Garriga se formó como escritor en los talleres literarios de Hugo Correa Luna y Mónica Sifrim. Reside en José María Ezeiza donde se dedica además al paisajismo y la jardinería. LA PALABRA lo entrevistó para hablar sobre la obra ganadora, conformada por diecisiete relatos, escritos desde una mirada contemporánea, con un lenguaje nítido, ambientes que enriquecen las ficciones y personajes llenos de matices.
Por José María Marcos | La Palabra de Ezeiza | Jueves 27 de enero de 2022
El escritor Fernando Garriga (1964) ganó el 1° Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires en la categoría Literatura Cuento Édito Bienio 2016-2017, con su libro de cuentos Continuidad de la obra que fue publicado en 2016 al obtener el tercer Premio de Literatura José Luis de Tejeda 2015 de la Municipalidad de Córdoba. Daniel Jorge Divinsky (SADE), Eduardo Álvarez Tuñón (SEA), Yamila Begné (Academia), Mario Manuel Méndez (GCBA) y Cristian Omar Acevedo (GCBA) fueron los jurados que decidieron el importante galardón para este autor, quien también tiene editados los libros Escuela para ciegos (2013), Cumpleaños en la isla (2016) y Las invasiones ranqueles según mamá (2019), además de contar con la publicación de cuentos suyos en diversas antologías y revistas de Argentina y España, y ser colaborador de La Palabra de Ezeiza en la sección literaria “Esto no está chequeado”. “Haber ganado el primer premio de la Municipalidad de Buenos Aires es el sueño del pibe —señaló Fernando Garriga en diálogo con LA PALABRA—. La respuesta tendría que terminar aquí, pero como soy un poco compulsivo y verborrágico, sigo: soñé mucho con ese premio. El que va y deja los seis ejemplares de su libro para participar del Premio Municipal de CABA, sueña con eso. Reconforta. Es uno de los premios más importantes de la Argentina. Este reconocimiento, además del natural orgullo que uno pueda sentir por ganarlo, implica un compromiso, un aliciente para seguir produciendo obra. A veces, a los escritores que trabajamos de ‘otra cosa’ (como casi todos), nos cuesta mucho mantener la continuidad de un proyecto ya que estamos tomados por la cuestión diaria que es tan estresante y se empeña en obstaculizar nuestros tiempos mentales de escritura. El premio tal vez ayude a ordenar un poco la salvaje economía y, a lo mejor, ayude a borrar las excusas perezosas que uno antepone para ‘no escribir’. Es mucha la felicidad, por otra parte. De todas maneras, no hay que encandilarse, el prestigio no viene con los premios sino con los libros. Borges decía que su orgullo eran los libros leídos, ni siquiera los que él había escrito”. Garriga se formó en los talleres literarios de Hugo Correa Luna y Mónica Sifrim, además de haber cursado parcialmente la carrera de Letras (UBA). Reside en José María Ezeiza y, habiendo estudiado Floricultura (UBA), se dedica también al paisajismo y la jardinería. Tras conocerse su premio, hablamos con él del libro Continuidad de la obra, conformado por diecisiete relatos, escritos desde una mirada contemporánea, con un lenguaje nítido, ambientes que enriquecen las ficciones y personajes llenos de matices.
—¿Cuál fue el puntapié inicial de Continuidad de la obra? ¿Qué cuento escribiste primero? ¿Cuándo lo diste por concluido?
—Los cuentos fueron escritos entre 2011 y 2014. El cuento “Continuidad de la obra” fue el primero. Es casi una novela. Considero que casi todos mis cuentos en realidad son novelas cortitas. Hay devenir de los personajes. Hay aprendizaje, crecimiento, tal vez perdición. El cuento está basado en la sensación de haber visto las esculturas de Lidia Juárez, una escultora cordobesa. Conocí su obra cuando ella ya había fallecido. Su viudo y el hijo, que no era hijo del viudo, se desprendían lentamente de las últimas piezas que les quedaban con una mezcla de amor, de dolor, de bronca y odio y otra vez amor. Era como si se arrancaran jirones de ella de la piel, de la memoria. Pero volviendo al cuento: “Continuidad de la obra” es la historia del hijo ciego de una escultora que murió. La viveza del muchacho y su ayudante, Francesca, está en que siguen esculpiendo obra. Falsifican la obra de la madre y la venden a coleccionistas como si fuera auténtica. No se desprenden de nada. Se divierten. Los ciegos, a partir de haber leído Informe para ciegos, de Ernesto Sabato, fueron un tema para mí. De hecho, mi primer libro se llamó Escuela para ciegos. Me gusta narrar desde alguna capacidad diferente. Se trata de lo que un ciego puede ver, un sordo puede oír o un parapléjico andar. Ante la imposibilidad existe siempre la búsqueda de alternativas. Si hay un incendio y las puertas no se abren, existen las ventanas. A veces escribir es plantear un buen incendio y ver qué pasa. Los otros cuentos del libro provienen de distintas búsquedas. El conurbano, mi zona actual, Ezeiza, es el escenario natural de estos cuentos. Hay digresiones: “Messi malísimo”, por ejemplo. El libro comienza con un cuento que escribí después de todos: “Tres evangelistas”. Este relato preconfigura la temática que luego inspiró la escritura de mi libro Las invasiones ranqueles según mamá, publicado en 2019. No sé qué es lo que hay que hacer para que un libro funcione. Es cosa de ellos, de los libros, digo. Uno escribe y suelta. Botellas que se tiran al mar del universo. Pienso que existen por su propia fuerza. Algunos son necesidad, otros, reacción. Cada uno tiene su momento y su lector. Los escritores no podemos hacer nada para manipular eso, aunque muchos hagan morisquetas en las redes hasta el hartazgo.
