“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Blacmun

Por José María Marcos (*)

—Te pido una sola cosa, mi amor. Cuidá a Blacmun. ¡No me mirés mal, por favor! Es un perro muy fiel. Te va a acompañar siempre, y hasta va a aceptar que inicies una nueva vida. Una vez te mordió, pero fue... jugando. Si bien ocasiona muchos gastos, yo te dejo una pensión y tenés trabajo. Tratalo como si fuera el hijo que nunca tuvimos.
Julia escuchó a Waldo cuando estaba en el lecho de muerte y, muy a su pesar, aceptó. Durante tres años cumplió con la última voluntad, pero, mientras crecía su rechazo a la mascota, disminuía el sentido del deber hacia el difunto, acercándose la hora crepuscular del fuera cucha perro, nos vemos en el infierno, hasta la vista, baby. Ya harta, convocó al veterinario del barrio para sacrificar al bicho. El profesional, tras oírla, le expresó con delicadeza:
—Mire, señora, Waldo me pidió que tratara de detenerla si esto ocurría. Él decía que con usted se quedaría lo que antiguamente se conocía como “El familiar”, que para algunos es un demonio y para otros un animal santo. A cambio de techo y comida, colma de riquezas al protector. Si muere, todo se vuelve polvo.
—Escuche, no voy a discutir semejante estupidez, pero quédese tranquilo: no es nuestro caso. ¡Siempre fuimos pobres e infelices! ¡Haga lo que le pido!
Alertado por la presencia de la muerte, el mastín comenzó a ladrar, trató de librarse de la enorme cadena que lo sujetaba y mostró sus afilados colmillos. Julia se mantuvo en sus trece, y entonces, el veterinario, fanático de la serie Daktari, durmió a la fiera con un dardo paralizante y, luego, le aplicó una inyección letal.
La mujer despidió al veterinario y se sentó en el patio de la casa, a esperar el final de Blacmun. La tarde otoñal caía cuando la sugestión le jugó una mala pasada y creyó que las paredes se derrumbaban. Cerró los ojos, angustiada, y cuando los abrió todo seguía en orden.
Escasos segundos después, Julia, el gran tesoro de Waldo, se transformó en cenizas.

(*) El relato forma parte de la edición N° 112 de miNatura, dedicada al género breve fantástico. Especial “Mitos urbanos”.