José María Marcos (1974) es escritor, periodista y editor de Muerde Muertos, editorial dedicada a los géneros fantástico, terror y erótico, que en 2020 cumplió diez años de existencia.
José María Marcos (1974) es escritor, periodista y editor. Junto a su hermano Carlos (ambos sobrinos del artista plástico Jesús Marcos, fallecido en 2018) dirigen la editorial Muerde Muertos, dedicada a géneros históricamente relegados aunque recientemente favorecidos: el fantástico, el terror y el erótico. En 2020, en un contexto adverso para el mundo editorial, el sello cumplió diez años y Marcos aprovechó la ocasión para reeditar uno de sus libros de cuentos y publicar otro. Sus ficciones, construidas con precisión de relojero, humor negro y ácidas observaciones sobre la condición humana están habitadas por seres sobrenaturales como espectros y terribles deidades acuáticas pero también por monstruos demasiado humanos.
—En un año fatídico como el 2020, la editorial publicó ocho libros, algo casi inconcebible. ¿Qué fuerza extraña los conminó a editar esas obras?
—En febrero de 2020, en el mundo pre-pandemia, aparecieron en la colección Los Libros del Inquisidor las novelas Un asiento demasiado confortable, de Ana Grynbaum, y El quinto viaje, de Ércole Lissardi; y el ensayo Erotopías, escrito por Grynbaum-Lissardi. En marzo, justo la semana en que se declaró la cuarentena en la Argentina, salió de imprenta El cazador de mariposas, la primera novela de Patricio Chaija, editada originalmente por Ediciones de la Cultura en 2009 y que hace tiempo queríamos incorporar a la colección Muertos. Luego en noviembre de 2020, por los 10 años de Muerde Muertos, publicamos: Desatormentándonos, de José María Marcos, en la colección Muertos; No obstante lo cual, de Carlos Marcos, en la colección Muerde; y Olvidemos todo de una vez, de Fernando Figueras, en la colección Ni Muerde Ni Muertos. Fue nuestra manera de celebrar que el 26 de noviembre de 2010 pusimos en marcha el sello anunciando la salida de una tríada similar: Los fantasmas siempre tienen hambre [dedicado “al maestro Laiseca, por su fe en los monstruos”], de José María Marcos, en Muertos; Inmaculadas, de Carlos Marcos, en Muerde; e Ingrávido, de Fernando Figueras, en Ni Muerde Ni Muertos. Aprovechando el envión aniversario, reeditamos Los fantasmas siempre tienen hambre, que se hallaba agotado. ¿Cómo hicimos todo esto en el 2020? Dejando de lado el misterio y el azar, pienso que se logró gracias a los diez años anteriores de Muerde Muertos, durante los cuales tejimos redes con colegas, promotores de la lectura y comunicadores, participamos de variadas iniciativas, crecimos juntos a autores y autoras, ganamos la confianza de lectores y lectoras, sumamos experiencia, hicimos amigos y amigas que nos alientan y apoyan. Sin esa sumatoria de voluntades hubiera sido imposible. A todas esas manos camaradas les estamos infinitamente agradecidos.
—En febrero de 2020, en el mundo pre-pandemia, aparecieron en la colección Los Libros del Inquisidor las novelas Un asiento demasiado confortable, de Ana Grynbaum, y El quinto viaje, de Ércole Lissardi; y el ensayo Erotopías, escrito por Grynbaum-Lissardi. En marzo, justo la semana en que se declaró la cuarentena en la Argentina, salió de imprenta El cazador de mariposas, la primera novela de Patricio Chaija, editada originalmente por Ediciones de la Cultura en 2009 y que hace tiempo queríamos incorporar a la colección Muertos. Luego en noviembre de 2020, por los 10 años de Muerde Muertos, publicamos: Desatormentándonos, de José María Marcos, en la colección Muertos; No obstante lo cual, de Carlos Marcos, en la colección Muerde; y Olvidemos todo de una vez, de Fernando Figueras, en la colección Ni Muerde Ni Muertos. Fue nuestra manera de celebrar que el 26 de noviembre de 2010 pusimos en marcha el sello anunciando la salida de una tríada similar: Los fantasmas siempre tienen hambre [dedicado “al maestro Laiseca, por su fe en los monstruos”], de José María Marcos, en Muertos; Inmaculadas, de Carlos Marcos, en Muerde; e Ingrávido, de Fernando Figueras, en Ni Muerde Ni Muertos. Aprovechando el envión aniversario, reeditamos Los fantasmas siempre tienen hambre, que se hallaba agotado. ¿Cómo hicimos todo esto en el 2020? Dejando de lado el misterio y el azar, pienso que se logró gracias a los diez años anteriores de Muerde Muertos, durante los cuales tejimos redes con colegas, promotores de la lectura y comunicadores, participamos de variadas iniciativas, crecimos juntos a autores y autoras, ganamos la confianza de lectores y lectoras, sumamos experiencia, hicimos amigos y amigas que nos alientan y apoyan. Sin esa sumatoria de voluntades hubiera sido imposible. A todas esas manos camaradas les estamos infinitamente agradecidos.
