“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

El mundo de Matías Bragagnolo

Petit mort: el cine snuff en el
centro de una atrapante novela

Por José María Marcos, exclusivo para INSOMNIA, Nº 204, diciembre de 2014

La editorial Extremo Negro publicó Petite mort (2013), novela de Matías Bragagnolo (La Plata, 1980) que incursiona en el mito del cine snuff, presuntamente compuesto por imágenes de asesinatos reales, violaciones y torturas, rodadas con la finalidad de distribuirlas comercialmente. “Snuff” es un vocablo inglés que significa “rapé”, aunque también indica “muerte”.
Parte del mito incluye a una película de bajo presupuesto filmada en Argentina en la década del 70 por los norteamericanos Michael y Roberta Findlay. En Estados Unidos, el productor Alan Shackleton decidió bautizar al film “Snuff” y promocionarlo asegurando que mostraba un asesinato real, con la leyenda: “Una película que solo podía haberse rodado en Sudamérica, donde la vida no vale… nada”. Con tiempo se supo que “el asesinato real” era sólo una puesta en escena, pero la fábula quedó instalada. Otro clásico es la italiana Holocausto caníbal (1980), dirigida por Ruggero Deodato, al creerse que los actores habían sido realmente masacrados durante la filmación. La película fue confiscada diez días después de su estreno en Milán y Deodato fue arrestado. Más tarde se aclaró que todo era ficticio.
El snuff como temática tuvo un acertado tratamiento en la película española Tesis (1996), que significó el ingreso de Alejandro Amenábar al primer plano del cine internacional, con notable éxito de público y varios premios, entre ellos el Premio Goya (mejor película, guión original y director novel). A la sombra de Amenábar, se filmó 8mm (1999),  dirigida por Joel Schumacher, con Nicolas Cage, pero sin el brillo de la española.
En Petite mort —la incursión literaria de Bragagnolo—, todo arranca cuando Eduardo Silver, vendedor de pornografía clandestina, recibe el pedido de una película snuff. Pero no se trata de un pedido que puede desatender. Detrás, se encuentra una persona capaz de matar por conseguir lo que busca. INSOMNIA habló con el autor para saber cómo fue la construcción de esta inquietante novela, cuáles son sus influencias y si se imagina Petite mort en el cine.

UNA NOVELA FINALISTA

Matías Bragagnolo se gana la vida como abogado y escribe desde hace más de 15 años. Poemas, cuentos y un ensayo han sido publicados en diferentes revistas y antologías. Su novela Petite mort (finalista en el Concurso Laura Palmer No Ha Muerto 2010 y Extremo Negro - BAN! 2013) le permitió colocarse entre los nombres más prometedores de la novela negra contemporánea.
—¿Qué escritores reconocés entre tus influencias? ¿A quiénes admirás?
—Son unos cuantos. Como influencias reconozco a E.A. Poe, Henry Miller, James Joyce, Brett Easton Ellis, Víctor Hugo, W.S. Burroughs, Carlos Chernov, Marcel Proust, Anaïs Nin, Vargas Llosa, J.G. Ballard... Y sin considerarlos influencias admiro mucho a Laiseca, Irvine Welsh, David Goodis, Kafka, Boris Vian, Borges, David Foster Wallace, Osvaldo Lamborghini, García Lorca... Podría seguir un rato, son demasiados.
—¿Qué novela y/o cuento te hubiera gustado crear? ¿Por qué?
—La novela And The Ass Saw The Angel, del cantante australiano Nick Cave. Es impresionante la forma en que logra darle una vuelta de tuerca al clima de perversión, perfidia, superstición y decadencia contenidas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Prácticamente podría llegar convertirse en un tercer libro bíblico, destinado a una religión sucesora del cristianismo (que, por ende, sería más ridícula y contradictoria aún).
—¿Otras disciplinas artísticas están presentes a la hora de escribir (cine, música, teatro, etcétera? ¿De qué manera?
—Mis otras dos pasiones son la música y el cine (de hecho, uno de los capítulos de Petite mort está narrado con formato de guión de cine). Disfruto con mucha música, desde el rock industrial más ruidista hasta algo tan relajado como el trip hop. Y lo mismo con el cine: no es que me falte criterio, porque hay cine al que considero intolerable, pero puedo disfrutar tranquilamente tanto de una película de cine europeo de autor como de una comedia con Ben Stiller, pasando por todos los matices del cine comúnmente considerado “bizarro”. Y más de una vez he intentado lograr generar con la escritura ciertas sensaciones que la música y el cine transmiten. Espero haberlo logrado (no soy yo quien podría confirmarlo). Por solo dar un ejemplo, en mi última novela (inédita), El brujo, en la cual en el transcurso de la trama el tiempo se acelera progresivamente, busqué generar ese mismo efecto en el lector a medida que la novela es leída, de manera tal que a través de variaciones muy sutiles en la prosa pueda ser percibida también una ficticia aceleración del tiempo mientras se avanza en la lectura, pasando los últimos capítulos con mayor rapidez por la memoria, sean o no más extensos que los primeros.

