“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Universo Quijote: “Válame Dios”

Por José María Marcos (*) 

Se cuenta, pues, que Sancho Panza conocía una historia que oyó de refilón en una taberna sobre un perro muy sabio que ayudose a un suchí o sunní, no recordaba bien cómo presentose aquel moreno un tanto perfumado con vino de Granada, y que por designios recónditos, o puro bostezo, decidiose contársela a don Quijote poco antes de entrar a unos campos, en medio de las sierras.
—Señor —dijo Sancho mientras espoleaba el asno—, hoy, acordábame de un cuento de un brujo, o algo así, que a lo Cristo andaba dándoles consejos a las gentes, al cual, dada su fama de sabio por añejo y por luciferino, le preguntaron quién le había señalado tantas cosas, y él, sorprendiendo a su asamblea, respondió que su primer consejero era un perro, y claro, cuando oí eso, pensé que se trataba de esos relatos del tiempo de Guisopete cuando los animales hablaban, pero no, detalló aquel moro, el lobo familiar no ladraba ni piaba, ni mucho menos rezaba el Avemaría, y estaba medio muerto, que es como decir medio vivo, tirado al lado de un río, y aquel pobre bicho, al parecer, había sido atacado por otros como él, y entonces cada vez que veía su imagen en el agua disparaba que no le daban las patas, porque veía a un malhechor, hasta que un día de tanto asomarse, y supongo de tanto comer mejor y olvidarse de la paliza,  resolviose a enfrentar al villano y se tiró de cabeza y el opositor se esfumó, y después no sé bien qué pasó, porque me distraje con el escote de una doncella, que era más atrayente que el aromático etílico, de modo que pregunté a uno de por ahí nomás en qué terminó todo, y ansí, el cuadrúpedo le enseñó al zahorí que el principal atasco es uno mesmo, pero yo creo que aquel cuzco estaba destornillado y puede ser que instruyera mucho a su amo, pero también pudo haber terminado ahogado, si es que no sabía nadar, o comido por alguna bestia marina; yo, perro, me hubiera ido lejos del río.
—¡Válame Dios! ¡No repitas más ese desatino robado a los sarracenos! —gritó don Quijote—. ¡María ayude a la razón y a la verdad! ¡Sigamos en busca de los gigantes!

(*) El relato forma parte de la edición Nº 153 de miNatura, dedicado al género breve fantástico. Especial “Universo Quijote”.