—¿Tu libro tiene relación con “Continuidad de los parques” de Julio Cortázar?
—Sí, tiene relación, por supuesto. Un homenaje a Cortázar que significó tanto para mí en la adolescencia. Tiene relación con la continuidad de la realidad en la ficción, al menos como escenario. El título del cuento conlleva ese divertimento, esa intención de hacer resonar algo, para quedarse en los reverberos, en los armónicos, que también son parte de la música.
—Los cuentos fueron escritos entre 2011 y 2014. El cuento “Continuidad de la obra” fue el primero. Es casi una novela. Considero que casi todos mis cuentos en realidad son novelas cortitas. Hay devenir de los personajes. Hay aprendizaje, crecimiento, tal vez perdición. El cuento está basado en la sensación de haber visto las esculturas de Lidia Juárez, una escultora cordobesa. Conocí su obra cuando ella ya había fallecido. Su viudo y el hijo, que no era hijo del viudo, se desprendían lentamente de las últimas piezas que les quedaban con una mezcla de amor, de dolor, de bronca y odio y otra vez amor. Era como si se arrancaran jirones de ella de la piel, de la memoria. Pero volviendo al cuento: “Continuidad de la obra” es la historia del hijo ciego de una escultora que murió. La viveza del muchacho y su ayudante, Francesca, está en que siguen esculpiendo obra. Falsifican la obra de la madre y la venden a coleccionistas como si fuera auténtica. No se desprenden de nada. Se divierten. Los ciegos, a partir de haber leído Informe para ciegos, de Ernesto Sabato, fueron un tema para mí. De hecho, mi primer libro se llamó Escuela para ciegos. Me gusta narrar desde alguna capacidad diferente. Se trata de lo que un ciego puede ver, un sordo puede oír o un parapléjico andar. Ante la imposibilidad existe siempre la búsqueda de alternativas. Si hay un incendio y las puertas no se abren, existen las ventanas. A veces escribir es plantear un buen incendio y ver qué pasa. Los otros cuentos del libro provienen de distintas búsquedas. El conurbano, mi zona actual, Ezeiza, es el escenario natural de estos cuentos. Hay digresiones: “Messi malísimo”, por ejemplo. El libro comienza con un cuento que escribí después de todos: “Tres evangelistas”. Este relato preconfigura la temática que luego inspiró la escritura de mi libro Las invasiones ranqueles según mamá, publicado en 2019. No sé qué es lo que hay que hacer para que un libro funcione. Es cosa de ellos, de los libros, digo. Uno escribe y suelta. Botellas que se tiran al mar del universo. Pienso que existen por su propia fuerza. Algunos son necesidad, otros, reacción. Cada uno tiene su momento y su lector. Los escritores no podemos hacer nada para manipular eso, aunque muchos hagan morisquetas en las redes hasta el hartazgo.
—¿Tu libro tiene relación con “Continuidad de los parques” de Julio Cortázar?
—Sí, tiene relación, por supuesto. Un homenaje a Cortázar que significó tanto para mí en la adolescencia. Tiene relación con la continuidad de la realidad en la ficción, al menos como escenario. El título del cuento conlleva ese divertimento, esa intención de hacer resonar algo, para quedarse en los reverberos, en los armónicos, que también son parte de la música.
CONTINUIDADES | “Ser artista es un modo de mirar y una necesidad de expresar”
—En el libro dejás constancia de tu agradecimiento a Hugo Correa Luna, Ezequiel Bajder y Mónica Sifrim. ¿Qué significaron a la hora de la escritura?