—Tus relatos transcurren en zonas del conurbano bonaerense o sitios que se le parecen, donde los niños juegan en el barro y se trepan a árboles frutales, pero conviven con lo macabro de la conducta humana. ¿Cuál es tu visión sobre esto?
—Es la geografía y la idiosincrasia que más conozco y de la cual me siento parte. Por haber nacido en Uribelarrea (un pueblito de mil habitantes, a menos de cien kilómetros de la Ciudad Autónoma y a una distancia apenas superior de La Plata), me he movido y me muevo por esa zona de tránsito que conforman la ciudad de Buenos Aires, la capital de la Provincia, el conurbano y los restantes distritos bonaerenses. Es un territorio de conflictos, migraciones, extrañas alianzas, contrastes, que tengo muy presente a la hora de escribir.
—Sin duda existen múltiples prejuicios que acosan a los obesos, especialmente durante la niñez. ¿Qué circunstancia o hecho inspiró el relato “El Gordo”?
—No sufrí sobrepeso en la infancia. Jugaba al fútbol y eso siempre me mantuvo delgado. Cuando empecé la Facultad y dejé de entrenarme, aumenté mucho y me fui dando cuenta de que formaba parte del club de los que tenemos tendencia a comer de más. Al principio era “yo como porque me gusta”, hasta que asumí que ahí había un exceso que debía atender. Por eso conozco el tema de primera mano. La imagen disparadora del cuento fue imaginar a un gordito comiendo fideos como una máquina excavadora. El padre observa furioso: no acepta la obesidad de su hijo. Comparten el comedor de una casa, en un barrio suburbano, frente a la televisión prendida. La guía para el relato fue tensar esa situación, y hablar por un lado de cómo una buena idea (aquí, la importancia de cuidar la salud) puede ser nociva llevada a un extremo, y por otro, reflexionar sobre la fuerza arrolladora de cualquier compulsión que no se clausura con ponerle un candado a la heladera. Es un cuento que tiene cierta centralidad en Los fantasmas siempre tienen hambre, donde busqué trabajar sobre aquellas sombras que operan sobre nuestras acciones.
—¿Qué otros autores argentinos recomendarías en tu mismo estilo (hayan sido publicados por Muerde Muertos o no)?
—Aunque siempre son injustas estas listas (porque hay olvidos y uno no lee todo lo que quisiera), voy a intentarlo nombrando a autores/as de Argentina junto a sus cuentos y/o novelas. En primer lugar, recomiendo todo el catálogo de Muerde Muertos. Específicamente pulsan la cuerda del cuento de terror: Pablo Martínez Burkett (Mondo cane), Patricio Chaija (El horror de Providence), Pablo Tolosa (Hay que matarlos a todos), Marisa Vicentini (El fantasma del rosario), Lucas Berruezo (Los hombres malos usan sombrero), Fabián García (La lengua de los geckos) y Alberto Ramponelli (Crónicas del mal), a quienes publicamos alguno de sus libros; así como otros/as reunidos/as en la compilación Osario común. Summa de fantasía y horror (2013): Mariana Enriquez (Los peligros de fumar en la cama), Ignacio Román González (La analogía del cielo), Fabio Ferreras (“En el patio, con Mortimer, conmigo”), Walter Iannelli (Metano), Claudia Cortalezzi (Distrito Territorial San Telmo), Gerardo Quiroga (Phármakon), Sebastián Chilano (En tres noches la eternidad), Gustavo Nielsen (Auschwitz), Alejandra Zina (“El centinela”), Emiliano Vuela (“Afuera sigue cayendo ceniza”), César Cruz Ortega (“Solución de