Por José María Marcos, especial para INSOMNIA, Nº 131, noviembre de 2008 (*)
Leonardo Oyola es sin dudas uno de los escritores jóvenes con mayores perspectivas dentro del ámbito literario. Como todo narrador popular, ningún sentimiento le es ajeno. Se lo conoce por su amor al policial, pero en sus obras está muy presente el melodrama, la novela histórica, la pintura de los sectores desprotegidos y la mirada de la realidad desde lo sobrenatural.
Su primera novela, Siete & el Tigre Harapiento (Gárgola, 2005), es un policial situado en 1897 en Buenos Aires. Como él mismo reconoce, el Tigre Harapiento es un héroe romántico que está en la mala senda por cuestiones sociales. Se encuentra en la línea de Juan Moreira, Hormiga Negra o Martín Fierro, pero funciona como un espejo que viaja en el tiempo. Así como Ernesto Sabato dice que “el presente engendra el pasado” (Uno y el universo, 1945), podría afirmarse que Oyola inventa un malevo del pasado para hablar sobre las actuales relaciones de poder.
En Chamamé (Salto de Página, 2007) —una novela que apuesta fuertemente al registro oral—, el Perro Ovejero persigue al Pastor Noe por calles polvorientas y por pueblos perdidos de la mano de Dios. Ambos son ex convictos que buscan rehacer su vida, y mientras corren hacia delante en busca de algo que hace tiempo perdieron, van internándose en un callejón sin salida.
La presencia de lo sobrenatural aparece con más fuerza en otras novelas. Una de ellas es Santería (Negro Absoluto, 2008), con la que el escritor inició un desafío que se prolongará al menos durante cuatro libros. Más volcado al humor, cuenta el enfrentamiento entre la Víbora Blanca y la diabólica Marabunta. En Hacé que la noche venga —recientemente editada— le hace un homenaje tanto al Sabueso de los Baskerville como a los Expedientes X y se asoma a lo fantástico.
La nouvelle Gólgota (Salto de Página, 2008) es —como el propio Oyola reconoce— su historia más personal. En un pasaje, el personaje central dice: “¿Sabés una cosa? Puras mentiras todo lo que nos enseñó la Iglesia. No es como ellos dicen con María, la de Luján o Caacupé. La reina de reinas no es la madre de Cristo. No es la virgen. La reina de reinas acá y en todas partes es y será la violencia. Porque esa sí es madre… de todos los males. Es la que nos moviliza. Por algo violencia rima con esencia. Porque la tenemos en nuestro interior como motor primario. Sí, la llevamos bien adentro. Todos. Algunos la tendrán en reposo y es bueno que no despierten lo que está dormido. Otros la tenemos a flor de piel. Y en eso influye mucho el lugar donde vivimos. ¿Qué cómo hacemos para irnos bien lejos de toda esta mierda? Me parece que uno con tomarse el palo sólo cambia la mierda por otra de distinto color”. Y agrega: “Yo no voy a estar acá para siempre. Tampoco quiero vivir para siempre. Estoy trabajando en eso. Poca gente logra acceder al secreto de la felicidad, a dos metas difíciles de concretar: laburar en lo que te gusta y estar con alguien a quien ames y seas correspondido”.
Este fragmento de Gólgota es un buen ejemplo del uso que Oyola le da a la primera persona, como una manera de correrse del medio y cederles la palabra a sus personajes.
Lejos de querer ridiculizar a sus criaturas, el escritor está en la línea de autores a los que les gusta mezclar la lengua literaria con el idioma de la calle, para hablar sobre la realidad, describir costumbres y reflejar ciertas tensiones entre los distintos estratos sociales.
En este punto vale recordar algo expresado por el joven Jorge Luis Borges en Discusión (1932): “En mi corta experiencia de narrador, he comprobado que saber cómo habla un personaje es saber quién es, que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino”.
La cita resulta más que pertinente, pues la capacidad de comprender el destino de las personas de carne y hueso parece ser la clave de la vitalidad de la obra de Leonardo Oyola.(*) Sección Otros Mundos. Revista Insomnia.