“En el policial
argentino existe
el prejuicio de que
todos los
policías son
corruptos o ineficientes”
Por José María Marcos,
especial para INSOMNIA, Nº 177, septiembre de 2012
Gastón Intelisano nació en San Martín (Buenos Aires) el 16
de mayo de 1978. Durante cuatro años acompañó como pasante universitario a la UMFIC (Unidad Médico Forense
de Investigación Criminalística), donde pudo observar de cerca el trabajo tanto
de médicos forenses como de peritos y asistir a numerosas escenas de crímenes y
autopsias. Es licenciado en Criminalística y radiólogo. Lector de novelas
policiales y de terror, fanático de Stephen King y Patricia Cornwell, un día
decidió poner sus conocimientos al servicio de la ficción y escribió Modus operandi (Autores de Argentina, 2010),
su primera novela publicada. “Stephen King me marcó con la emotividad que le da
a sus tramas y personajes, y Patricia Cornwell en la importancia de investigar sobre
lo que se está escribiendo”, contó Gastón en un diálogo con INSOMNIA en el que habló de su trabajo
forense, de su próximo proyecto y del prejuicio que existe en el policial
argentino donde todos los policías “son corruptos o ineficientes”, entre otros
temas.
ENTRE KING Y CORNWELL
—¿Cuáles son tus principales influencias?
—Definitivamente, Stephen King es el autor por el que me
siento más influenciado. Me inicié en la lectura gracias a él. Fue lo primero
que leí por placer. Fueron también las suyas, las primeras novelas que leí.
Siendo más chico había leído cuentos, pero nunca novelas. Y mi primera novela
(escrita en una Olivetti a la
que le faltaba la letra “d”) fue algo parecido a una novela de terror de
Stephen King. Me gustan particularmente los libros que están escritos en
primera persona; por eso, me encantaron Un
saco de huesos y Duma Key. Ambos
son increíbles y muestran un lado humano del autor, que me fascinó. Cuando del
terror pasé a prestarle más atención al policial, me atraparon las novelas de
Patricia Cornwell. Creo que no existe otro escritor de policiales como ella.
Entre sus mejores títulos destaco Extraño
y cruel y Código negro, que son
geniales. Stephen King me marcó con la emotividad que le da a sus tramas y
personajes, y Patricia Cornwell en la importancia de investigar sobre lo que se
está escribiendo
—En muchas pasajes de Modus operandi, King muy presente, aunque tu novela no tiene nada de sobrenatural…
—Te repito: de él aprendí mucho. Sus obras me ayudaron a
entender que para que el lector sienta que está en el lugar, o situación que
describís, tenés que ser detallista, pero no en exceso, pues hay que evitar caer
en el error de muchos novelistas: aburrir o abrumar con tanto detalle, que hace
que se pierda la idea principal. Sus obras me ayudaron también a prestarles
atención a los personajes. A escucharlos, a ponerme en su piel.
EL PASO DE LECTOR A
AUTOR
—¿Cuándo descubriste que el género policial era lo tuyo?
—Desde los años de secundaria y hasta los primeros de
universidad, fueron en los que más me acerqué a la novela policial. Leí las primeras entregas de
Kay Scarpetta; Detective, de Arthur Hailey;
la trilogía de David Witse; y a
Thomas Harris. Veía “Los expedientes X” y “Millennium”, dos
series que me marcaron a fuego. Mientras tanto, cursaba los primeros años de la
carrera de Criminalística y hacía mi pasantía en la UMFIC (Unidad Medico
Forense de Investigación Criminal), lo que me ponía en contacto con mucho de lo
que yo leía en las novelas y veía en las series policiales. Fue allí cuando
dije: “¿Por qué no dejar la posición cómoda de lector y pasar a la de autor?”. Tenía muchas
historias para contar. Cuando empecé a escribir mi primera novela policial
dije: “Esto es lo mío”.
—¿Cómo nació Modus operandi?
—Modus operandi
nace en esos primeros años de facultad en los que, paralelamente, estaba como
pasante en la Policía Científica. Me pasaba todo el sábado en la Unidad,
compartiendo el día con los médicos y técnicos forenses. Me contaban anécdotas,
me mostraban fotos, y si surgía algún caso, iba con ellos en el móvil
criminalístico y me metía en la escena del crimen, asistiéndolos y tomando
notas. De ese intercambio constante y de ver cómo era la dinámica de una
investigación forense real, surge la novela.
