Entrevista a José
María Marcos. Por Damián Blas Vives (Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de
Biblioteca Nacional). Marzo de 2016.
—¿Cómo ves el estado
de situación de la literatura en la actualidad? ¿Cuáles son las voces más
interesantes de la nueva generación y cuáles los nacimientos más promisorios?
—Lo que más me impacta del momento actual es la enorme
cantidad de nuevos autores y encuentros alrededor de la literatura. Festivales,
talleres, ferias, charlas y ciclos de lectura han sido y son moneda corriente
en gran parte del país. Estimo que aún hay poca distancia para hablar de “las
voces más interesantes de la nueva generación”. Sin embargo, pienso que la
aparición de la trilogía La saga de los
confines, de Liliana Bodoc, es uno de los acontecimientos literarios más
importantes de los últimos años, por su prosa, por su poesía y por poner en
diálogo el imaginario latinoamericano con una larga tradición de literatura
universal. El impacto que tuvo esta obra en infinidad de lectores habla de un
pasado que sigue latiendo frente a un presente que relativiza el exterminio y
persecución de los pueblos aborígenes y su forma de concebir el mundo. Como
hecho simbólico, el primer tomo, Los días
del venado, apareció en el año 2000, en el inicio del siglo veintiuno.
—¿Cómo manejás el
clima, la atmósfera, en tus narraciones?
—En su ensayo El
horror sobrenatural en la literatura, Lovecraft decía que la atmósfera es central
en una historia, pues el criterio final de la autenticidad no está dado por el
argumento, sino por la creación de una sensación. Me parece valiosa esta
observación. En la elección de ciertas palabras y determinados episodios vive
la atmósfera.
—¿Cómo abordás en tu
obra el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?
—Tener un argumento y un tema, considerar una trama para
desarrollar y encontrar un lenguaje, un tono, una perspectiva, hacen de la
suerte de una historia. Disfruto de ellos, como lector y como escritor. Todo
nace con el lenguaje, que es la clave central, pero no es lo único, pues con él
se puede contar una historia o simplemente hacer una lista de compras.
—¿Cuál es tu proceso
de escritura?
—Pensar mucho sobre algo y luego escribir, es una respuesta
posible. Aclaro que ese “algo” puede ser una idea o una imagen, y más que
pensar en eso, se presenta como una intuición que insiste y uno la escucha. Finalmente
la escritura ayuda a enfocarnos. Como dijo Pitágoras, “el límite da forma a lo
ilimitado”.
—¿Cuáles son tus
influencias literarias?
—Admiro a muchos autores. Nombro a quienes he leído más:
Alejandra Pizarnik, María Negroni, Liliana Bodoc, Enrique Medina, Bernardo
Kordon, Andrés Rivera, Antonio Dal Masetto, Ernesto Sabato, Jorge Luis Borges,
Alberto Laiseca, HP Lovecraft, Robert Howard, Stephen King, Clive Barker y
Antonin Artaud. Colados agregaría a los cineastas Alex de la Iglesia y Lars von Trier,
por no citar todo el cine de terror y fantástico que aprendí a amar en los
ciclos como Sábados de Súper Acción, Hollywood en Castellano, Kenia Sharp Club
o Historias para No Dormir.
—Memoria, olvido y
recuerdo en tu obra.
—En 2007 salió una novela que escribimos junto a mi hermano
Carlos que se llama Recuerdos parásitos
(quién alimenta a quién...). En esta historia escribimos pensando en los
recuerdos compartidos de nuestra infancia, en ciertos olvidos y en cómo la
memoria reconstruye lo que se ha ido perdiendo. El concepto alude a aquellos
“recuerdos parásitos” que no podemos apartar de nuestra mente, que empañan
nuestras vidas, porque nos retrotraen siempre a un instante de dolor, pero que
no necesariamente evocan lo que sucedió ni cómo nos impactó. Son recuerdos
nacidos de un trauma. En la novela hablamos de lo que les ocurre a dos individuos,
pero socialmente sucede lo mismo. Porque el olvido no se da sólo por dejar de
nombrar algo, sino por poner en su lugar un recuerdo que no corresponde con lo
acontecido. En mi libro Los fantasmas
siempre tienen hambre trabajé, a su vez, con ciertas persistencias o
aspectos oscuros que creemos superados y que por negados pueden volverse
amenazantes o peligrosos.
—Vocación, infancia y
escritura.
—Todos cargamos con una historia personal y familiar. Relatos,
anécdotas, secretos, rumores, forman una red que nos da una visión del mundo
que, con el paso de los años, vamos confirmando o modificando. La infancia,
época alucinada donde tratamos de entender qué hacemos acá, nos acompaña el
resto de la vida. Por eso muchos citan y coinciden con Rilke cuando dice que
“la verdadera patria del hombre es la infancia”. A lo largo de nuestros días, uno
va discutiendo internamente con esa patria y volvemos a ella a la hora de la
escritura, porque allí hay un reservorio arqueológico con pistas que remiten a nosotros
y a nuestros ancestros. La escritura, la vocación de escribir, es un ejercicio
de reconstrucción, un intento por entender por qué actuamos y vemos el mundo de
una manera y no de otra. La escritura es un mano a mano con nuestro pasado, con
cada instante que se marcha.
—Producción cultural
y mercado.
—Son dos campos que a veces van de la mano, y otras, por
carriles distintos. Pueden formar un matrimonio de conveniencia o ser amantes.
Puede ocurrir que sean felices juntos durante un tiempo y más tarde se
divorcien y hasta se odien indefinidamente o por un período.
—Construcción de
personajes.
—Los personajes son centrales en una buena narración. En
gran parte de las ficciones somos nosotros en acontecimientos extraordinarios. Aparecemos
como individuos o comunidad frente a un destino que parece inevitable o difícil
de sobrellevar. Me gustan, además, los personajes extraordinarios en
acontecimientos a los que estamos habituados, que nos ayudan a ver cómo lo que
nos parece natural o lógico es sólo una convención que puede enceguecernos o
impedir que llevemos adelante una vida plena.
—Contacto entre tu
narrativa y la realidad nacional.
—La realidad me interesa sobremanera. Uribelarrea, Argentina,
el mundo. Las personas, mis contemporáneos, los más débiles, los invisibles, aquellos
que no son mirados. Todo eso aparece. Mis historias no serían iguales si
hubiera nacido en otra casa, otro tiempo u otra geografía.