Recién salida del horno, Galerna pone a nuestro alcance Monstruos de pueblo chico, la segunda
novela juvenil de José María Marcos. Escritor y editor, José María ingresó en
las letras por la puerta de la literatura de género, más específicamente por el
terror puro y duro y sus cruces más variados. Fundador del sello editor Muerde
Muertos junto a su hermano Carlos y una de las cabezas del programa radial
Intelectoilets, Marcos intenta con éxito abordar la narrativa juvenil desde sus
vértices menos cautelosos.
José María Marcos y su Monstruos de pueblo chico. |
—Mi acercamiento al género juvenil se lo debo a Liliana
Bodoc. La aparición de La saga de los
confines es uno de los acontecimientos literarios más importantes de los
últimos años, por su prosa, por su poesía y por poner en diálogo el imaginario
latinoamericano con una larga tradición de literatura universal. Bodoc ha
desarrollado también una obra de calidad dedicada al público infantil y
juvenil. Como tantos de sus fans, me acerqué a ella, tuve ocasión de conversar
y le obsequié uno de mis libros. Después de tratarla un tiempo, y que ella conociera
lo que yo hacía, me preguntó por qué no escribía para jóvenes. Hasta ese
momento nunca lo había pensado y me sembró la inquietud. En una suerte de
taller literario informal, me fue dando algunas pautas, me recomendó autores y
libros, y me alentó a que buscara mi lugar dentro de la literatura juvenil, que
volcará allí mi forma de ver los relatos de fantasía y horror. En estas
circunstancias nació El hámster dorado que
más tarde publicó la editorial Del Naranjo gracias a Norma Huidobro, otra gran
escritora argentina, quien seleccionó el material para la Colección La Puerta
Blanca.
—Te iniciaste en el
género juvenil con El hámster dorado,
novela en la que narrás la relación de una niña, Camila, con su mascota. Una
relación que funciona como salvaguarda de un contexto por demás hostil. ¿Cómo
surge esta historia y cómo abordaste temas como la violencia, el maltrato y la
marginalidad en un relato para jóvenes?
—Cuando se me ocurrió la idea de desarrollar esta historia
urbana (con personajes que viven marginados, en una fábrica abandonada, su modo
de subsistencia es el robo, y que, enfermos de violencia, son víctimas y
victimarios), Liliana Bodoc insistió en que siguiera adelante, que en
literatura uno debe dirigirse a los niños y jóvenes como lo hacemos en la vida
real. Que no subestimara la capacidad de comprensión. Con ese impulso, fui
encontrándole el tono a la historia, que terminó articulándose alrededor de la
relación de una niña que encuentra una pequeña luz de esperanza en medio de la
desdicha. Pienso que eso es algo muy humano: donde algunos sólo encuentran
motivos para la derrota o la claudicación, otros hallan razones para luchar y
sobreponerse.
—¿Cuál fue la
recepción de los lectores?
—Estoy muy contento con la recepción, porque no sólo ha
gustado a los jóvenes, sino también a los adultos. Eso me alegra porque, por
sobre todas las cosas, la llamada literatura infantil debe ser en primer lugar
literatura a secas.
—En Monstruos de pueblo chico volviste a tus
raíces. ¿Cómo es escribir terror juvenil? ¿Qué mecanismos coinciden y cuáles
divergen al narrar terror para los más jóvenes y al hacerlo para los adultos?
—Cuando escribo para adultos espero que la historia guste,
entretenga, logre ciertas atmósferas, plantee una idea o al menos un
interrogante. Cuando encaro un proyecto juvenil, busco lo mismo, solamente
imagino a mis sobrinos como primeros lectores.
—¿Cuándo te
aficionaste al terror y cuáles fueron tus lecturas formadoras en este género?