—Siempre intento ser agradecido. En esa tríada habría que agregar a Jorge Consiglio, a Adriana Chiatonne y a Martín Sancia. Pero, bien, Mónica Sifrim fue mi primera maestra. La encontré a los 45 años cuando empecé a escribir de nuevo. Ella siempre renegó de ese título, pero me gusta valorar eso de quienes coordinan talleres literarios. Cuando hay material, un maestro se hace cargo de lanzar esa nave al espacio. Implica trabajar en la cabeza del que escribe. En el nacimiento de la escritura, donde se define voz, tonalidad, atmósfera y resonancias. Hay que tener en cuenta que cualquier escritor cuya literatura está viva, está siempre comenzando un nuevo ciclo, una nueva búsqueda. Así que todos los días se pueden encontrar maestros. Incluso en las lecturas. No hay adónde llegar. Sólo buscar, de eso se trata. Cuando estábamos en el taller con Mónica, a veces deteníamos el trabajo y yo empezaba a contar alguna anécdota de mi vida en Ezeiza o de mi infancia. Ella decía que esas historias eran divertidas, que escribiera sobre eso. Vio el material. Muchos de los cuentos de Continuidad, reflejan el trabajo que hice con Mónica. Ahora que gané el premio dice que va a hacer una fiesta. Vamos a ver si invita. A lo de Hugo Correa Luna caí por recomendación de Jorge Consiglio. El cuento que le llevé para ver si me aceptaba en su taller fue, justamente, “Continuidad de la obra”. Hugo fue increíble. Un tipo que le hacía bien a todo lo que tocaba. Un escritor gigante que respiraba, comía y se bañaba en literatura. Un iluminado que, además de ser maestro, me honró con su amistad. Falleció en agosto de 2020, algo que todavía no supero. Hasta el último día leímos sus escritos por zoom. Fue uno de los tipos que más me impulsó a seguir. Le debo mucho. Una apostilla: cuando publiqué Cumpleaños en la isla y Continuidad de la obra, Hugo publicó Los árboles. Él también se presentó al Premio Municipal y pensé: “Si va este, no lo gano ni loco. Si es un maestro”. A Ezequiel Bajder lo conocí en lo de Hugo. Fue mi compañero de taller desde 2012 hasta 2020. Después seguimos juntos en un taller auto coordinado o gestado. Ezequiel es un erudito, un tipo altamente leído al que tengo allá arriba por su modo de leer, por su modo de divertirse escribiendo. Vamos a cumplir diez años de trabajo juntos. Es un genio. Adriana Chiatone se incorporó a nuestros encuentros y los tres somos muy felices. Practicamos la amistad, nos leemos. Ezequiel y Adriana son, además de escritores, editores. De hecho, Adriana Chiatone junto con Mónica Sifrim y Eduardo Gómez, son los editores de Cienvolando, en donde en 2016 publiqué Cumpleaños en la isla. Sólo quiero agregar que es muy importante compartir el camino de la escritura. No es el acto solitario que todos suponen. Hay que hacerse de una red de amigos y maestros para curtirse y evolucionar.
—En el cuento “Continuidad de la obra” los principales protagonistas son el hijo ciego de una famosa escultora (Raquel Marchesse) y la ayudante de la madre, Francesca. Los acontecimientos suceden en una antigua construcción en Villa Pueyrredón, a la sombra de los resplandores de una época de gloria extinta. Hay cierta imposibilidad de los personajes de cerrar una etapa. Están en un espacie de pausa, emulando objetos del pasado en esa vieja casa chorizo. ¿En cuánto el arte puede nutrir a la vida y en cuánto puede ahogarla? ¿En cuánto la vida puede nutrir al arte y en cuanto puede ahogarlo?
—Es una coordenada, ¿no? Ejes cartesianos; el arte que producimos es un punto en ese gráfico que a la vez es tridimensional, porque el otro eje, el que sería el del espacio o el tiempo, es el lector. Sin lectura no hay hecho artístico posible. Arte y vida no son opuestos. Se complementan. Ser artista, sencillamente, es un modo de mirar y una necesidad de expresar. Una sensibilidad. Un poco, con esta pregunta, podemos contestar la de la “Continuidad de los parques”, eso que te decía de la realidad colándose en la ficción de los relatos. Hay que saber que en física toda fuerza provoca una reacción y, por lo tanto, las influencias entre arte y vida o realidad y ficción, no son unívocas.