DAIREAUX Y EL CINE SNUFF

—¿Cuál es el germen de Petite mort?
—Yo tenía 16 años y vivía en un pueblo bonaerense llamado Daireaux. En una conversación de madrugada con amigos mayores que yo me enteré de la existencia del mito del snuff y me fascinó la temática. En esa época recién estaba empezando a escribir, pero tuvieron que pasar más de 10 años (dos novelas, muchos poemas, dos nouvelles y unos cuantos cuentos, casi todo material aún inédito) para que la idea adecuada cuajara, ya que sentía que la leyenda merecía ser el tema central de una novela, pero no quería caer en lugares comunes. Estaba terminando de corregir Purgatorius, mi segunda novela, año 2007, mientras escuchaba una mixtape con música de la década del 80. De golpe me llama la atención en forma aislada un verso de la canción “Self-control”, de Laura Branigan: “Yo, yo vivo entre las criaturas de la noche”. Y esas palabras de alguna manera me revelaron la imagen del vendedor de pornografía, con quien se inicia toda la trama. Y después empezaron a surgir los otros personajes: el abogado excéntrico y amoral, el productor de porno inescrupuloso y su actor fetiche (una dupla al estilo Claude Frollo-Quasimodo) y la femme fatale: una actriz porno, como cabía esperar si la idea era evitar clichés. Todos personajes muy pasados de rosca.
—¿Cómo fue investigar el mundo del cine snuff? ¿Alguna película y/o libro te impresionó particularmente?
—Fue fuerte. Algunos creen que estoy mal de la cabeza y que nada me impresiona, pero lamento decir que no es tan así. No miento: hubo un momento en el que después de dejar la computadora para ir al baño tomé conciencia de que lo que había estado escribiendo me estaba produciendo náuseas. En cuanto a lo que vi, hubo varios videos muy repulsivos, tanto reales como producto de la ficción más extrema, pero el peor fue el que registró un asesino canadiense que trabajaba como actor de porno gay: apuñala a un sujeto, lo corta en pedazos, tiene sexo con el torso e invita al perro a degustar de los restos. Y si bien eso podría haber sido demasiado para mí, una de las primeras premisas que me impuse hace más de 15 años cuando empecé a escribir fue nunca retroceder ante el horror si ese horror se había puesto en mi camino como parte de un proceso creativo.
—¿Existen las películas snuff? ¿O es solamente un mito?
—Al día de hoy son “sólo” un mito, porque no existe ningún ejemplar de snuff en estado puro (hay mucha muerte filmada, pero nada como parte de una producción específica). Pero, como siempre digo, el hombre ha llevado a cabo a lo largo de la historia tanta cantidad de atrocidades y con tanta variedad, que habría que ser demasiado inocente como para creer que en el laberinto mundial nadie ha perpetrado, por encargo o para consumo personal, este tipo de crimen. Pensemos que existe la posibilidad de capturar imágenes en movimiento desde 1895, y que el hombre ha sido un animal violento desde su mismo origen.
—La novela funciona como un “estado de situación” del cine snuff. ¿Por qué pensás que este tema genera tanta atracción?
—Es completamente lógico, por más que una cierta corrección política imperante desde hace demasiado tiempo se esfuerce en negar la atracción que generan los extremos llamados sexo (equivalente a acto creador, a vida, pero también al placer más significativo) y muerte. La satisfacción más básica y primitiva del ser humano, lo aceptemos o no, gravita en torno a la concreción de los placeres sexuales y a la supresión metafórica o física del prójimo cuando ese prójimo estorba de alguna manera nuestros intereses. Y si bien es más usual que la concreción de esa satisfacción se limite al terreno sexual sin daños a terceros, es a través del snuff que la aberración se haría realidad a través de una de las varias y posibles concreciones duales de placer y asesinato: alguien encarga una muerte filmada para disfrutar de las imágenes como lo haría otro con un video de pornografía legal. Y todo ello, la mera representación mental de que tal leyenda pueda volverse realidad o ya lo haya hecho, genera una curiosidad y un morbo muy intensos.
—¿Cuáles fueron las repercusiones y/o devoluciones de los primeros lectores?
—La palabra que más he escuchado y leído hasta el presente es “dura”. Casi todos dicen que se trata de una novela dura, extrema. Pero también me agradó comprobar que pese a ser una historia que además está contada de manera ligeramente vanguardista (con Manuel Puig, John Dos Passos o James Joyce como mentores), resulta ser de lectura fácil, ágil y accesible incluso para aquellos que no son tan afectos a la lectura.
—¿Te la imaginás a Petit mort en el cine? ¿Qué director elegirías? ¿Cuáles serían los protagonistas?
—Sinceramente, no. Me perturba el mero hecho de imaginar reproducido en imágenes el final. Me resulta más sencillo imaginarla adaptada al cómic. Pero haré un esfuerzo (soñar es gratis): los directores que tendrían el coraje suficiente para encarar un proyecto así, aunque con muy disímiles estilos, supongo que serían realizadores de la talla de Fred Vogel, Gaspar Noe, Adrián García Bogliano o Carlos Atanes. Respecto de los protagonistas... un Willem Dafoe vendría bien para el papel del vendedor de pornografía. Por otro lado, me gustaría verlo volver a actuar a David Cronenberg como el comprador (no pido nada, ¿no?). Dominic Purcell (Prison Break) podría ser Marcos, el actor porno; Vincent Cassel el director; y el papel de Bettie sería para alguna actriz porno real o bien para mi admirada Asia Argento. Creo que los motivos de cada elección están a la vista.
LA NOVELA NEGRA EN LA ACTUALIDAD