LA POLICÍA TAMBIÉN
TIENE HÉROES
—La mayoría de los policiales argentinos están escritos desde afuera de
la policía. Es más, los héroes son ex policías, asaltantes con códigos, o,
bien, detectives llegados de distintas disciplinas. Siempre son personajes
outsiders, que descreen de la justicia. En cambio, en tu caso tus personajes
trabajan dentro de una institución y confían en la ley. ¿Pensás que lo tuyo le
aporta una nueva mirada al género en la Argentina?
—Me gustaría que sí. Que se cambie esa idea tan arraigada
que encuentro en el policial argentino, que es que todos son corruptos,
ineficientes y que no les interesa que se haga justicia. Hace poco leí en el
blog de un escritor (que dicho sea de paso, no escribe policiales ni debe
conocer el mundo policial) un decálogo del policial argentino, en cual el
primer ítem era: “El crimen siempre lo comete el policía”. Me indignó
profundamente y se lo hice saber. Me respondió que si el policial es argentino
y el héroe es un policía bueno, es un cuento de hadas, no un policial. Yo
conozco a gente de todas las fuerzas desde el año 2000 que es cuando empecé a
estudiar y a tener contacto con el ambiente policial-legal-forense, y en todos
estos años he conocido muchos profesionales muy capaces, dedicados y honestos.
Habrá corrupción, no lo niego, pero lamentablemente es algo que existe a nivel
mundial. Conozco forenses de países del primer mundo que padecen los mismos
problemas de presupuesto y apoyo que nosotros. Es como dice la célebre Kay
Scarpetta: “Lamentablemente, los muertos no votan”.
—¿En cuánto te ayudó ser licenciado en Criminalística, a la hora de escribir Modus
operandi?
—Me ayudó en el hecho de poder plasmar con realismo los
procedimientos de una investigación criminal y la vida cotidiana dentro de una
unidad forense. Para mí es indispensable estar parado donde mis personajes van
a estarlo. Por eso todo el tiempo llevo conmigo un anotador, una lapicera y la
cámara de fotos.
—En algún momento, ¿saber tanto no te jugó en contra?
—Sí, muchas veces. Es lo malo de saber interpretar lo que la
escena de un crimen o un cadáver te cuentan. Porque podés recrear todo en tu
mente y la mayoría de las veces es bastante terrible y doloroso.
—¿Qué le prestaste de tu personalidad a Santiago Soler, el
protagonista de Modus operandi?
—Ese es un punto que me sigue causando mucha sorpresa porque
cuando alguien que leyó la novela y me conoce me dice que no podía imaginarse a
otro que a mí personificando a
Santiago Soler. Yo creí que no había volcado tantas cosas de
mí en él, pero a juzgar por los comentarios, pareciera que sí. Creo que le
presté el carácter tranquilo que tengo (y que creo que es imperativo para
profesiones como la mía), la pasión que siento por la investigación científica
de un crimen, y el compromiso que siento con la verdad. Físicamente, me lo
imagino como yo, también.
TRABAJAR EN SOLEDAD
—En algún momento de la novela, Soler y sus compañeros aparecen trabajando
en medio de la soledad, presionados por los resultados y sin comprensión,
incluso, de las autoridades políticas de turno. ¿El trabajo del forense en la realidad se parece a
este clima que recreas?
—Sí, bastante. Hoy en día se espera mucho de los que
trabajamos en la resolución de un crimen. Hay una especie de fanatismo y una
falsa idea (que en cierto grado lo dan series como CSI, en las que todo se
resuelve en una hora) de que las ciencias forenses son mágicas. Que todo se
resolverá porque se encontró una huella, un cabello o una mancha. O que algún
aparato ultramoderno nos dará la composición exacta de una mota de polvo y con
eso se resolverá un caso. Creo que la ciencia forense tiene un límite y ninguno
de esos aparatos debe remplazar el criterio y la experiencia de un profesional
entrenado. Por lo general se conocen los errores, pero nunca se premian a las
buenas investigaciones que concluyen con el autor del crimen tras las rejas.
Finalmente, en los últimos años, se podría decir que hubo un mayor interés por
las ciencias forenses y por mejorar la calidad de sus profesionales y
equipamientos.
—¿Cómo recibieron la obra los colegas forenses que la leyeron? ¿Hubo
algún jefe que la leyó?
—Muy bien, la verdad. Era el público al que más le temía
(después claro, de los otros escritores de policiales), porque eran los que
podían llegar a notar fallas, por conocer de los temas de que hablo. Me pasa
muy seguido de leer novelas policiales y darme cuenta qué autor hizo un poco de
investigación y cuál inventó todo sin molestarse en averiguar si lo que
escribía era cierto o si existía realmente. Mi jefe la está leyendo en este
momento, así que en una próxima entrevista, te cuento.
