“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Página/12 | Desatormentándonos, música literaria


Enrique Medina —autor a quien respeto, admiro y quiero— me sorprendió con una reseña de mi libro Desatormentándonos (Muerde Muertos, 2020), publicada el miércoles 7 de abril en la contratapa de Página/12. En esa misma sección lo leía mientras cursaba periodismo en La Plata, a fines del siglo pasado, y me invitaba a sumergirme en su valiosa obra, además de contagiarme sus ganas de escribir. A continuación comparto el texto:

Página/12 | Contratapa | Desatormentándonos, música literaria


Cuando el grupo Pescado Rabioso, liderado por Luis Alberto Spinetta, editó su primer álbum, ninguno de sus integrantes imaginó que muchos años después un impetuoso admirador homenajearía aquel sacudón-musical-roquero, poniendo el ojo en la condensación que sus composiciones proponen en torno a lo macabro, lo poético y lo visceral. Desatormentándonos se llamó aquel disco de 1972, y hoy es el título del libro de José María Marcos que logra lo que, en términos similares, alguna vez ambicionó Borges: trasladar al castellano la música del inglés y del alemán. En sus páginas dedicadas al horror y el delirio, el autor trabaja sobre aquello que “nos muta en lobos a la luz de la luna y en larvas bajo un tórrido sol veraniego”, como sintetiza Mariano Buscaglia, y construye un libro fantástico haciendo literatura sin encorsetarse con pretensión literaria alguna. Marcos narra, escribe y describe, expone desde abajo. No se abruma en el ardid de la prosa, o el magistral dominio del lenguaje, o el florilegio de adjetivaciones al mejor estilo del realismo mágico; él usa lo necesario, lo ineludible para sus ficciones, y masculla entre dientes al tiempo que vistea a los costados mientras el lector bebe un café. El cuento que cuenta crece sin que aún estemos atentos al tema con la escrupulosidad necesaria. Sin que nos percatemos, prospera la tensión, el crescendo se va dando sutilmente, casi a traición a causa de que, ante el desconocimiento de lo que vendrá, el asunto nos toma de sorpresa y el planteo desplegado en la página fuerza la atención del lector. Para José María Marcos, escribir es librarse de sus fantasmas, purificar el espíritu; él está presente con sangre y vida en cada línea explosiva, violenta, iluminada, sentida, con estremecedor significado y positiva proyección en nuestras letras. Percibimos la exposición de un cuerpo lacerado y una aventura hacia el infinito, de cara a una fatalidad que arrastra al lector y lo enfrenta con su abismo. Cuando nos reponemos, ya está, ya estuvo, a otra cosa, estamos dentro, zambullidos en un baño de letras del que no saldremos hasta alcanzar el colofón aún envueltos en las situaciones, los personajes, el territorio de la fantasía y el espanto. Marcos nos habla bajito, desde el barrio y el barro, nos arroja como al descuido apenas un asunto de familia que se gestó en blanco y negro, y al que él le miente colores que no dejan de sobrecoger al lector francamente fascinado. Sin duda, el libro es un golpe al hígado producto de la inteligencia como los que aplicaba aquel maravilloso campeón mundial de peso pluma de los años 50, cuando en el Luna Park les obligó besar la lona, en inclinado laberinto de naipes, primero al cándido Oscar Flores, luego al campeón argentino Alfredo Prada y, como cierre, al estupendo y guapo Ángel Olivieri; los tres humillados ante un general Perón, sentado en la primera fila del ring-side, estupefacto y aturdido por la contundencia del genial Sandy Saddler. Igual derrotero y efecto cumplen estos relatos precisos, sabios y hasta científicos, si se permite la parada. Ya en su momento, Leonardo Oyola, muy apropiadamente, supo definir esta escritura de José María Marcos como de “precisión matemática”. Al destacar algunas páginas como muestra, hay que decir que en “Ojos verdes” lo que alguna vez fue un espléndido sitio turístico se transforma en una decadencia infinita, cuando una desconocida manifiesta una perversión más allá de lo esperado por un ingenuo y viejo cuidador. “Salatraco” es un relato familiar donde el Circo del Amor, de gira, exhibe antiguas estatuas de Uzbekistán. El cuento se abre en un primer escenario calmo, pero se lanza a un tono satírico maravillosamente cerrado cuando la protagonista no puede resistirse a sujetar con decisión el pene erecto de una estatua. Estupendo y ardoroso relato que con fino humor sosiega el horror de los otros. “El abuelo Bubby” tiene el papel de operar como majestuoso percherón-cadenero que remolca con firmeza todo el libro. El mismo autor se ubica en su infancia y narra con pasmosa candidez de niño la historia del abuelo Bubby, borrachín y atorrante, que llama a la puerta de casa y sorprende a la familia con su inesperado retorno, luego de seis meses de haber sido enterrado en el cementerio de Uribelarrea. Los diez cuentos del libro nos hablan de nuestros miedos, de los monstruos que nos habitan, de las violencias que nos circulan. Y tal como lo quería el autor, Desatormentándonos logra, con notable mérito, el homenaje tan ansiado al erigirse como un libro que, al ser leído, repercute en el lector con la fuerza de un pesado rock and roll.