Lo fantástico en un
realismo agujereado
Por José María Marcos,
exclusivo para INSOMNIA, Nº 167, noviembre de 2011
Alejandra Zina habló con INSOMNIA a partir de la aparición de Barajas (Plaza & Janés, 2011), un novela con varios guiños a
Stephen King que comienza con una cita de La
guarida, de Shirley Jackson, una las obras preferidas del maestro de Maine.
A su vez, la protagonista Carolina Blanco se hace pasar por “Caroline White” en
algunos aeropuertos y un pasajero lee una novela de extraterrestres que transcurre
en Haven y que los insomnes podemos reconocer fácilmente.
Nacida en Buenos Aires en 1973, Zina publicó la antología Erótica argentina (2000); la compilación
En primera persona. Correspondencia
argentina en dos siglos (2003), en coautoría; y el libro de cuentos Lo que se pierde (2005). Notas, reseñas y relatos han aparecido
en Clarín, Ñ, Perfil, El Litoral, Mil Mamuts y El Ojo Mocho;
en las revistas españolas Culturamas
y Calibre 38; y en diversas antologías
de Argentina y España. Es una de las organizadoras del ciclo Carne Argentina y
coordina talleres de escritura de forma particular y en la Escuela Nacional
de Experimentación y Realización Cinematográfica.
Con una prosa ágil y diálogos muy potentes, Alejandra Zina muestra
en Barajas que sabe cómo contar una
historia con dosis de humor, aventura, erotismo y melodrama, y que aunque dicha
obra pueda ser vista desde un realismo contemporáneo, propone ciertos ingredientes
fantásticos como una manera de ensanchar el conocimiento de lo cotidiano.
LAS PUERTAS A OTRA
LITERATURA
—¿Podés establecer cuáles son tus principales influencias literarias?
—No sé si podría hacerlo tan claramente. En los últimos
tiempos fue muy estimulante Stephen King, tanto que en un momento quise
escribir una historia de terror. De ahí surgió una novela inédita (Todos los pies se mueven a la vez), que
escribí antes de Barajas. Hay muchos
personajes en medio de tramas y subtramas, claramente influenciada por él, a
raíz de su enorme capacidad para transitar por distintos estados dentro de una
misma novela. Yendo para atrás, cuando estaba escribiendo cuentos fue muy importante
Raymond Carver. También en esa época leí La
oscuridad, de John McGahern, y me sorprendió porque estaba escrita en
segunda persona. A partir de él escribí un cuento en segunda, pero no leí mucho
más de él. Hay otros autores que disfruto, pero no sé si me impulsaron a
escribir o a tomar determinado camino estético. He leído mucho a Saer, Puig,
Copi, literatura argentina del siglo XIX y del XX hasta los 80, porque daba
clases y participaba de grupos de investigación.
—En estas múltiples lecturas, ¿tenés algún “ideal de cuento” o “ideal
de novela”?
—Eso ha ido cambiando con los años. Hoy, insisto: King me
abrió las puertas a otro tipo de literatura, y en él encontré un ideal de
novela. En cuando a los cuentos, Los
desterrados, de Horacio Quiroga, fue un libro que leí muchas veces. En John
Cheever encontré personajes y ambientes familiares, más allá de la ubicación
geográfica, y pensé: “Quisiera hablar de mi entorno de esta manera”. De mis
últimas lecturas, destaco Matadero cinco,
de Kurt Vonnegut.
—¿Sos consciente del momento en que quisiste dejar de ser sólo lectora?
—En la adolescencia escribí cosas,
alguna de ellas aparecieron en una revista escolar, pero el paso más firme se
dio en diciembre de 2001. Estaba terminando de estudiar mi carrera de Letras,
había dado algunos seminarios de literatura, y mientras mis compañeros ya
estaban embarcados en hacer la carrera docente, pensando en becas o estudiar en
el exterior, notaba que aquello no era lo mío. A través de un amigo, me enteré que
Liliana Escliar iba a dar un seminario sobre guión televisivo y
cinematográfico. Ella vivía (y sigue viviendo) a dos cuadras de Plaza de Mayo. Recuerdo
que solía cruzar la Plaza
con los restos del desastre del día anterior, y era una especie de escape.