—¿Y cómo fue la recepción de los lectores en general? ¿Cuáles fueron
las devoluciones que más te llenaron de orgullo?
—Con los lectores fue genial la respuesta que tuve. Me
contaron sus anécdotas con el libro y eso fue algo muy gracioso en algunos
casos. A muchos la novela les hizo más tolerable un largo viaje o una sala de
espera y otros, hasta lo leían en el baño por ser, tal vez, la única
oportunidad en el día de leer tranquilos. A todos les enganchó la trama y se
encariñaron con los personajes. Entre el público femenino, muchas me confesaron
su amor por Battaglia, el compañero de Santiago Soler. La devolución que hubo
por parte de otros escritores, algunos ya consagrados en el género, me llenó de
orgullo. En junio tuvimos en Buenos Aires
el primer Festival de Novela Policial (BAN!) y cuando me
presentaban con otros autores o gente del ambiente literario lo hacían con
halagos como “el paralelo argentino de Patricia Cornwell” o el “forense
escritor”.
—¿Qué lugar ocupa la literatura en tu vida?
—Un lugar muy importante. Soy lector y soy autor, lo que
significa que cuando no estoy leyendo, estoy escribiendo. Estoy viajando todo
el tiempo, gracias a la
imaginación de otro escritor o la mía.
—¿Te gusta tu trabajo de forense?
—Me encanta. Es lo que me apasiona y en lo que siento que
puedo hacer una diferencia. Es mi aporte a mejorar la sociedad en que nos toca
vivir. Y lo que siempre me imagine haciendo, además de escribir.
—¿Podés adelantarnos algún proyecto?
—Estoy en el “work in process” de lo que será mi próxima
novela. No tiene título todavía, pero será un nuevo y misterioso caso para
Soler, Battaglia y De Marco, el equipo forense que conocimos en Modus operandi.
ASÍ ESCRIBE (*)
Como lo dice la Teoría del Caos, la cual enuncia, que hasta
el aleteo de una mariposa puede generar un maremoto al otro lado del mundo, yo
estaba por descubrir que todos los hechos en la vida están conectados. Y que el
pasado nos persigue por siempre.
Esa noche pasaban las tres de la madrugada y continuaba aún
sin dormirme.
Casi agradecía que el inspector Battaglia me hubiese llamado
a esas horas, sacándome de la inquietud del insomnio. Pero su llamado a altas
horas de la noche, como en otras oportunidades, no era una buena señal. Más
bien era la señal de que algo malo había pasado.
Ni bien terminé de anotar la ubicación de mi próximo destino,
me puse uno de mis clásicos pantalones oscuros, una camisa clara con algunas
arrugas, que esperaba nadie notara, mis zapatos que reservo para escenas del
crimen que son a la
intemperie y me dirigí al baño para intentar borrar el insomnio que llevaba
grabado en el rostro. Tarea que era muy difícil de lograr con tan poco tiempo.
Para una mujer hubiese sido fácil, ya que cuentan con maquillajes, cremas y
demás sorpresas que ayudan a ocultar las situaciones o disimular la
inexistencia de belleza propia.
Mi calle se encontraba silenciosa, en las ventanas de mis
vecinos no había luces, lo único que rompía con esa impagable tranquilidad era
el zumbido del motor de mi auto que con sus faros delanteros cortaba a la oscuridad de esa noche como un
cuchillo afilado.
Tras hacer varios kilómetros desde mi casa, llegué a la avenida Martínez de Hoz, que
bordea la costa de Punta Mogotes. Casi no había tráfico por esa vía y después
de pasar por el Faro, cuando tome la ruta 11, alcancé a divisar a los
patrulleros, y sus luces destellantes.
Al estacionar al lado de uno de ellos pude ver delante de mí
la clásica cinta amarilla, que en algunos casos era blanca y con letras rojas,
que advertía que se estaba frente a
la escena de un crimen y que no se permitía el paso.
Pude observar que ya estaba en el lugar la doctora Andrea De Marco,
la médico legista, que me saludó con la mano, invitándome a que me acercara.
La Dra. De Marco fue la primera persona con la que entablé
una amistad al llegar a la
Departamental de la Ciudad de Mar del Plata. Apenas conocí a esta mujer de
cabellos rubios y ojos tan celestes como el océano Pacífico, supe que nos
llevaríamos bien. Aunque me superaba ampliamente en edad, ella bordeando los
cincuenta, y yo adentrándome en los treinta, la química entre nosotros fue
inmediata. Su amistad me ayudó mucho en mis primeros tiempos de adaptación. El
hecho de ser de Capital Federal, había generado entre mis nuevos compañeros un
grado de hostilidad del cual en ese momento no tenía idea, pero que era visible
en sus rostros y actitudes hacia mí.