—Siempre intento ser agradecido. En esa tríada habría que agregar a Jorge Consiglio, a Adriana Chiatonne y a Martín Sancia. Pero, bien, Mónica Sifrim fue mi primera maestra. La encontré a los 45 años cuando empecé a escribir de nuevo. Ella siempre renegó de ese título, pero me gusta valorar eso de quienes coordinan talleres literarios. Cuando hay material, un maestro se hace cargo de lanzar esa nave al espacio. Implica trabajar en la cabeza del que escribe. En el nacimiento de la escritura, donde se define voz, tonalidad, atmósfera y resonancias. Hay que tener en cuenta que cualquier escritor cuya literatura está viva, está siempre comenzando un nuevo ciclo, una nueva búsqueda. Así que todos los días se pueden encontrar maestros. Incluso en las lecturas. No hay adónde llegar. Sólo buscar, de eso se trata. Cuando estábamos en el taller con Mónica, a veces deteníamos el trabajo y yo empezaba a contar alguna anécdota de mi vida en Ezeiza o de mi infancia. Ella decía que esas historias eran divertidas, que escribiera sobre eso. Vio el material. Muchos de los cuentos de Continuidad, reflejan el trabajo que hice con Mónica. Ahora que gané el premio dice que va a hacer una fiesta. Vamos a ver si invita. A lo de Hugo Correa Luna caí por recomendación de Jorge Consiglio. El cuento que le llevé para ver si me aceptaba en su taller fue, justamente, “Continuidad de la obra”. Hugo fue increíble. Un tipo que le hacía bien a todo lo que tocaba. Un escritor gigante que respiraba, comía y se bañaba en literatura. Un iluminado que, además de ser maestro, me honró con su amistad. Falleció en agosto de 2020, algo que todavía no supero. Hasta el último día leímos sus escritos por zoom. Fue uno de los tipos que más me impulsó a seguir. Le debo mucho. Una apostilla: cuando publiqué Cumpleaños en la isla y Continuidad de la obra, Hugo publicó Los árboles. Él también se presentó al Premio Municipal y pensé: “Si va este, no lo gano ni loco. Si es un maestro”. A Ezequiel Bajder lo conocí en lo de Hugo. Fue mi compañero de taller desde 2012 hasta 2020. Después seguimos juntos en un taller auto coordinado o gestado. Ezequiel es un erudito, un tipo altamente leído al que tengo allá arriba por su modo de leer, por su modo de divertirse escribiendo. Vamos a cumplir diez años de trabajo juntos. Es un genio. Adriana Chiatone se incorporó a nuestros encuentros y los tres somos muy felices. Practicamos la amistad, nos leemos. Ezequiel y Adriana son, además de escritores, editores. De hecho, Adriana Chiatone junto con Mónica Sifrim y Eduardo Gómez, son los editores de Cienvolando, en donde en 2016 publiqué Cumpleaños en la isla. Sólo quiero agregar que es muy importante compartir el camino de la escritura. No es el acto solitario que todos suponen. Hay que hacerse de una red de amigos y maestros para curtirse y evolucionar.
—En el cuento “Continuidad de la obra” los principales protagonistas son el hijo ciego de una famosa escultora (Raquel Marchesse) y la ayudante de la madre, Francesca. Los acontecimientos suceden en una antigua construcción en Villa Pueyrredón, a la sombra de los resplandores de una época de gloria extinta. Hay cierta imposibilidad de los personajes de cerrar una etapa. Están en un espacie de pausa, emulando objetos del pasado en esa vieja casa chorizo. ¿En cuánto el arte puede nutrir a la vida y en cuánto puede ahogarla? ¿En cuánto la vida puede nutrir al arte y en cuanto puede ahogarlo?
—Es una coordenada, ¿no? Ejes cartesianos; el arte que producimos es un punto en ese gráfico que a la vez es tridimensional, porque el otro eje, el que sería el del espacio o el tiempo, es el lector. Sin lectura no hay hecho artístico posible. Arte y vida no son opuestos. Se complementan. Ser artista, sencillamente, es un modo de mirar y una necesidad de expresar. Una sensibilidad. Un poco, con esta pregunta, podemos contestar la de la “Continuidad de los parques”, eso que te decía de la realidad colándose en la ficción de los relatos. Hay que saber que en física toda fuerza provoca una reacción y, por lo tanto, las influencias entre arte y vida o realidad y ficción, no son unívocas.
MEDIO AMBIENTE | “La hegemonía de nuestra especie está terminando con el equilibrio que implica la biodiversidad”
—Arañas, bacterias, hormigas, vacas se vuelven de pronto en personajes importantes en los relatos. ¿Somos conscientes, como especie humana, en cuánto moldean nuestra realidad las demás especies que conforman parte del planeta?
