“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Huéspedes y parásitos

Reseña de Los fantasmas siempre tienen hambre, de José María Marcos (Muerde Muertos, 2010). Por: Nicolás Correa para Culturamas

Parricidio

Supongamos que descubrimos que dentro de nosotros habita una entidad que espía el mundo que nos rodea a través de nuestros ojos. Ahora, supongamos que esa relación parasitaria a la que somos sometidos, en un momento, nos permite volvernos parásitos y dejar nuestro lugar de huéspedes.

Suposiciones

He aquí el gran dilema de la literatura Argentina: ¿matar o no matar a los padres? Pregunta un poco pasada de moda, sí. Pregunta retóricamente anacrónica, también. José María Marcos escribió uno de los mejores cuentos de los últimos cinco años, es cierto. Hablo de “Ceguera”, un artificio que nos ubica de lleno en el problema de las patriarcales genealogías literarias.
Es el artificio, el artificio mismo que José María Marcos reformula. Eso es lo interesante, me dice una vocecita. Exacto. El artificio comienza con una cita del ya difunto corporalmente Jota Ele Borges: No habrá nunca una puerta. Estás adentro.
José María Marcos se come a Borges. Se lo fagocita. Entero. Desarrolla un mecanismo de defensa que termina invirtiendo los términos y en lugar de volverse un discurso reproductivo de esa herencia patriarcal, produce un nuevo sentido. Lo produce.
Es más, juega a revelarnos el artificio, su placer, el placer de su escritura. Le pone a su invención el nombre de Ernesto. El escritor tiende las redes. Rizomáticamente se despliegan y evocan rencillas de un mundo que dividió las aguas: el ciego o el ciego. Nuestro escritor, en su proceso de digestión aclara: “…ponerle ese nombre fue puro azar…”. La aclaración equivale a un movimiento pendular (sí, también pienso en Poe): cuando el péndulo se inclina hacia la izquierda, toca lo estrictamente narrativo, la ficción en su sentido pleno, al otro lado, el artificio, el invento sagrado. Mientras tanto José María Marcos digiere años de literatura argentina.
La tradición aparece en todos lados, la tradición y el patriarcado, en cada cuento hay un núcleo duro, “Y nadie puede cambiar esa historia, ese/ núcleo, nadie que crea en ese núcleo puede/ cambiar ese núcleo…”(1): la familia. Es decir, el legado, la herencia. En cada cuento se altera el núcleo.
Imagino a José María Marcos recluido detrás de un ventanal, escribiendo sin dejar de mirar lo que pasa en la calle, en los otros libros, sin dejar de ver los fantasmas, digiriendo de manera constante cada una de las hojas que nos legaron.
Y es como el escritor nos dice: “Cumplí mi destino, y nada más. Les quité la vida a muchas personas, y sus fantasmas no vinieron a acosarme, tal vez, porque si uno no cree en ellos, ellos no pueden creer en uno”.
El proceso de digestión ha terminado.
Fundamental para nuestra literatura: “Ceguera”.

(1) Extraído del poema de Emiliano Bustos “ERP”, gotas de crítica común, Libros de la talita dorada, City Bell, 2011. Vale aclarar que Bustos hace referencia, en alguna línea de lectura, a la herencia política.