El editor de Muerde Muertos y autor de la novela para chicos El hámster dorado nos trae una de esas grandes historias de pueblo chico para
niños y no tanto: Monstruos de pueblo chico (Galerna, 2015).
José María Marcos. Foto Daniel Mordzinski. |
José María Marcos narra la historia de Mariano Gabriel
González que decide volver a su pueblo natal, Uribelarrea, en la provincia de
Buenos Aires para alejarse de la ciudad y reencontrarse con su raíces. Sin
embargo, también descubrirá que heredó un monstruo; en un pueblo en el que
corre el rumor que cada familia tiene asignado el suyo.
Marcos retoma de manera hábil el engranaje que une la
posibilidad de lo imaginado y lo “real”. Con un estilo que si bien está
pensando para niños no cae en la condescendencia de hacer del lenguaje algo más
simple sino que, con imágenes detalladas, logra una trama adictiva.
Un lector atento podrá deducir las historias propias junto
con las lecturas del autor que dialogó con nosotros.
—Puede intuirse, por
ejemplo con la elección de tu pueblo natal o la presencia de las esculturas de
la artista Regina Bigiotti, una pincelada autobiográfica en tu novela. ¿Cómo
nació la historia?
José María Marcos
(JMM): — En este momento estoy del bando de los que piensan que mayormente
la literatura es autobiográfica, con proyecciones certeras o muy distorsionadas
de nosotros mismos. A veces, dotamos al protagonista de algo nuestro, a veces
nos sentimos más cercanos de un personaje secundario o de un testigo, o, tal
vez, de la voz narradora. Robamos, además, virtudes o defectos de familiares,
amigos o conocidos, para inoculárselas a alguna de nuestras creaciones. En
ocasiones lo hacemos a conciencia y otras sin darnos cuenta. Como dijo alguna
vez Ernest Hemingway, el escritor es el único culpable que se presenta a
declarar sin que lo hayan citado. Yendo puntualmente al libro, trabajé
abiertamente con elementos de mi propia historia: el pueblo, sus vecinos, lo
que sucede actualmente allí con el turismo rural, el barrio de Almagro (donde
vivo hoy), mi kiosquero, etcétera. Todo esto se articuló en torno a una obra de
la artista plástica Regina Bigiotti (compuesta por cincuenta rostros inspirados
en el Martín Fierro), amiga de mi familia, que tengo muy asociada a mi
infancia. Cuando de chico iba a la casa de Regina con mis padres, no podía
dejar de ver esos rostros, con una mezcla de fascinación y cierto temor por el
silencio, sus miradas y la rudeza de los gestos. Al escribir esta historia,
evoqué aquel encanto y traté de cruzarlo con la idea de que siempre que
hablamos de literatura hablamos de máscaras que enuncian lo que somos, lo que
queremos ser y lo que somos para los otros. También los monstruos funcionan
como máscaras o espejos.
Museo José Hernández de Uribelarrea, donde se exponen las obras de Regina Bigiotti, inspiradas en el Martín Fierro. |
JMM: — Amo el Martín Fierro. Me parece fascinante la
trama, los personajes, las reflexiones, toda la pintura que hace de una época,
con sus correcciones y sus incorrecciones. Creo que es una obra que puede ser
muy divertida e inspiradora para cualquier edad, y estoy a favor de
desacralizar estos grandes textos para que tengan nuevos lectores. Adoro,
también, la literatura gauchesca en general, el arte de los payadores y los
cantores sureros, y esto aparece en el libro.
—En tu texto hay una
clara mención a Edgard Allan Poe, incluso lo nombrás, en ese juego como en “El
corazón delator” o “El gato negro” sobre qué es real y qué es producto de la
locura o un sueño ¿a quién(es) más tomarías como referente(s)?
JMM: —Edgard
Allan Poe es un referente al que de vez en cuando todos los que nos gustan los
cuentos de terror volvemos. Aquí me di ese gusto, además de tener muy presentes
el humor de Alberto Laiseca y los relatos camperos de Julio César Castro, todo
eso mezclado con los cuentos de fantasmas anglosajones y una larga tradición de
leyendas tenebrosas presentes en el relato oral de las zonas rurales.
—¿Cómo encarás la
diferencia —si es que hay— entre escribir terror para adultos y niños?
JMM: —En un
reportaje, Pablo de Santis (a quien admiro por su enorme talento e imaginación)
dijo que en el fondo toda literatura es infantil. Creo que tiene razón: siempre
estamos ante la construcción de un artificio, apelando a la complicidad del
otro, a que durante un rato o días nos sumerjamos en una aventura, como cuando
éramos niños y nos dejábamos llevar. La diferencia entre escribir para adultos
y niños, en lo personal, la establezco de la siguiente manera: cuando escribo
para adultos, espero que la historia me guste, me entretenga, logre ciertas
atmósferas, plantee una idea o al menos una duda; en pocas palabras, que tenga
ingredientes que sean atractivos, según mis gustos. Cuando encaro un proyecto
juvenil, busco lo mismo, sólo que imagino a mis sobrinos (tengo casi treinta) o
a sus amigos como primeros lectores, y entonces, pongo en funciones un narrador
que se dirija directamente a ellos. Inevitablemente uno no habla igual con un
adulto que con un niño.
—¿Estás trabajando en
algún nuevo proyecto?
JMM: —Siempre
estoy tratando de escribir algo nuevo. Por lo pronto, para el año próximo está
confirmado que saldrá una nueva novela infantil por Del Naranjo, en la Colección Sub-20.
Y paralelamente estoy dándole los últimos retoques a una novela para adultos,
que espero publicar por Muerde Muertos. Ambas tienen fantasía, horror y
sobrenaturalezas varias.
Monstruos de pueblo chico de José María Marcos
Galerna infantil, 2015. Ilustración de tapa Leo Batic, 112 páginas
Para conocer más del autor: www.josemariamarcos.blogspot.com