—Mi ingreso al mundo del terror tiene que ver con la
infancia y con los ciclos Hollywood en
Castellano y Sábados de Súper Acción,
los sábados a la tarde, o el Kenia Sharp
Club, a la medianoche, donde vi las primeras películas de terror con
Vincent Price, Peter Cushing, Christopher Lee y otros tantos actores. Hablo de
la época que no era sencillo alquilar películas, no había cable, y debíamos
elegir entre cinco canales. Esas historias me abrieron “puertas en el alma”,
como diría Alberto Laiseca, y me estimularon a descubrir quiénes eran Edgar
Allan Poe o Stephen King. Por fortuna, a mi madre le gustaban las películas de
terror, entonces en casa no estaban prohibidas. Debo decir también que Narciso
Ibáñez Menta, su ciclo Historias para no
Dormir o la miniserie El Pulpo Negro
me permitieron soñar que esas historias podían ser contadas en nuestros pagos.
Más tarde vino la literatura con los autores y sus obras.
—Desde hacía tiempo andaba con ganas de mezclar mi afición
por los cuentos de terror con la literatura gauchesca y las leyendas rurales,
en una suerte de “historia con monstruos y gauchos”. Cuando salió la
posibilidad de enviar un texto para su evaluación a la Colección Infantil
de Galerna, dirigida por Franco Vaccarini, aproveché para escribir esta
historia que venía postergando y que pone en el centro a una obra de la artista
plástica Regina Bigiotti, quien desarrolló cincuenta rostros inspirados en el Martín Fierro y que hoy forman parte del
Museo José Hernández de Uribelarrea, dirigido por mi hermana Jorgelina y mis
padres Silvia e Ignacio. La literatura es de algún modo un baile de máscaras,
de espectros, y la obra de Bigiotti siempre me pareció un motivo muy literario.
—En esta novela
lograste encontrar una vuelta de tuerca para hacer interesante la narrativa
gauchesca. ¿Fue pura coincidencia o responde a una búsqueda? ¿Sos cultor de esa
literatura?
—Me encanta la literatura gauchesca. Hace algunos años me
armé una guía de lectura y fui leyendo sus distintas variantes: Facundo, de Sarmiento; el Martín Fierro, de José
Hernández; las novelas de Eduardo
Gutiérrez (Juan Moreira y Hormiga Negra); Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes; El Fausto, de Estanislao del Campo; El Santos Vega, de Hilario Ascasubi, y otros. Cuando hablaba con
amigos escritores sobre estas lecturas, me encontraba con que mayormente no las
habían leído, o, bien, eran partidarios de un texto o de otro. Para mí, todos,
por su variedad y hasta por sus estéticas contrapuestas, poseen un valor
extraordinario. Sumado a esto, por haber nacido en Uribelarrea, no me es ajena
la tradición de payadores y cantores sureros de la provincia de Buenos Aires.
—Uribelarrea es el
pueblo de tu infancia. ¿Sirve sólo de escenario o, como el protagonista, te
dejaste algún monstruo sin atender por aquellos pagos?
—Uribelarrea es el pueblo de mi infancia y cada vez más
funciona como territorio de mi imaginación. Al principio, quizá por pudor, le
ponía otro nombre, aunque estuviese hablando de Uribelarrea. Y respondiendo a
la segunda parte de tu pregunta… seguramente allí debe quedar algún monstruo al
acecho.
—“Todos tienen un
monstruo en su casa”, afirma el vasco Zugarramurdi. ¿Cuáles son los monstruos
actuales de José María Marcos?
—Intuyo que son aquellos monstruos lovecraftianos que nos
susurran al oído que en medio del cosmos no somos nada más que accidente, un
error, y que al final del camino sólo nos espera el silencio y la nada.
José María Marcos. Foto: Daniel Mordzinski. |
—Que traten de entenderlos, de conocer sus motivaciones y
sus odios, que les tengan piedad. De una profunda comprensión de los monstruos
nace una profunda comprensión de los seres humanos.
—¿En qué difieren los
monstruos de pueblo chico y los monstruos de las grandes urbes?
—Monstruos hay de todos los tamaños, gustos y sabores.
Aceptando que es posible responder esta pregunta, imagino que los monstruos de
las grandes ciudades tendrán un rostro anónimo, mientras que en los pueblos
vestirán la máscara de algún viejo conocido.