Mientras explotaba Buenos Aires, veíamos El
resplandor o Buenos muchachos, y empecé a escribir sinopsis,
personajes, escenas, diálogos, para un corto de cinco minutos. Desde ese
seminario quedé muy enganchada con la ficción. En el verano del 2003, estando
en Uruguay, vi a Alberto Laiseca contando cuentos por ISAT. Me impresionó mucho
y busqué su teléfono en internet. Lo llamé y me atendió personalmente. Aquel
comienzo fue pura alegría y diversión; después fui comprendiendo que también
era un trabajo muy arduo. A partir del taller empecé a vincularme con todo un
entorno que me enriqueció.
—¿Extrañás lo académico?
—Un docente reprobaba que me metiera en ficción y me decía:
“¿Y adónde vas a llegar? Sólo ficción no es un camino”. Pero más me decía, más confirmaba
mi decisión. Tanto la investigación como la ficción llevan mucho trabajo, es
dedicarle la vida, y tiene que haber un deseo muy fuerte.
—¿De aquella época son la antología Erótica Argentina, en una colección dirigida por David Viñas,
y la compilación En primera persona. Correspondencia argentina en dos
siglos, en coautoría con Guillermo Korn?
—Es el final de esa época. Tenía 25 años cuando hice Erótica Argentina. Investigué y leí
mucho, además de escribir las biografías de cada autor y una larga
introducción. Fue un trabajo muy importante, me pagaron y pude comprar una
computadora. En primera persona.
Correspondencia argentina en dos siglos fue una iniciativa mía que le
propuse a Guillermo Korn, quien tiene una enorme erudición y un gran saber
enciclopédico. Es una edición anotada y muy cuidada. Aunque salió en el 2003, la
escribimos en el 2001.
—La crisis económica coincidió con tu crisis personal...
—Un poco sí. Mis compañeros hacían posgrados, maestrías,
iban al CONICET, mientras que yo me veía cada vez menos en ese ámbito.
—Pasaron 10 años. ¿Nunca te arrepentiste?
—Estaba muy segura. Mi crisis empezó mucho antes de recibir
el título. Comprendía que era una determinación difícil, porque se presentaba
un camino de posibilidades, pero no podía dedicarme a una actividad que no me gustaba.
—¿Qué te dio el taller de Alberto Laiseca?
—Respecto a la escritura creativa me dio todo. Con él empecé
a escribir cuentos y a terminarlos. Concluí dos novelas. Me costó mucho
entregarme a su forma de plantear el taller, de maestro a discípulo, pero poco
a poco fui entendiendo su manera de relacionarse con la literatura. Laiseca te
hace entender que escribir está muy vinculado con la paciencia y con el paso
del tiempo, con no esperar resultados, y justamente cuando se comprende eso,
empiezan a suceder cosas. Por ejemplo, todos llegamos y escribimos un cuento
por semana. Poco a poco nos empieza a costar más, y uno lo ve como una frustración
y se pregunta: “¡¿Pero qué me pasa, si cuando empecé escribía una historia por
semana?!”. Cuando me sucedió a mí, le pregunté y él me dijo: “Si a uno le
cuesta más, es una señal de estar creciendo”. Con él aprendí la importancia de
cobrar por el trabajo que uno hace, el valor de los cuentos de terror, la
lectura en voz alta. A partir del taller, se gestaron las Veladas Gallardas, en
la casa de Juan Guinot, y los ciclos de lectura, primero como asistentes y más
tarde como productores. Además, Laiseca tiene amistad con gente muy diversa, y
aunque tenga conceptos muy rígidos en cuanto a política, economía o ciencia, en
literatura es poco prejuicioso y cuando aprecia una obra tiene en cuenta el
texto por sobre todas las cosas. Tiene una relación con lo escrito poco mediada.
Aún hoy se maneja por el asombro, y en eso sigue siendo muy joven. Eso, sin
duda, es muy valioso.
—¿Cuáles son tus obsesiones o temas recurrentes?
—Las relaciones familiares, entre padre e hijos por ejemplo,
están muy presentes. A veces no es algo biológico, pero sí simbólico. El
erotismo y el cuerpo son temas recurrentes. En los cuentos aparece lo
siniestro, a diferencia de las novelas, donde hay elementos más luminosos. En
los cuentos también hay historias con chicos o adolescentes. Otro tema que me
atrae es el de los viejos. En Todos los
pies se mueven a la vez hay unos personajes que están en un geriátrico y quise
describirlos. Disfruto escribir diálogos, captar la voz de una persona; es el
momento en que me siento a prueba, porque no puedo hablar como Alejandra Zina y
debo actuar como otra persona. Este desafío también lo tuve con Barajas, porque es la primera vez que
escribo una historia larga con una mujer como principal protagonista, y consideraba
que si lograba encontrar su voz iba a encontrar su destino. Barajas me abrió un abanico distinto y me
quedé con muchas ganas de explorar otras primeras personas femeninas.
