Por José María Marcos (*)
La investigación ha sido exitosa, estimado Dr. Martínez Burkett.
Llegué a lo que se conoce como “internet invisible” y puedo dar testimonio de
su existencia. Abrigo una memorable sensación de triunfo aun cuando la victoria
sea, quizás, una derrota para la humanidad. Conectado a mi equipo de realidad
virtual —alejado de los artefactos utilizados para la banal industria del
entretenimiento—, hace meses inicié una exploración. Ya se lo expliqué oportunamente,
y lo hemos discutido, mi teoría indica que nos encontramos ante un nuevo reino,
como el animal o el vegetal, con especies que nacen, crecen, metabolizan,
responden a estímulos, se reproducen y mueren. Dicho ámbito imita las
condiciones que hace millones de años posibilitaron el surgimiento de la vida,
y así como cada semilla contiene latente lo que será, también posee información
de su larga evolución. Junto a esta breve nota, llegará una memoria extraíble con
las investigaciones realizadas. Otra de igual tamaño se halla protegida en el
laboratorio de la
Fundación. Por su seguridad, le pido que no trate de recrear la
experiencia, aunque comprenda el procedimiento. Pronto entenderá el
porqué. En los abismos de la red me topé con un misterio aterrador, mayor que la
Deep Web o el Proyecto Tor. Juzgué que se
trataba de la broma de un programador, pues contacté con seres monstruosos, que
supuse simulaciones tendientes a burlarse de los científicos. Le ofrezco todo lo
que sé. No perderé tiempo en prolongar esta simple nota. Lamento informarle que
las entidades pretenden abandonar la región oscura. Hace una semana he tenido
el primer indicio del peligro, y anoche, otros han aparecido. Cuando localicen
el camino hacia nuestro mundo nada será como antes. Y, tal vez, aquel día esté cercano.
En lo profundo de la web, señor Martínez Burkett, no gobiernan la nada ni el
vacío. Aquí le dejo pruebas irrefutables. En aquellos confines, apreciado amigo,
he descubierto el infierno.