Ilustración: Martín Chandías. |
En la literatura y el cine de terror hay al
menos dos tipos de zombis bien diferenciados. El primero es el de origen
haitiano, controlado por brujos (los bokor) vinculados a su religión: el vudú.
El segundo, llamémoslo “el moderno zombi” o “muerto vivo” a secas, nace en el
cine con George Romero a partir de El
regreso de los muertos vivos (1968). En varias entrevistas, el propio
Romero declaró que su película surgió de querer filmar la novela Soy leyenda (1954) de Richard Mathenson,
donde los vampiros están tomando el control del mundo. El contagio se debe a
una enfermedad sanguínea que nada tiene que ver con el catolicismo, en la línea
de los redivivos que alcanzaron su máxima expresión en el Drácula (1897) de Bram Stoker. Así las cosas, en una asociación
involuntaria, la dupla Romero-Matheson dio nacimiento al moderno zombi, que
deja atrás la iconografía vinculada al cristianismo y también al mundo del
vudú. Esto lo escribí para el festival de cine XIII Buenos Aires Rojo Sangre
(2012), y luego, el texto apareció como una introducción en El libro de los muertos vivos. Cuentos de
zombies (Lea, 2013). En este artículo, en cambio, hablaré del cine y la
literatura de zombis en Argentina.
UNA
EXTRAÑA PELÍCULA DE ZOMBIS
En su libro Zombies! (Fan, 2009), Luciano Saracino hace un recorrido por este
universo y resalta un antecedente un tanto amorfo pero interesante: la película
argentina Extraña invasión, filmada
en 1965 para el mercado de Estados Unidos, con la dirección de Emilio Vieyra,
donde los rayos catódicos de la tele son los responsables de la zombificación.
La historia está más en sintonía con films como La invasión de los usurpadores de cuerpos de Don Siegel (vinculadas
al macartismo y al miedo del avance del comunismo en EEUU), pero vale la pena
detenerse en ella porque tiene la particularidad de haberse rodado tres años antes
del clásico de George Romero de 1968.
Hoy, puede verse por YouTube, y aunque pensada para Estados Unidos, contiene una enorme
cantidad de guiños locales. En Extraña
invasión desde el comienzo hay advertencia que marca cierta ironía que
recorre la película filmada en El Palomar: “Los hechos que narra esta película
pudieron haber ocurrido en el algún pueblo del sur de los Estados Unidos de
Norte América”. O, sea, que en Estados
Unidos alguien puede manipular a niños y ancianos a través de los rayos catódicos
de la tele, que es de lo que trata esta película.
Señalo algunos pasajes significativos:
—Un doctor quiere que un enfermo deje de ver
la tele, porque nota que le hace mal, pero este se enoja y le dice: “Creo que
estamos en un país libre, ¿no?”.
—Corre 1965 y hay un permanente enfrentamiento
entre padres e hijos. “¿Qué pasa que ya no me obedecés?” se queja uno de los
protagonistas mientras su hijo mira la tele. Y marco algo que a lo mejor no sea
importante, pero tal vez sí: los afectados son niños que en 1965 tienen 10 y 12
años y serán jóvenes en la década del 70.
—Anoté una reflexión expresada por el responsable
de los medios de comunicación (cuando trata de relativizar el problema): “La
televisión siempre los hipnotiza”.
—Se escuchan este tipo de opiniones: “Parecen
drogados”. “Es una epidemia que puede alcanzar al mundo”. “Se produce una
regresión que los hace felices”. Si apagamos la transmisión, “deberíamos
drogarlos y estarían muertos en vida”.
—Un dato de color: el periodista (que exige a
gritos que respeten su derecho de informar) pertenece al Clarín de Cañón City.
—La población desconfía del gobierno, de los
militares y de la prensa. Lógico. Desde
las sombras, un villano dice: “El poder es mío”.
—El Director de Comunicaciones propone
solucionar todo dándoles un shock eléctrico a los chicos. Chan. Otra frase del Director: “El país entero tiene miedo de mirar
televisión”.
—Cuando están decidiendo qué hacer, un General:
“No queremos asesinar niños”. O sea: tiene buenas intenciones, pero no insistan...
—A todo esto (aquí viene el delirio y la
verdura, como diríamos en criollo): se determina que la señal maléfica es
posible gracias a que hubo un derrame de silicón que se fusionó con gas metano
del pantano del pueblo, surgido de una planta silvestre, y entonces, la
solución está en quemar el pantano, y así, sacar a los niños del trance. Un
temor mayor es que (aquí no se entiende bien la explicación científica) de
aquel pantano salgan semillas y se esparzan por el país.
