Por José María Marcos (*)
Escucho voces y percibo imágenes desde hace muchos años. En el valle todos lo saben, pero muy pocos me prestan atención cuando revelo cierta información, porque se trata de mensajes que anuncian grandes cambios. No sé por qué me han elegido estos seres. Nunca me destaqué en nada. Mis padres y mis hermanos me trataron siempre como un retardado y fracasé en infinidad de proyectos. No terminé ni la escuela primaria. Sólo alcancé mediano éxito vendiendo hierbas medicinales y piedras energéticas en el pie del cerro. Antes tiraba cartas de Tarot o leía las manos, pero hay demasiada competencia en la zona. A veces pienso que mi cabeza sintoniza involuntariamente una transmisión. Desconozco en qué idioma hablan, pero comprendo cabalmente el contenido. Con los años, he aprendido los códigos de su lenguaje y hasta practico la pronunciación. Con la esperanza de que alguien lo entienda, probé con varios amigos y turistas de distintos países. Me miran como si estuviesen frente a un loco. En estos días vengo contemplando la cópula de cientos de arañas. Es un espectáculo fascinante. La hembra mordisquea el cuerpo del macho hasta matarlo. Según entiendo, cada madre depositará más de dos mil cápsulas gelatinosas. Apenas salgan de sus bolsas y puedan valerse por sí mismas, las crías se dispersarán. Volarán arrastradas por el viento para propagarse primero en la región. Se internarán en los caseríos más cercanos y en los numerosos cursos de agua ubicados entre las rocas. Crecerán muy rápido. Unas serán igual que las conocidas, y otras, más grandes y con sutiles diferencias. Han elegido una especie que sincroniza la eclosión de los huevos con la muerte de la hembra, para que las arañitas se alimenten con el cadáver, antes de comenzar a poblar el nuevo mundo.
(*) El relato forma parte de la edición Nº 149 de miNatura, dedicada al género fantástica. Especial “Paleocontacto”.