—No son mascotas. Son seres que viven con nosotros. Son nosotros. De ahí en más, la sensibilidad se cuela en los relatos, como en las fábulas. Tengo un jardín al que llegan pájaros. Inclusive aves acuáticas. Las conozco porque repiten las visitas. Mis tres gatos las miran con ojos que piensan, diría el poeta Francis Picabia. Disfruto de cada animal, de su personalidad, de su carácter. Hoy en casa, además de pájaros, peces y gallinetas, conviven con nosotros tres perras, dos gatos y una gata, yo diría que en un plano de igualdad familiar. Aunque los peces son medio ausentes, debo decirte, un poco fríos a la hora de interactuar. Y con esta última idea creo que puedo empezar a contestarte la pregunta. La gracia de nuestro planeta es la biodiversidad. A eso le llamaría Dios. La hegemonía de nuestra especie está terminando con el equilibrio que implica la biodiversidad. Es igual que en la economía, la hegemonía de los ricos y poderosos hace que la riqueza esté muy mal distribuida. El 1% posee el 90% y el otro 10% se reparte desigualmente entre el 99% restante de las personas. Con la ecología es lo mismo: los humanos poderosos dejan para el 99% de las especies, el 10% de la diversidad posible. La consecuencia es el calentamiento global, las inundaciones, la extinción anunciada. El concepto oriental de que el acto que ejerzo sobre otros o sobre el medio ambiente, se espeja sobre mi persona, es absolutamente cierto. Estamos ante situaciones de karma instantáneo. No da para más. Y si me preguntás cuál es la solución, te diría que mejor la dejemos en manos de los bosques, de la regeneración de la diversidad. Las lombrices, como especie, tienen más posibilidades de influir en la salvación del mundo que nosotros, como especie. O si no, que opinen las comunidades originarias. Los koguis de Santa Marta, por ejemplo. Sólo hay que escuchar. Saber no intervenir. Nuestra presencia es violencia. Somos los que pudrimos todo, mejor que nos hagamos a un lado. Como esas cumbres sobre el cambio climático: los poderosos que pudrieron todo están buscando una solución. ¡Por favor! Ahora el agua cotiza en bolsa. Y la envenenan porque siguen buscando oro. Vuelvo a decirte, no da para más.
—No son mascotas. Son seres que viven con nosotros. Son nosotros. De ahí en más, la sensibilidad se cuela en los relatos, como en las fábulas. Tengo un jardín al que llegan pájaros. Inclusive aves acuáticas. Las conozco porque repiten las visitas. Mis tres gatos las miran con ojos que piensan, diría el poeta Francis Picabia. Disfruto de cada animal, de su personalidad, de su carácter. Hoy en casa, además de pájaros, peces y gallinetas, conviven con nosotros tres perras, dos gatos y una gata, yo diría que en un plano de igualdad familiar. Aunque los peces son medio ausentes, debo decirte, un poco fríos a la hora de interactuar. Y con esta última idea creo que puedo empezar a contestarte la pregunta. La gracia de nuestro planeta es la biodiversidad. A eso le llamaría Dios. La hegemonía de nuestra especie está terminando con el equilibrio que implica la biodiversidad. Es igual que en la economía, la hegemonía de los ricos y poderosos hace que la riqueza esté muy mal distribuida. El 1% posee el 90% y el otro 10% se reparte desigualmente entre el 99% restante de las personas. Con la ecología es lo mismo: los humanos poderosos dejan para el 99% de las especies, el 10% de la diversidad posible. La consecuencia es el calentamiento global, las inundaciones, la extinción anunciada. El concepto oriental de que el acto que ejerzo sobre otros o sobre el medio ambiente, se espeja sobre mi persona, es absolutamente cierto. Estamos ante situaciones de karma instantáneo. No da para más. Y si me preguntás cuál es la solución, te diría que mejor la dejemos en manos de los bosques, de la regeneración de la diversidad. Las lombrices, como especie, tienen más posibilidades de influir en la salvación del mundo que nosotros, como especie. O si no, que opinen las comunidades originarias. Los koguis de Santa Marta, por ejemplo. Sólo hay que escuchar. Saber no intervenir. Nuestra presencia es violencia. Somos los que pudrimos todo, mejor que nos hagamos a un lado. Como esas cumbres sobre el cambio climático: los poderosos que pudrieron todo están buscando una solución. ¡Por favor! Ahora el agua cotiza en bolsa. Y la envenenan porque siguen buscando oro. Vuelvo a decirte, no da para más.
LA PRESENCIA DE LA REGIÓN | “Toda literatura implica un viaje”
—En los relatos se nota la presencia de la región (José María Ezeiza, Monte Grande, la autopista, la cárcel, la colectora, el barrio Montana, El Jagüel, Cresta Roja, Camino Negro, el arroyo Santa Catalina). ¿En cuánto aportaron estas locaciones y cierta idiosincrasia?
