El geriátrico, de Fernando del Rio y Sebastián Chilano (Ediciones B, 2011, 272 páginas). Por José María Marcos para La Palabra de Ezeiza y Suplemento Literario de TÉLAM
Para hablar de la novela El geriátrico es necesario retrotraernos a Furca. La cola del lagarto, primera incursión a cuatro manos de Fernando del Rio y Sebastián Chilano.
En el personaje autobautizado “Furca” puede resumirse de algún modo la interesante propuesta literaria del dúo marplatense: se trata de un paralítico, odioso y resentido, que busca abrirse camino sin esperar ni brindar compasión.
Furca sabe que es un deforme, un ser que causa impresión en los demás, y no estaría muy de acuerdo con que alguien lo presentara diciendo que Patricio (su verdadero nombre) “es una joven con capacidades diferentes”. Los autores muestran su fobia ante lo políticamente correcto y proponen exponernos a la Mar del Plata menos turística, acompañando a Furca a una iglesia electrónica, a una playa, a un puterío o a la cita con otra lisiadita.
Y si faltaba algo más para ubicar a esta dupla dentro de una tradición literaria de bucear en lo marginal, aparece la mención a la novela Estafen, de Juan Filloy (1894-2000), quien desarrolló una vasta obra caracterizada principalmente por una crítica a las convenciones, mediante la parodia y a la ironía. Furca lee con placer esta novela en la costa marplatense y festeja las ocurrencias del escritor nacido en Córdoba.
Por estilo, propuesta y personajes, El geriátrico es una continuación de la primera novela, pero la historia es independiente. Aquí Furca aparece en un segundo plano (aunque en un algún momento su participación sea clave en la trama), y todo se concentra en las peripecias de su abuela Mara, quien empieza a sufrir síntomas de Alzheimer y acepta ser internada en un geriátrico.
En el establecimiento Los Alerces, la doña descubrirá una nueva vida y compartirá una serie de aventuras con sus compañeros. Así como en Furca la mirada está puesta sobre la discapacidad, en esta segunda incursión la potente lupa de Del Río-Chilano se detiene sobre la vejez y la decrepitud.
En un ambiente cerrado, desfilan coralmente los deseos que aún persisten en esos seres semihumanos y vamos conociendo cómo juegan la figura de la temible y fantasmal mandamás del geriátrico (“La Cava ”) y otros enfermeros que llevan adelante esta actividad de cuidaviejos.
Hay varios personajes deliciosos, como Isabel —que está convencida de que vive en un prostíbulo—, pero uno que concentra parte de la esencia de la historia es El General, un militar que hace gala de haber sido grupo de tareas, quien ante ciertas circunstancias ve sucumbir su concepción del mundo. Su contrafigura es un viejo de camisas escocesas que espía a la abuela Mara.
Acompañando a Mara, Don José, Obdulio, Carlos, Dante, Galicchio, Vilma, Isabel y Esther en esta época de “tedio y enfermedades”, los autores parecen querer recordarnos que esos desechos humanos (o, mejor dicho, “humanos desechos”) somos nosotros en el futuro y que tenerles compasión es también tener compasión por la humanidad. Es decir: por nosotros mismos. Porque, quizá, la vida no sea sólo una fugaz luz entre dos oscuridades, sino más bien un breve sainete entre dos incógnitas.
PARA CONOCER MÁS: En tres noches la eternidad, blog de Sebastián Chilano
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