—¿Cómo vez la movida actual de la novela negra?
—Probablemente pueda hablarse de un boom. Pero como todo boom, se corre el riesgo de incurrir en la repetición y la redundancia, por lo cual es bueno ver cómo se ha abierto, al menos en nuestro país, un abanico de autores que no le teme a nada y amplía los horizontes de un género que no ha dejado de ser fértil para narrar lo más oscuro de la existencia humana.
—¿Qué significó recibir el apoyo del Buenos Aires Negra BAN! al obtener el 2º puesto del Concurso Extremo Negro?
Petite mort fue, junto con otras siete novelas, finalista del Concurso que Extremo Negro y BAN! organizaron para el 2013, y esa fue la puerta que le permitió a ella dejar de ser un archivo en mi computadora y a mí dejar de ser un escritor ermitaño. Y atrás del anuncio vino la invitación de Ernesto Mallo para la edición 2013 de BAN!, para integrar una mesa sobre los límites de la pornografía frente al crimen. Una muy grata experiencia, en la cual conocí a mucha gente. Siempre estaré más que agradecido por la invitación y por lo bien que fui tratado por todo el staff del festival.
—¿Qué lugar ocupa la literatura en tu vida?
—Un lugar demasiado grande. Podría dividir mis intereses artísticos en tres áreas: la literatura, la música y el cine. Pero si a eso le sumamos que además produzco material literario, de alguna manera mi interés por las dos últimas siempre termina resintiéndose. Encuentro en la literatura la forma más perfecta de expresión artística.
—¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto? ¿Podemos saber de qué se trata?
—Estoy trabajando en una historia real bastante aterradora. No será non-fiction ni novela histórica, pero la idea es retratar el devenir de la secta originalmente norteamericana llamada Los Niños de Dios. 