—A veces provoca una sonrisa la pretensión de pintar el conurbano. Me imagino que la voz de la gente retratada debe ser invento, como las voces en el Martín Fierro. ¿Vos creés que hablaban así? Pero hay una clave: Hernández inventó un mundo con un lenguaje propio que funciona para ese mundo. Por eso lo aceptamos. No importa la verdad, sino el funcionamiento. El relato, qué concepto tan en boga últimamente. Las locaciones, entonces, en las que se sitúa mi literatura, la región, como vos decías, es por donde me pasa y me pasó la vida. No pretendo pintar ninguna aldea, sólo escribir algún que otro cuentito, si se puede. ¡Sí, se puede!
—En “La muchacha que no calla”, una extraña mujer sale de un arroyo, comienza una relación sombría y cruel con un jardinero y el barrio, y luego, sale de escena. ¿Cuántas cosas nos trae y se lleva el tiempo sin que podamos hacer nada?
—De todo quedan cicatrices. El tiempo es como el aire o el agua: nos envuelve. Flotamos, lo suponemos lineal como le suponemos valor al dinero. La memoria es la marea, siempre trae y siempre lleva. Así que respecto a eso, no podemos hacer nada más que vivir aquí y ahora. Por otra parte, sí, la relación con el barrio y los vecinos es inquietante. Hasta violento. No poder hacer nada, respecto a lo que pasa, es violento. La meditación es una llave: aceptación, desapego, impermanencia. La realidad nos es impuesta como un relato. La historia y la moral también nos son impuestas. El significado de las palabras. Por suerte, la rebelión existe en el lenguaje. El habla está viva, sigue reglas y las rompe. Se inventa, se reinventa, se mata y se renace. Todo está ahí. La lengua, como el tiempo, trae consigo huellas del pasado y las palabras pronunciadas vuelan hacia el futuro que, al ser nombrado, es producido, comienza a existir. Intuimos las consecuencias. Nada es inocente en la lengua. Nos es necesaria y estructural. Al margen de esta digresión, puedo decirte que el jardinero de “La muchacha que no calla” es un tanto bestial en el trato hacia la muchacha que aparece en el barrio. Todo el barrio es brutal. A mí, qué querés que te diga, me resulta estremecedor.
—En el cuento “Tres evangelistas” el narrador cuenta el viaje de “Olivos a Ezeiza” para visitar al amigo Abel, “que se había tenido que mudar tan lejos”. Naciste en Coghlam, viviste en varias ciudades y pasaste tu infancia y adolescencia en Olivos. Luego en Coghlan, Flores, Luján, entre otras localidades, y ahora estás radicado en Ezeiza hace varios años con tu familia. ¿Tiene algo de autobiográfico este relato? ¿Cuán lejos quedó Olivos hoy, después de tantos años?
—Toda literatura implica un viaje. Una conversión. Pasar de un punto a otro implica transformarse. Porque ese que soy, a medida que va leyendo, es transformado por la lectura. El sólo paso del “tiempo-espacio” (de la historia que leo) produce una transformación. A cada “palabra-segundo” ya no soy el mismo. ¿Por qué querría serlo? Olivos, además de mi infancia, fue dejar atrás la memoria de la dictadura del 76, la construcción cultural de una derecha con pretensiones aristocráticas. El colegio privado, parroquial, lleno de conceptos y prejuicios medievales. Verdades aristotélicas, españolas, imperiales. Deserté de todo eso: desperté. Distintos proyectos me llevaron de aquí para acá. Ahora mi vida se está transformando y escribir empezó a ser el proyecto central. Lo bueno es que puedo hacerlo en cualquier lugar. De Olivos a Ezeiza y más allá. “Tres evangelistas” tiene, claro, algo autobiográfico. Igual que Las invasiones ranqueles según mamá, igual que muchos de los cuentos de Continuidad. Es divertido inventarse biografías. Fijate en Instagram, en Facebook. Sólo gente feliz. Nadie tiene problemas en el trabajo, con las drogas o con el alcohol. Nadie está deprimido ni toma pastillas. Nadie es machirulo. Los poetas retorcidos, sufrientes, pervertidos no existen. Todo es cool, todo está bien, nadie quiere ser cancelado. Sonreímos desde la foto de perfil como si fuéramos los de esa foto. Pretendemos parecer agradables, contamos la cantidad de amigos, las interacciones. La soledad no existe. El vacío no existe en las redes. Es un tanto ridículo. Para lo que más sirven las redes, es para atrapar peces y convertirlos en pescados. Para ese vacío, en cambio, es muy recomendable la escritura. Inventar biografías, como en las redes. Los libros no pierden la señal ni se les acaba la batería, igual que el chiste. Pueden ser vistos todas las veces que se quiera. No llevan la cuenta. Ahí están, esperan. Son la telaraña tejida.
