y recopilaciones histórico-folklóricas, donde el fantástico ocupaba un lugar preponderante, lamentablemente muy pocos de ellos fueron recuperados en las escasas reediciones que se hicieron sobre la obra de Elflein.
El género sobrevivió tímidamente en revistas como Caras y Caretas, el Hogar, el suplemento literario del diario Crítica y en otros similares. En todos ellos, escritores no tan reconocidos ni consagrados fueron aportando su grano de arena al género.
Las mejores manifestaciones del mismo se dieron a mitad del siglo XX, cuando la gauchesca había sido casi olvidada por el paisanaje y pasado a ser una curiosidad de estancieros y ganaderos bibliófilos. Fue entonces que ganó espacio en las revistas populares de aquel entonces, una de ellas fue Leoplán. Esta revista, verdadero arcón de maravillas, reeditó las mejores obras de autores no tan valorados como Ricardo Rojas (El Ucumar, los cuentos de la selva y La salamanca); Ricardo Güiraldes y sus Cuentos de muerte y de sangre, Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Pilar de Lusarreta, Alberto Gerchunoff, Víctor Juan Guillot y un vasto etcétera. A la vez, la editorial Acme, que editaba westerns famosos en su colección Suplemento Rastros, publicaba, a modo de relleno, en sus últimas páginas, a dos autores extraordinarios y olvidados como Miguel A. Marseglia y Sara Poggi, que cada tanto, parían un cuentito campero, fantástico (y diabólico hasta la médula). De aquellos años es el libro Cuentos de Hadas argentinos compilado y escrito por Alberto Gómez.
Luego llegará León Mirlás y su volumen de cuentos de Rancho bravo (tal vez la mejor antología escrita por un autor de cuentos weird gauchos); Elías Cárpena; Benedicto A. Soldavini (autor de una obra maestra: Los cuentos de Baliño, 1932), Santiago Davobe y tantos otros que forman parte de la manifestación sonora de un género silencioso, que aún no fue catalogado y que ha crecido, invisible, a lo largo de más de un siglo, sin que nadie lo señalara ni conjugara.
Los ecos más modernos de ese género pueden verse en la obra mayestática de César Aira (basta señalar La liebre o Ema la cautiva); Sergio Bizzio (En esa época), La saga del gaucho sin cabeza, del agente Rayo (Eduardo Orenstein), Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos de Michel Nieva o el maravilloso José María Marcos y su novela Monstruos de pueblo chico donde las supersticiones agonizan en el olvido hasta que el miedo las resucita. Una vuelta de tuerca magnífica para devolver la vida a esta tradición literaria.
El weird gaucho existe, sólo hace falta decirlo en voz alta, como para invocar el hechizo (o al diablo que lo empolló).

(*) Mariano Buscaglia se formó en el taller de su abuelo, Alberto Breccia y trabajó como guionista para la Revista Fierro y el suplemento Historietas Nacionales de la agencia Télam. Escribió cuentos bajo seudónimos para las revistas Aventurama, Cineficción y Ópera Galáctica, entre otras. En 2015 publicó la novela pulp Trasnoche vudú (Interzona) y la Trilogía del cuchillo (Fan Ediciones), enmarcada en el subgénero de gauchesca fantástica o weird gaucho. Su sello, Ediciones Ignotas, rescata y publica obras de género fantástico y policial que escaparon al canon histórico.