—Finalmente, la solución viene de reprogramar
la tele y así reprogramar la mente de los niños y los ancianos.
Extraña
invasión no es estrictamente una película de zombis,
pero posee algunos elementos que no la hacen totalmente ajena y me refiero a la
alteración del espacio público y de su impacto en la vida privada, algo que es
clave en el mundo de los zombis modernos.
EL
ZOMBI SIN CADENAS
El nuevo zombi —o el zombi sin cadenas
religiosas— recién comienza a tener una activa presencia en Argentina a fines
de la década del 90 con el film Plaga
zombie: ¡La venganza alienígena ha comenzado! (1997), de Pablo Parés y
Hernán Sáez, que luego se continuó en dos pelis más: Plaga zombi: zona mutante (2001) y Plaga zombi: revolución tóxica (2012).
Quien tiene muchos zombis en sus textos (o,
mejor dicho, chicas zombis, que son su obsesión) es Alberto Laiseca, pero se
trata de los zombis vinculados al vudú. De hecho, en su gran obra Beber en rojo (2001) —donde se incluye
el ensayo “Importancia del monstruo en el arte”—, Laiseca habla de los zombis
de Haití y despacha a los de Romero con la frase “zombis eran los de antes”. No
acepta o no le interesa este nuevo monstruo, tan vacío de ontología.
En Argentina, al igual que ocurrió en el mundo
con la película de Romero, el zombi moderno dio sus primeros pasos en la
pantalla y más tarde llegó a la literatura. Tras Plaga zombi (1997) surgieron muchísimas producciones argentinas y quienes
frecuentamos el festival de cine Buenos Aires Rojo Sangre vemos que año a año
se suman más cortos y producciones de zombis. Luego, los zombis sin cadenas han
ido llegando a nuestra literatura.
TODO
ZOMBI ES POLÍTICO
El muerto vivo nacido del romance entre
Matheson-Romero tiene características que se presentan en muchas películas
desde 1968 hasta la actualidad. Indico las principales:
—Es un monstruo que actúa en masa.
—Muere y sigue “vivo” pero no habla ni tiene
memoria.
—Está primarizado y sólo lo mueve el deseo de
alimentarse. Se ha vuelto caníbal.
—Es una criatura que surge, de algún modo, por
la caída del contrato social. Por eso, uno podría decir que todo zombi es
político. Por un lado, afecta el espacio público, y por otro, afecta lo
privado, porque nadie protegerá tu intimidad. Ya no hay reglas, orden ni
autoridades a quien recurrir.
—Tirando titulares para el diario podríamos decir:
“El moderno zombi es el monstruo de la democracia” o “El moderno zombi es el monstruo
del siglo XXI”. No sé cuál quedaría mejor.
LOS CUERPOS
DEL DELITO
En Argentina, por lo que he leído y visto, existe
mayormente una permanente parodia del género. Otra marca es mostrar por reflejo
aquello que parece vivo pero se ha vuelto zombi. De esto hablé en la Jornada sobre Zombis y
Fantasmas en la
Literatura Argentina organizada por el Proyecto UBACyT
“Figuraciones del miedo: cuerpos y fantasmas de la literatura argentina” (dirigido
por Pablo Ansolabehere con la coordinación general de Sandra Gasparini) en el Museo
Rojas (Charcas 2837, CABA) el viernes 22 de mayo de 2015.
Doy algunos ejemplos.
En Berazachussetts
(2007), Leandro Ávalos Blacha incorpora a su trama una zombi (a quien bautiza
“Trash”), con quien recorremos el Conurbano que está colmado de peores
monstruos que los zombis. La particularidad de esta zombi es que habla, y aquí
se produce, un distanciamiento del zombi de Romero, porque de algún modo lo que
enuncia está acción es que vivimos en una sociedad con reglas zombificadas. El
problema no es ella, sino el poder y sus arbitrariedades.
De Esteban Castromán leí Pulsión (2011) y su precuela El
alud (2014). En la línea de David Cronenberg —y especialmente su Shivers (1975)—, la narración es una “fiesta” con zombis fifadores, llena de
erotismo y desenfreno, donde se produce una masiva autodestrucción, ante
una sociedad vacía, que no tiene nada que ofrecer.
Cito también algunos relatos de El libro de los muertos vivos. Cuentos de
zombies (Lea, 2013).
El cuento “Tania”, de Juan José Burzi, es un
buen ejemplo de cómo lo público marca lo privado. En este gran relato, Burzi
narra la historia de un tipo que tiene encerrada y encadenada a una zombi y
hace uso y abuso de ella. Puede hacerlo porque afuera está lleno de zombis y no
hay ley, y es posible este tipo de delitos. Esto sólo ocurre en un mundo
zombificado, por supuesto.