—Un personaje (Herbert, el alemán) aparece en el cuento “Salsa o chimi (Un cuento con varios finales felices)” y luego en el “Epílogo: Herbert”, que cierre al libro. Se trata de un hombre común, casado, empleado en una fábrica, con sueños y deseos, que a la hora de contraponerlos con la realidad lo dejan un tanto maltrecho. ¿Qué pensás de los anhelos secretos que mueven a las personas y al mundo?
—Está bien lo de los anhelos. Cuanto más lejos estamos de concretarlos más secretos son. Pero, ojo: hay que trabajar por esos sueños. No sólo soñarlos. “Mereces lo que sueñas” dicen los cartelitos que decoran las casas. Así de tú, en otro idioma, casi. Meritocracia al palo. Por eso te digo, hay que darle y darle todos los días, levantarse más temprano, quedarse hasta más tarde. Lo que sea. No es que sea sacrificado. Es lo que hay que hacer. Soñar no cuesta nada. Trabajar sí cuesta, pero hay que hacerlo. Primero hay que saber soñar, después se trabaja por ese sueño. Y se trabaja fuerte y constante. No es trabajo, en realidad. Lo hacemos aunque no nos paguen. A eso se viene al mundo. A trabajar en esos sueños. Triste es no tener anhelos. O soñar nada más que con cosas materiales. Eso no es progreso, nos vuelve densos, rígidos como una piedra. Es más linda la sutilidad ¿no es cierto? Respecto a la inspiración, alguien, no recuerdo quien, dijo: “Si la inspiración llega, bueno, que me encuentre trabajando”.
ALGO DE FÚTBOL | “Messi malísimo”
—Tenés un cuento titulado “Messi malísimo” donde el narrador, Baltasar, recuerda el día que se cruzó con el jugador en el fútbol de inferiores y todo lo que imagina a partir de aquel encuentro. ¿Qué relación tenés con el fútbol? ¿Con Maradona, con Messi? ¿Por qué pensás que estas figuras calan tan profundo en tantas personas?
—Mi relación con el fútbol es una relación equivocada: me crié en Olivos y soy hincha de Banfield. Hay algo bastardo en eso. Tengo cero fútbol. Cero. De casualidad conozco el nombre de algún que otro jugador. Hoy ni sé quién es el director técnico. Me hice de Banfield en los ochenta, cuando se fue a la B (una costumbre que el club tiene, que por suerte, últimamente viene esquivando). No era de ningún equipo y un amigo del trabajo (fui bancario por seis años) que era fanático, siempre me decía que yo tenía que ser del Taladro. Debía estar llorando por descender. Así que como consuelo, lo llamé y le dije: “Palo, desde ahora soy de Banfield, para que no digas que estoy sólo en las buenas”. Y cumplí. Seguí siendo del Taladro. Pero qué poca alegría, ¿no? Messi y Maradona andan en distintas naves espaciales, viajan por distintos universos, a distinta velocidad. Maradona fue mi adolescencia. Comunicaba cosas, el tipo. Mensajes cifrados, señales. Te llegaba al alma. Sabía leer perfectamente la violencia del poder. Murió solo, cuando nadie lo esperaba. Le exprimieron todo el jugo. Algo lo entristecía, tenía una herida adentro. Messi es otra cosa, una maquinita, comunica menos, pero qué bien juega. Ahora se lo juzga, un poco, al Diego, por algunas cosas feas. Yo no soy digno de juzgarlo o más bien “lo juzgo tan eterno como el agua y el aire”. No es casualidad la cita al viejo Borges (no vaya a enjuiciarme la viuda por lo que voy a confesar): los nombres de todos los personajes del cuento “Messi malísimo”, los jugadores, la hermana, todos, son los mismos nombres de los juegan también en las páginas de Borges.
EN MARCHA | Una novela casi japonesa
—¿Qué proyectos tenés en marcha?