continuidad”), Ricardo Giorno (“Quemar a madre”) y Pablo Schuff (“La habitación de mamá”). En segundo lugar, desde una mirada amplia de lo macabro y lo espectral, se me vienen a la cabeza: Rogelio Oscar Retuerto (Las elegidas), Hernán Domínguez Nimo (Los muertos del Riachuelo), Juan Ignacio Pisano (El último Falcon sobre la tierra), Esteban Castromán (Pulsión), Matías Bragagnolo (Petite mort), Acheli Panza (Santoral), Claudio García Fanlo (La saga hiperbólica), Cezary Novek (La configuración del silencio), Samanta Schweblin (Pájaros en la boca), Ricardo Curci (Los seres intermedios), Diego Muzzio (Las esferas invisibles), Juan José Burzi (Sueños del hombre elefante), Mariano Buscaglia (Las ciénagas del diablo), Guillermo Martínez (Infierno grande), Pablo de Santis (El teatro de la memoria), Mercedes Bisordi (El tiempo que lleve olvidar), Dolores Reyes (Cometierra), Leandro Ávalos Blacha (Una casa de pie), Martín Sancia Kawamichi (Los poseídos de Luna Picante), Leonardo Oyola (Ultra-tumba), Ricardo Romero (Tantas noches como sean necesarias), Agustina Bazterrica (Diecinueve garras y un pájaro oscuro), Horacio Convertini (Los que duermen en el polvo), Luis Alexis Leiva (Un barrio silencioso). De Sandra Gasparini, investigadora y autora, destaco el ensayo Las horas nocturnas. Diez lecturas sobre terror, fantástico y ciencia, donde hace una lectura atenta y minuciosa sobre lo que viene sucediendo en la literatura argentina.
—Es la geografía y la idiosincrasia que más conozco y de la cual me siento parte. Por haber nacido en Uribelarrea (un pueblito de mil habitantes, a menos de cien kilómetros de la Ciudad Autónoma y a una distancia apenas superior de La Plata), me he movido y me muevo por esa zona de tránsito que conforman la ciudad de Buenos Aires, la capital de la Provincia, el conurbano y los restantes distritos bonaerenses. Es un territorio de conflictos, migraciones, extrañas alianzas, contrastes, que tengo muy presente a la hora de escribir.
—Sin duda existen múltiples prejuicios que acosan a los obesos, especialmente durante la niñez. ¿Qué circunstancia o hecho inspiró el relato “El Gordo”?
—No sufrí sobrepeso en la infancia. Jugaba al fútbol y eso siempre me mantuvo delgado. Cuando empecé la Facultad y dejé de entrenarme, aumenté mucho y me fui dando cuenta de que formaba parte del club de los que tenemos tendencia a comer de más. Al principio era “yo como porque me gusta”, hasta que asumí que ahí había un exceso que debía atender. Por eso conozco el tema de primera mano. La imagen disparadora del cuento fue imaginar a un gordito comiendo fideos como una máquina excavadora. El padre observa furioso: no acepta la obesidad de su hijo. Comparten el comedor de una casa, en un barrio suburbano, frente a la televisión prendida. La guía para el relato fue tensar esa situación, y hablar por un lado de cómo una buena idea (aquí, la importancia de cuidar la salud) puede ser nociva llevada a un extremo, y por otro, reflexionar sobre la fuerza arrolladora de cualquier compulsión que no se clausura con ponerle un candado a la heladera. Es un cuento que tiene cierta centralidad en Los fantasmas siempre tienen hambre, donde busqué trabajar sobre aquellas sombras que operan sobre nuestras acciones.
—¿Qué otros autores argentinos recomendarías en tu mismo estilo (hayan sido publicados por Muerde Muertos o no)?