Supongo que era porque, sumado a lo que ellos llamaban “el
porteño”, yo era quien había ingresado a
la DMDP, como jefe de la División Rastros. Yo venía a
reemplazar al anterior jefe de unidad, que era un tipo muy querido y que había
tenido que jubilarse por verse aquejado por la enfermedad de Párkinson, un
padecimiento neurológico degenerativo en el que una parte del cerebro deja de
producir suficiente dopamina, la sustancia que hace posibles las funciones
motoras normales.
De Marco me trajo de nuevo al presente con un comentario
burlón sobre mi atuendo y de cómo llevaba la almohada pegada al rostro. Me
comentó que había llegado hacía casi una hora y que debido a la locación, sería muy difícil
encontrar algún rastro. Me llevó hasta el lugar donde se encontraba el cuerpo.
Se encontraba apenas a unos veinte metros de la ruta,
adentrándose en el bosque que desemboca en la playa, en medio de dos
balnearios. Se trataba de una mujer de mediana edad, blanca y de largos
cabellos negros. Estaba acostada sobre su brazo izquierdo, en donde apoyaba su
cabeza.
No tenía puesto calzado de ningún tipo, lo que me llamó la
atención. Su espalda estaba al descubierto, ya que su remera estaba rota, y sus
pantalones algo sucios por algo que parecía grasa o aceite. Había sido hallada
por unos chicos que volvían de una borrachera que terminó antes, y que se
habían detenido a orinar, debido a que la zona no estaba cercada, como en los
balnearios aledaños.
De Marco comenzó con su examen preliminar del cadáver, el
cual fue fotografiado previamente, en tomas generales y de detalle, las que
servirían luego para ubicar fehacientemente donde se había encontrado el
cuerpo, así como las lesiones que este presentaba.
A medida que ella iba desnudando el cuerpo de la víctima, yo
iba colocando sus ropas en bolsas de papel madera identificadas con fecha, hora
y número de caso, que serían enviadas al laboratorio, en busca de posibles
rastros del cómo, donde, cuando y lo más importante, quien había cometido ese crimen.
Después de que finalizó el examen exterior, así como las tomas fotográficas de
las heridas, que por cierto eran numerosas y de gran variedad, los encargados
de la morgue se
llevaron el cuerpo de la mujer que por ahora no tenía nombre, o que al menos aún
desconocíamos.
El lugar era incómodo para trabajar. Debido a la espesa vegetación y a las
voluminosas ramas de los árboles, se me hacía bastante difícil la búsqueda. De Marco
tenía razón.
Sería muy difícil hallar algo útil como evidencia. El lugar
era muy ventilado, por estar tan cerca de la playa, y que la noche hubiese sido
algo ventosa, no ayudaba. Me puse los guantes de látex y comencé a alumbrar la
zona en la que se
encontraba el cadáver.
Había mechones de cabello de varios colores, los que recolecté
y envasé en distintos sobres, pedazos de tela rasgada, un botón que no sabía si
correspondía a la
víctima o si ya estaba ahí, pero que de todas maneras recolecté. Lo último que
tomé del lugar fue un paquete de cigarrillos, de marca “Richmond”, en cuyo
celofán exterior pude divisar a simple vista, valiéndome de la linterna, la
presencia de varias huellas latentes, que aunque eran parciales, podrían servir
para AFIS.
AFIS es, según sus iniciales en inglés, el Sistema
Automático de Identificación de Huellas Dactilares. Este programa de
computadora compara las huellas dactilares sospechosas, con las depositadas en
una base de datos que la Policía y las demás fuerzas del orden van actualizando
periódicamente.
Una vez que tomé una muestra de la tierra de los
alrededores, y de la zona debajo del cuerpo, dí por terminada mi tarea de
campo, ahora debía volver al laboratorio. Invité a De Marco a llevarla hasta la
morgue, y aceptó, ya que no había venido en su coche particular, sino que la
habían traído en un coche patrulla.
Después de dejar a
la Doctora en la morgue, y siguiendo su consejo de siempre de
que me cuidara, me dirigí a casa, quería pasar a desayunar y dejar todo en
orden, antes de volver a lo que adivine sería una larga jornada de trabajo.
(*) Primer capítulo de
la novela Modus operandi, de Gastón Intelisano.