—Este año, con suerte, sale publicado mi quinto libro: Una novela casi japonesa. Va a salir en ediciones Salta el Pez. Trata de unos japoneses que cuando termina la guerra, La Segunda Guerra, se vienen para Argentina. El chico perdió a su madre, la mató un aviador norteamericano. Crece. Madura. Se casa. Tiene una hija, Kumi Isabel, que es malévola y a la vez divina. Estos japoneses se van volviendo argentinos. Son seres algo extraños, o están narrados desde cierta extrañeza. La novela cierra con una apostilla o agregado: la historia del aviador que mató a la madre del niño. Japoneses y norteamericanos se encuentran sin saberlo en Argentina; concretamente, en el Jardín Japonés. Hay que ver lo que sucede con ese encuentro. La acción sucede entre 1943 y 1973. Pretendo continuarla, hablar de los hijos y de los nietos y bisnietos y tataranietos. Va a ser divertido. Por lo menos para mí, hay que ver qué dicen las lectoras y lectores. Por otra parte, tengo terminados dos libros más que pretendo publicar. Uno se llama La desmesura: un niño cuadripléjico realiza viajes astrales y aparece en los sueños de los habitantes del pueblo. El pueblo está ubicado en la zona que llaman núcleo, rodeado de campos de soja. El libro describe la vida de ese pueblo: una cantante, un borracho, el intendente, los chicos, un maestro de karate, el abuelo y la abuela del chico cuadripléjico. Aparece también una ex pesista olímpica, Nadia, que se enamora de un tipo que se llama Santiago y es enano. También narra la historia de una perra, Bunda, y la de un ternero y la de un pez naranja. El tercer libro es de relatos. Tal vez su nombre sea La risa de las hormigas. Tiene historias variadas. Un abuelo que se enfurece por la música en la quinta de al lado y agarra la escopeta. Un tipo que se mea encima, en una fiesta. Un herrero que fabrica un arma casera para matar al cuñado. La vida de tres obesos, uno trabaja en la Chacarita y está enamorado de una compañera de trabajo en el crematorio. Otro hace inversiones online y vive en San Telmo. La tercera obesa es Berenice, que trabaja en una casa de repuestos en Warnes y está de novia. Otro cuento ocurre en un bar de la calle Brasil, en Constitución. Hay un gato que se deja acariciar: un homenaje a Jorge Consiglio que, en “Diagonal sur”, homenajea al cuento “Sur” de Borges. Una carambola de billar. Acabo de darme cuenta de que Borges aparece un montón en esta entrevista.
—Este año, con suerte, sale publicado mi quinto libro: Una novela casi japonesa. Va a salir en ediciones Salta el Pez. Trata de unos japoneses que cuando termina la guerra, La Segunda Guerra, se vienen para Argentina. El chico perdió a su madre, la mató un aviador norteamericano. Crece. Madura. Se casa. Tiene una hija, Kumi Isabel, que es malévola y a la vez divina. Estos japoneses se van volviendo argentinos. Son seres algo extraños, o están narrados desde cierta extrañeza. La novela cierra con una apostilla o agregado: la historia del aviador que mató a la madre del niño. Japoneses y norteamericanos se encuentran sin saberlo en Argentina; concretamente, en el Jardín Japonés. Hay que ver lo que sucede con ese encuentro. La acción sucede entre 1943 y 1973. Pretendo continuarla, hablar de los hijos y de los nietos y bisnietos y tataranietos. Va a ser divertido. Por lo menos para mí, hay que ver qué dicen las lectoras y lectores. Por otra parte, tengo terminados dos libros más que pretendo publicar. Uno se llama La desmesura: un niño cuadripléjico realiza viajes astrales y aparece en los sueños de los habitantes del pueblo. El pueblo está ubicado en la zona que llaman núcleo, rodeado de campos de soja. El libro describe la vida de ese pueblo: una cantante, un borracho, el intendente, los chicos, un maestro de karate, el abuelo y la abuela del chico cuadripléjico. Aparece también una ex pesista olímpica, Nadia, que se enamora de un tipo que se llama Santiago y es enano. También narra la historia de una perra, Bunda, y la de un ternero y la de un pez naranja. El tercer libro es de relatos. Tal vez su nombre sea La risa de las hormigas. Tiene historias variadas. Un abuelo que se enfurece por la música en la quinta de al lado y agarra la escopeta. Un tipo que se mea encima, en una fiesta. Un herrero que fabrica un arma casera para matar al cuñado. La vida de tres obesos, uno trabaja en la Chacarita y está enamorado de una compañera de trabajo en el crematorio. Otro hace inversiones online y vive en San Telmo. La tercera obesa es Berenice, que trabaja en una casa de repuestos en Warnes y está de novia. Otro cuento ocurre en un bar de la calle Brasil, en Constitución. Hay un gato que se deja acariciar: un homenaje a Jorge Consiglio que, en “Diagonal sur”, homenajea al cuento “Sur” de Borges. Una carambola de billar. Acabo de darme cuenta de que Borges aparece un montón en esta entrevista.
TALLERES. Fernando Garriga dicta talleres individuales y grupales (virtuales). “Todo es bueno para escribir, o para empezar. Me gusta dar talleres y trabajamos proyectos. Ojalá pueda convertirme en la mitad de maestro que fueron mis maestros, Mónica y Hugo. La gente que viene parece contenta. Yo siempre pido más. Pido trabajo. Que sueñen y que trabajen”. Le pueden escribir al email fergarriga@gmail.com, o contactar a través de las redes sociales Instagram y Facebook.