—Durante este proceso, ¿leíste historias de mujeres en primera persona?
—La novela Mamá,
de Joyce Carol Oates, con una periodista, de treinta y pico de años, fue
inspiradora. En autoras contemporáneas me encontré con muchas historias de
mujeres, pero la mayoría escritas en tercera. Leí a Lorrie Moore y, aunque no
me gustó demasiado, resultó una experiencia enriquecedora porque tiene una
serie de cuentos de mujeres en primera.
—Destacaste la relevancia de lo siniestro en tu primer libro de cuentos.
¿Te propusiste hablar sobre este tema?
—El libro surgió por insistencia de Selva Almada, quien
conocía muchos cuentos míos y me propuso hacer una selección. Estos, más otros
que quedaron afuera, tenían un mismo corte. Selva tiene buen ojo de editora,
veía una unidad, y así surgió Lo que se
pierde. Los relatos fueron muy trabajados con Selva y con Osvaldo
Rodríguez, la otra pata de la editorial Carne Argentina. Aquel libro salió hace
6 años, pero aún hoy sigue provocando cosas. A esos cuentos les tengo mucho
afecto, porque son parte de lo que soy. Muchos me conocieron por Lo que se pierde, y otros que leen Barajas, quieren saber dónde se
encuentra.
VOLANDO HACIA BARAJAS
—¿Cómo nació Barajas?
—Cuando estaba escribiendo Todos los pies se mueven a la vez, que es una novela a la que llamo
de “terror pampeano”, con mucho de drama y suspenso, me crucé con la escritora
Celia Dosio. Ella había publicado en Plaza & Janés la novela Tenemos que hablar, en una colección
llamada Chick Lit, donde las protagonistas son mujeres. Me propuso presentarme a
su editora para ver si podía entrar en esa colección. Le dije que no sabía si
podía hacer algo al respecto, pero ella insistió. Chick Lit involucra a
aquellas historias protagonizadas por mujeres de 30 y 40 años, que viven en
ciudades, que tienen dificultades con los hombres, y que, en general, les va
mejor en el trabajo que en el amor. Como referencias, se nombra a Sex and de City y El diario de Bridget Jones, pero esto comenzó en los años 50. La
serie Mad Men, basada en la historia
de una escritora de esa época, explora el momento en que las mujeres quieren
independizarse, romper con los mandatos familiares, no priorizar el casamiento.
Pretenden realizarse de otra manera. Dorothy Parker escribió cuentos
impresionantes de este tipo de mujeres. Una noche se me ocurrió escribir sobre
una azafata, con un elenco a su alrededor (familiares, tripulación, compañeros
de viaje, ex parejas, etcétera), y pensé que seguramente podía haber una
historia en el aire. Con eso armé una carpeta, como si fuera una obra de
teatro, y se la llevé a la editora. Si no prosperaba la edición, igual iba a
escribir la historia porque había mucha tela para cortar. Desde esa reunión
pasaron seis meses, y me llamaron y me dijeron que a los jefes les había
interesado el proyecto y querían firmar el contrato. Así surgió Barajas.
—¿Te pusiste a investigar?
—Me puse a mirar películas con aviones y aeropuertos y
comedias románticas, mientras pensaba en la historia y en la voz de Carolina
Blanco. Me parecían agobiantes doscientas páginas de una mina hablando en
primera persona, pero al final encontré su voz cuando inicié unos capítulos que
funcionan como flash back del pasado de Carolina.
—¿Barajas terminó siendo una
novela chick lit?
—No sé. Mi meta fue escribir algo que pudiera atraerme a mí
como lectora. Claro que está la protagonista mujer y lo femenino, pero una de
mis editoras me dijo que es una novela que podría haber salido en cualquiera de
las otras colecciones. Íntimamente, estaba preparada para la lectura
prejuiciosa, y si bien al comienzo hubo algún comentario un poco vidrioso en
Facebook, la mayoría de las lecturas han puesto la obra en el centro. Desde lo
personal pienso que el chick lit no es un género con una fuerte tradición, sus
límites son imprecisos, y por eso Barajas
pudo entrar dentro de esta colección. En el taller de Laiseca leía los
capítulos sin decir dónde iba a salir, y eso me permitió chequear que se
trataba de una historia que valía de por sí, más allá de las etiquetas.