—Aunque siempre son injustas estas listas (porque hay olvidos y uno no lee todo lo que quisiera), voy a intentarlo nombrando a autores/as de Argentina junto a sus cuentos y/o novelas. En primer lugar, recomiendo todo el catálogo de Muerde Muertos. Específicamente pulsan la cuerda del cuento de terror: Pablo Martínez Burkett (Mondo cane), Patricio Chaija (El horror de Providence), Pablo Tolosa (Hay que matarlos a todos), Marisa Vicentini (El fantasma del rosario), Lucas Berruezo (Los hombres malos usan sombrero), Fabián García (La lengua de los geckos) y Alberto Ramponelli (Crónicas del mal), a quienes publicamos alguno de sus libros; así como otros/as reunidos/as en la compilación Osario común. Summa de fantasía y horror (2013): Mariana Enriquez (Los peligros de fumar en la cama), Ignacio Román González (La analogía del cielo), Fabio Ferreras (“En el patio, con Mortimer, conmigo”), Walter Iannelli (Metano), Claudia Cortalezzi (Distrito Territorial San Telmo), Gerardo Quiroga (Phármakon), Sebastián Chilano (En tres noches la eternidad), Gustavo Nielsen (Auschwitz), Alejandra Zina (“El centinela”), Emiliano Vuela (“Afuera sigue cayendo ceniza”), César Cruz Ortega (“Solución de continuidad”), Ricardo Giorno (“Quemar a madre”) y Pablo Schuff (“La habitación de mamá”). En segundo lugar, desde una mirada amplia de lo macabro y lo espectral, se me vienen a la cabeza: Rogelio Oscar Retuerto (Las elegidas), Hernán Domínguez Nimo (Los muertos del Riachuelo), Juan Ignacio Pisano (El último Falcon sobre la tierra), Esteban Castromán (Pulsión), Matías Bragagnolo (Petite mort), Acheli Panza (Santoral), Claudio García Fanlo (La saga hiperbólica), Cezary Novek (La configuración del silencio), Samanta Schweblin (Pájaros en la boca), Ricardo Curci (Los seres intermedios), Diego Muzzio (Las esferas invisibles), Juan José Burzi (Sueños del hombre elefante), Mariano Buscaglia (Las ciénagas del diablo), Guillermo Martínez (Infierno grande), Pablo de Santis (El teatro de la memoria), Mercedes Bisordi (El tiempo que lleve olvidar), Dolores Reyes (Cometierra), Leandro Ávalos Blacha (Una casa de pie), Martín Sancia Kawamichi (Los poseídos de Luna Picante), Leonardo Oyola (Ultra-tumba), Ricardo Romero (Tantas noches como sean necesarias), Agustina Bazterrica (Diecinueve garras y un pájaro oscuro), Horacio Convertini (Los que duermen en el polvo), Luis Alexis Leiva (Un barrio silencioso). De Sandra Gasparini, investigadora y autora, destaco el ensayo Las horas nocturnas. Diez lecturas sobre terror, fantástico y ciencia, donde hace una lectura atenta y minuciosa sobre lo que viene sucediendo en la literatura argentina.
—Contame sobre las varias colecciones que tiene la editorial. ¿Cómo se fue conformando el catálogo?
—Las colecciones fundacionales son: Muertos, para el terror; Muerde, para lo erótico; Ni Muerde Ni Muertos, para el fantástico, realismo delirante y regiones afines; y Muerde Muertos, para los cruces y para homenajear a referentes como Alberto Laiseca o Enrique Medina, por ejemplo. Lo más nuevo es una quinta línea llamada Los Libros del Inquisidor, que son coediciones para la Argentina con los escritores uruguayos Ana Grynbaum y Ércole Lissardi.
—Fragmentos de obras de Clive Barker, H. P. Lovecraft, Stephen King o Liliana Bodoc aparecen como epígrafes en tus relatos. ¿A quiénes no has dejado de leer nunca? ¿Qué estás leyendo en este tiempo?
—A los mencionados los admiro profundamente. Suelo repasar sus libros, porque forman parte medular de mi biblioteca. Con King tengo un par de títulos pendientes, porque siempre hay novedades. Durante la cuarentena del 2020 volví a Oficio de búhos de Liliana Bodoc, que leí apenas salió en 2012. Ella falleció en febrero de 2018 y fue una gran pérdida. Esta segunda lectura tuvo un significado especial durante esos meses. Oficio de búhos es un libro donde Bodoc regresa a La saga de los confines, pero con la conciencia de que no hay retorno posible al momento anterior de una transformación, sea esta brusca o progresiva, y que el desafío es vivir con la memoria que nos constituye.
—En tus relatos hacés alusión al cine en más de una oportunidad: Roger Corman, La mancha voraz… ¿qué importancia le atribuís al séptimo arte en tu formación literaria?
—El cine y la música son esenciales en mi formación emocional y estética. Edgar Allan Poe llegó a mi vida a través de Vincent Price y Roger Corman en Sábados de Súper Acción. La primera vez que oí nombrar a Jekyll y Hyde fue en una canción del grupo de rock Vox Dei. Podría brindar más ejemplos de huellas que me señalaron caminos. Por eso, cada vez que puedo, incorporo citas o referencias en reconocimiento hacia quienes me dieron tanto y dirigidas a quienes hoy están buscando. De hecho, Desatormentándonos nace de mi gratitud hacia Spinetta, a través de quien conocí a Antonin Artaud. Por otra parte, literatura y cine de terror son dos campos que se retroalimentan, y si bien hay lectores que no son cinéfilos o cinéfilos que no son lectores, a muchos nos interesan ambos universos y su confluencia. Yo soy uno de ellos.