“Irnos lejos”, de Lorena Iglesias, trabaja
sobre la idea de que es posible escapar de las ciudades zombis, huyendo a un
espacio natural. Es un mito recurrente el regreso a la naturaleza, pero, tal
vez, falso, pues no hay donde escapar, sugiere Iglesias.
“La primera muerte es gratis”, de Hernán
Domínguez Nimo, muestra cómo ante el problema zombi el poder no busca
solucionar esta situación, si no que trata de sacarle provecho. Ya que estamos
usemos estos cuerpos para algo.
El peronismo como materia prima para la
literatura zombi no podía faltar y en esta antología está presente con “Ni
yankis ni marxistas… ¡zombies peronistas!”, de Sebastián Pandolfelli, quien en
un reportaje dice lo siguiente: “El tema de los zombies da para todo, como
alguna vez dijo Antonio Cafiero sobre el peronismo. Se puede hacer una de
terror, una comedia bizarra y hasta una historia de amor”. Sebastián (que viene
de una familia peronista de Villa Diamante, Lanús) se pregunta: ¿Qué hay de
vida en el movimiento peronista? ¿Y qué es lo que sigue funcionando pero está
muerto?
“Zombra”, de Fernando Figueras, nos trae una
historia que transcurre en los kilómetros 47 y 48 de la Ruta 3, o sea en La Matanza , lugar que es
fuertemente político, pero, al igual que sucede en la ciudad de Buenos Aires y
el resto del Conurbano, mucha gente lo siente como un terreno sin reglas, un simple
barco a la deriva.
“Tajos en el cielo”, de Juan Guinot, nos lleva
al interior de la provincia de Buenos, para mostrarnos cómo la zombificación de
la sociedad hace que el Primo Mata Gatos sea la única alternativa para
enfrentar a los muertos vivos.
En Osario
común. Summa de fantasía y horror (Muerde Muertos, 2013) hay un cuento de
zombis. “Afuera sigue cayendo ceniza”, de Emiliano Vuela, retrata la situación
en una escuela de la provincia de Buenos Aires. La escuela se presentaría como
un refugio mítico, pero los zombis no tardan en destrozar hasta el último rincón
idílico.
En la antología de Lea también hay cuentos: de
Leandro Ávalos Blacha (“Tan real”), Diana Da Silva (“Cerca del estanque de los
patos”), Juan Manuel Valitutti (“Dulces sueños, Carl”), Luciana De Luca (“La
viuda”), Esteban Castromán (“La ciencia de la ficción”), José María Marcos (“El
abuelo Bubby”), Jimena Repetto (“Los exquisitos”), Pablo Martínez Burkett (“El
embuste de Oxlahuntikú”), Luis Mazzarello (“La notificación”), Guillermo J.
Naveira (“Reformatorio”) y Valeria Tentoni (“Las masas afinan”). Además,
contiene un prólogo de Ricardo Acevedo Esplugas. Otros libros que conozco son La cena (2007) de César Aira, Mendoza Zombie Attack (2013) de Mario
Japaz, Letra muerta (2012), de Guillermo
Bawden y Cezary Novek, Volveré y seré
millones… (2013) de Matías Pailos y Zombi
(2013) de Lucio Greco. Mayormente estos textos funcionan en un mismo sentido:
no son tan importante los zombis, sino lo que revelan por contraste.
FANTASMAS
Y ZOMBIS
Si la literatura de fantasmas habla de un
pasado que aún sigue condicionando nuestras vidas —porque se trata de un pasado
irresuelto—, la figura del moderno zombi viene a hablarlos de las cosas del
presente que parecen tener vida y que en realidad están muertas.
No es casual que nuestros muertos vivos hayan
aparecido durante fines de la década del 90 (cuando Argentina sufría una de las
tasas de desempleo más altas de su historia, a causa de seguir el pie de la
letra las recetas del neoliberalismo) y que sigan reproduciéndose en el siglo
XXI, cuando los grandes mitos del capitalismo están en crisis (el progreso
permanente, la invulnerabilidad del sector financiero, el fin de la historia, la
globalización, la posibilidad de encontrar soluciones para el daño ambiental
sin necesidad de buscar un equilibrio).
En la película Extraña invasión, de 1965, a su manera (torpe, pragmática o
ineficiente), las autoridades existen y aportan alguna solución. En el cine y
la literatura zombi actual, las autoridades, las reglas, el poder, son parte
del problema de un Apocalipsis en expansión, del cual desconocemos su alcance,
y donde, quizá, sólo nos queda cantar a modo de mantra o conjuro: “Un zombi ya
pronto serás, un zombi lo mismo que yo”.