—¿Por qué una azafata?
—No quería una mujer que tuviera un trabajo intelectual (escritora,
editora, periodista), que iba a tener una relación muy directa con mi actividad,
y sinceramente no sé bien cómo nació. Pienso que salió porque justo estaba escribiendo
la historia de un hombre que volaba desde Francia a Buenos Aires, en noviembre
de 2008. De todo modos, y aunque no tenga claro ese origen, empecé a pensar en
que me llamaba la atención que viviera parte de su vida en el aire y que
estuviera tan llena de relaciones transitorias. Enseguida me pregunté cómo es
tener una vida así, muy cercana a la aventura, y siento que Barajas terminó siendo un road movie
aéreo. Hubo otros personajes que imaginé y que finalmente quedaron afuera. Disfruto
de las historias con muchas situaciones, que encontraba en la adolescencia en
las novelas de Dostoievski, Tolstoi y Turguéniev, y que reencontré en Stephen
King.
—¿Qué significa “volar” para Alejandra Zina y para Carolina Blanco?
—Empecé a ver la serie Pan
Am y en el final del primer capítulo hay un diálogo precioso. Dos pilotos
están hablando de amor. Uno está penando, porque se le declaró a una azafata,
quien, aun enamorada, lo viene esquivando. El otro le señala una mesa donde
están sentadas las azafatas y le dice: “Mirá esa mesa. Ella te gusta porque no
es como las otras. Esas mujeres componen una nueva raza de mujeres. Ellas no
quieren que nada las ate a la tierra. No podés ser vos el que ate a alguna a la
tierra”. Eso me encantó. Para Carolina Blanco, “volar” es eso. En cuanto a mí: Barajas me hizo volar como escritora y
me siento capaz de muchas cosas. Ahora, bien: en el trabajo de Carolina volar
es también una contradicción, pues en cada viaje está la posibilidad de
descubrir nuevos horizontes, pero también hay mucha soledad. El escritor Carlos
Salem me contaba que una amiga suya, azafata retirada, le decía que hay dos
tipos de azafatas: las tristes y las locas. Juzgo que es un trabajo que oscila
entre ambas tensiones, y Carolina pasa por los dos momentos: vive excesos, está
exultante, y también se sumerge en la tristeza. Durante la escritura de Barajas hablé con azafatas y noté esa
dualidad. Algo comunicado con el universo de las azafatas es que me atraen las personas que realizan su
trabajo en un transporte público, pues son personas que están muchas horas
escuchando y, a su vez, compartiendo sus historias de manera transitoria.
—Tras la salida de la novela, ¿tuviste comentarios de azafatas?
—Sí, y hasta ahora han sido buenos. Una, por ejemplo, compró
el libro porque se sentía orgullosa de que alguien se ocupara de su profesión. Tras
la lectura, me comentó que se lo iba a recomendar a sus compañeras.
—¿Qué función cumplen las referencias a King y a Matrix dentro de la
historia?
—Por un lado son señales sobre ficciones que disfruto. Por
otro quería incorporar elementos ambiguos que no dejaran en claro si intervino
o no algo sobrenatural. Hernán Lucas, en la contratapa de Lo que se pierde, dijo que lo que mis textos componían una suerte
de “realismo agujereado”, y considero que es un punto de vista acertado, dado
que mi idea es proponer pequeñas fugas en las historias.
—Nelly Olson es la rival de Carolina Blanco. ¿En el fondo, Carolina
admira a Nelly?
—Me parece que Carolina respeta a Nelly. No la quiere,
porque es una jefa que abusa de su poder, y le tiene mucha bronca porque
consiguió cosas por palanca. A su vez, Nelly respeta a Carolina y la cree
capaz. Seguramente, tienen algo que las une, como todos los enemigos. A mí,
personalmente, me encantó escribir el personaje, dado que está inspirado en una
antigua jefa. Una amiga que leyó la novela me dijo que mi Nelly Olson era mejor
persona que la real.
—¿Qué diferencias hay entre la Alejandra Zina de Lo que se
pierde y la que escribió Barajas?
—Barajas es una
historia más luminosa y con más humor. En Lo
que se pierde todo es más oscuro, y el humor apenas asoma, no porque antes
no lo tuviera, sino porque no lo dejaba traslucir demasiado, quizás por una
cuestión de defensa. Por fortuna, en estos años he cambiado, y creo que está vinculado
al mundo de la literatura, mis amigos, mi pareja, que sin duda me han ayudado a
crecer y a ser una mejor persona.