—¿Cuáles son las novedades del 2021?
—Empezamos el 2021 publicando dos libros en la colección Muertos: Insepulto. Cuentos de terror a la mexicana, del escritor y arqueólogo Ricardo Rincón Huarota, con dieciséis relatos ambientados en la actual Ciudad de México, que ponen especial énfasis en los vestigios de la época precolombina, la Conquista, el Virreinato, la Independencia; y El horror de Providence, de Patricio Chaija, quien homenajea a los escritores anglosajones que lo forjaron en el campo del horror contemporáneo: H.P. Lovecraft, Stephen King, Peter Straub, Clive Barker, Ramsey Campbell, Richard Matheson, Edgar Allan Poe, Robert Bloch y Dan Simmons. Para el segundo semestre estamos trabajando en la salida de nuevos libros de Enrique Medina, María Sola y Pablo Martínez Burkett.
—Las colecciones fundacionales son: Muertos, para el terror; Muerde, para lo erótico; Ni Muerde Ni Muertos, para el fantástico, realismo delirante y regiones afines; y Muerde Muertos, para los cruces y para homenajear a referentes como Alberto Laiseca o Enrique Medina, por ejemplo. Lo más nuevo es una quinta línea llamada Los Libros del Inquisidor, que son coediciones para la Argentina con los escritores uruguayos Ana Grynbaum y Ércole Lissardi.
—Fragmentos de obras de Clive Barker, H. P. Lovecraft, Stephen King o Liliana Bodoc aparecen como epígrafes en tus relatos. ¿A quiénes no has dejado de leer nunca? ¿Qué estás leyendo en este tiempo?
—A los mencionados los admiro profundamente. Suelo repasar sus libros, porque forman parte medular de mi biblioteca. Con King tengo un par de títulos pendientes, porque siempre hay novedades. Durante la cuarentena del 2020 volví a Oficio de búhos de Liliana Bodoc, que leí apenas salió en 2012. Ella falleció en febrero de 2018 y fue una gran pérdida. Esta segunda lectura tuvo un significado especial durante esos meses. Oficio de búhos es un libro donde Bodoc regresa a La saga de los confines, pero con la conciencia de que no hay retorno posible al momento anterior de una transformación, sea esta brusca o progresiva, y que el desafío es vivir con la memoria que nos constituye.
—En tus relatos hacés alusión al cine en más de una oportunidad: Roger Corman, La mancha voraz… ¿qué importancia le atribuís al séptimo arte en tu formación literaria?
—El cine y la música son esenciales en mi formación emocional y estética. Edgar Allan Poe llegó a mi vida a través de Vincent Price y Roger Corman en Sábados de Súper Acción. La primera vez que oí nombrar a Jekyll y Hyde fue en una canción del grupo de rock Vox Dei. Podría brindar más ejemplos de huellas que me señalaron caminos. Por eso, cada vez que puedo, incorporo citas o referencias en reconocimiento hacia quienes me dieron tanto y dirigidas a quienes hoy están buscando. De hecho, Desatormentándonos nace de mi gratitud hacia Spinetta, a través de quien conocí a Antonin Artaud. Por otra parte, literatura y cine de terror son dos campos que se retroalimentan, y si bien hay lectores que no son cinéfilos o cinéfilos que no son lectores, a muchos nos interesan ambos universos y su confluencia. Yo soy uno de ellos.
—¿Cuáles son las novedades del 2021?
—Empezamos el 2021 publicando dos libros en la colección Muertos: Insepulto. Cuentos de terror a la mexicana, del escritor y arqueólogo Ricardo Rincón Huarota, con dieciséis relatos ambientados en la actual Ciudad de México, que ponen especial énfasis en los vestigios de la época precolombina, la Conquista, el Virreinato, la Independencia; y El horror de Providence, de Patricio Chaija, quien homenajea a los escritores anglosajones que lo forjaron en el campo del horror contemporáneo: H.P. Lovecraft, Stephen King, Peter Straub, Clive Barker, Ramsey Campbell, Richard Matheson, Edgar Allan Poe, Robert Bloch y Dan Simmons. Para el segundo semestre estamos trabajando en la salida de nuevos libros de Enrique Medina, María Sola y Pablo Martínez Burkett.