A) Se suele menospreciar a la literatura de terror, se la toma como a una literatura menor, de segundo orden. Ante todo, ¿se considera autor de género? ¿Y qué opina al respecto de ese menosprecio?
—Me parece que el desaire respecto a la literatura de terror es un prejuicio que ya no existe, o, mejor dicho, no es tan significativo, aunque no descarto que haya nostálgicos que insistan con la relevancia de esa idea. Disfruto de leer y escribir historias de fantasía y horror en su infinidad de variantes, junto a un montón de otras propuestas narrativas. Por pasión y vocación me he dedicado a estudiar a grandes maestros del horror, a los que no llamaría “autores de género”, sino simplemente autores que han transitado universos que me interpelan. Si algo soy (o intento ser), es un autor, o un escritor, a secas.
B) ¿Qué autores o artistas fueron y son sus influencias para su escritura? ¿Qué libros le dieron realmente miedo? ¿Por qué?
—Voy a tratar de ser sintético en cuanto a las influencias. Durante la adolescencia me marcaron la poesía del rock argentino en castellano (Luis Alberto Spinetta, Charly García, Ricardo Soulé), los surrealistas (Antonin Artaud, Arthur Rimbaud, Alejandra Pizarnik, Jean-Pierre Duprey, Charles Baudelaire, Aldo Pellegrini) y prosistas como Enrique Medina, Henry Miller, Bernardo Kordon, Ernesto Sabato. El horror se me inoculó mediante los rayos catódicos de la tevé a través de Sábados de súper acción y otros ciclos adorables. Las películas me hicieron preguntarme quiénes eran Mary Shelley, Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft, Ray Bradbury, Richard Matheson, Stephen King, Shirley Jackson o Clive Barker, que me revelaron una constelación con infinidad de puertas. En aquellos días fue clave leer “Hotel comercio” de Bernardo Kordon en una antología del Centro Editor de América Latina. En esa compilación no se destacaba que era un cuento de terror, y eso me hizo intuir que, tal vez, soterrado, hubiera mucho más. Así, temprano, me aboqué a leer la literatura argentina desde otra perspectiva y confirmar la fuerte presencia de lo espectral en muchas obras; a comprender, por ejemplo, que Horacio Quiroga era nuestro Edgar Allan Poe. Más adelante conocí a Alberto Laiseca y Liliana Bodoc, a quienes tuve la suerte de tratar personalmente, en una época que empezaba a asistir a encuentros literarios donde me crucé con contemporáneos en una sintonía similar. ¿Qué libros me dieron realmente miedo? Si voy hacia la infancia, se me presenta un verano en el que leía en mi cuarto, alumbrado por un velador poblado de jejenes y mosquitos, Las mil y una noches, quizá mi primer libro largo, y puedo evocar ciertas imágenes que me colmaban de una inquietud fascinante durante la madrugada en Uribelarrea. Ya lector adulto, una respuesta sencilla sería: ninguno. Sin embargo, en este contexto, entiendo que “el tema del miedo” es un juego al que nos adentramos quienes amamos ficciones como Salem’s Lot de Stephen King, El corazón condenado de Clive Barker, El hijo de la bestia de Graham Masterton, Los gusanos de la tierra de Robert Howard, La saga de los confines de Liliana Bodoc, Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi, Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sabato, El pozo del Yocci de Juana Manuela Gorriti, Cuento de Navidad de Charles Dickens, Las noches lúgubres de Alfonso Sastre, Las fuerzas extrañas de Leopoldo Lugones, Viene con la noche de Alberto Ramponelli o Frankenstein de Mary Shelley. Todas contienen momentos aterradores.
C) ¿Qué elementos considera que debe tener en cuenta un escritor de género de terror hoy en día? ¿Considera que el género debe renovarse, ve algún tipo de cambio a futuro?
—El desafío de cualquier narrador podría arrancar desde dos aspectos esenciales: en primer lugar, encontrar una historia que aporte algún nuevo punto de vista, de cara a una frondosa tradición, y en segunda instancia, buscar la mejor forma que pueda darle representación a lo que se procura narrar. Waldo Fonseca, un amigo músico, me contó que en el momento de la creación ingresa dentro de un sueño y si le encuentra una manija a la visión regresa con un apreciable botín. El reto de quienes escriben terror o lo que sea es entrenarse para entrar a ese estado onírico y, luego, volverse diestros para regresar con algo en la faltriquera. En cuanto al presente y al futuro: pienso que el acto mismo de ejercitar la lectura y la escritura es la forma más antigua y moderna de la renovación.
INDICE LOS ASESINOS TÍMIDOS | NUMERO 31
DOSSIER SOBRE LITERATURA DE TERROR
Pensamientos (incompletos) sobre la literatura de terror | Por Juan José Burzi
ENCUESTA
Mariana Enriquez
Diego Muzzio
Pilar Pedraza
Agustina Bazterrica
Irene Gracia
Gustavo Nielsen
Liliana Colanzi
Pablo Martínez Burkett
Ana Llurba
José María Marcos
Cezary Novek
Fabián García
El circo del octópodo (acerca de Lovecraft), por Fabián García
El mal menor (de C.E.Feiling), por Jésica Taranto
Los elementales (de Michael McDowell), por Pablo Martínez Burkett
Agujas doradas (de Michael McDowell), por Cezary Novek
Lovecraft: contra el mundo, contra la vida (de Michel Houellebecq), por Diego Gentile
El lanzador de cuchillos (de Steven Millhauser), por Cecilia Espinosa
RESEÑAS
El método Borges (de Daniel Balderston), por Gustavo Di Pace
Cosas pequeñas como esas (de Claire Keegan), por Cecilia Espinosa
Manantial (de Akwaeke Emezi), por Carolina Gómez
OPINIÓN
Aira sobre Pizarnik; una lectura en prosa (II), por Ricardo Strafacce
Notas sobre la experimentación, por Mariana Docampo
Nuestra escritora más secreta, por Cezary Novek
Cheever: el agua y sus metáforas, por Alejandro Galay
Apuntes sobre las consecuencias de la muerte, por Verónica Schrage
Un virreinato tan Di Benedetto, por Gustavo Di Pace
Abanderados por el sistema, por Maximiliano Guzmán
Ginzburg-Ferrante: la dupla fulminante, por Patricia Lovine
Ilustración de portada: Julieta Pérez- @_head_in_the_cloud_art