 EL JUEGO DE GERALD: UNA LECCIÓN DE NARRATIVA. —¿Recomendás algún libro y/o película de Stephen King? —Eso es muuuuy difícil. Me voy a limitar a recomendar en primer lugar la novela llamada El juego de Gerald, que es toda una lección de narrativa. Y en lo que respecta a las adaptaciones cinematográficas, Cementerio de animales es mi favorita. Y el libro que adapta también. Supongo que es lo primero que le daría a leer a alguien que me consultara respecto de la obra del maestro sin haberlo leído antes.

ASÍ ESCRIBE
Fragmento del capítulo “El vendedor”, de la novela Petit mort (Extremo Negro, 2013).

—Es evidente que a vos te debe alegrar la idea de que yo me muera, y que además te debés preguntar para qué quiero ahora la película snuff. Bueno, pues te voy a mostrar cómo funciona mi máquina, para que puedas entender todo.
Y pasó a explicarme. En la semana siguiente, es decir, el día de su cumpleaños (no especificó qué día), dijo que iba a agasajarse muriendo en ese artefacto mientras disfrutaba de la película snuff que supuestamente yo le iba a conseguir.
Completamente desnudo, y luego de esperar que una pastilla de Viagra hiciera efecto, lo primero que iba a hacer era ponerse la polera de caucho metiendo la cabeza en la pecera (o “escafandra”, como la llamó él) y colocaría su pene en el anillo ubicado en forma paralela al cuerpo. Tendría que pasar también su escroto a través del otro anillo, primero un testículo, luego el otro. Después ubicaría los brazos y las piernas en esos tubos que mencioné. Cerca del tubo de la mano derecha había una palanca con botones desde donde controlaría las funciones de la máquina.
Con solo apoyar los antebrazos y las pantorrillas en las bisagras presionaría los dispositivos que iban a cerrar para siempre las mitades de los tubos. Después de eso, solo alguien con una soldadora podría abrirlos. Y con uno de los botones de la palanca se iniciaría entonces la actividad de la máquina.
La película sería emitida por la pantalla gigante, comandada por los matones desde una sala de control. Iban a monitorear toda la operación, y dispondrían el rebobinado o el adelantamiento del film conforme la duración que finalmente tuviera y las instrucciones que previamente su jefe les diese.
Lo primero que la máquina realizaría sería una inyección de adrenalina en el hombro derecho de quien preferiría llamar “mi extorsionador”, mientras por sus respectivos conductos los anillos de plástico blando se llenarían de agua caliente y comenzarían a moverse: el del pene hacia atrás y hacia adelante, con variaciones hacia arriba, y el otro tirando los testículos hacia abajo y volviéndolos a su posición original alternativamente. Aparentemente, la adrenalina, según dijo, dilataría sus pupilas para tener una mejor visión de la película y le aceleraría los latidos del corazón.
Ya en movimiento la maquinaria, lo siguiente que activaría era el aspirador, que lenta y gradualmente quitaría el aire de la escafandra, mientras el traje de caucho impediría que nuevo aire ingresase. El aspirador era el único dispositivo del engranaje que podría ser detenido y vuelto a encender a voluntad, y el encargado de llevar a la muerte a mi amigo, junto con el grand finale inevitable, claro está.
Mientras mirara la hipotética película, dos minutos luego de que comenzaran a trabajar los anillos se accionaría automáticamente el vibrador lleno de tachas. Primero el frasco con alcohol de la derecha (era alcohol lo que había adentro) se iría a volcar sobre el pene de goma, empapándolo, y acto seguido la botella con arena. Untado de alcohol y arena, el vibrador entraría en su culo, moviéndose. Su velocidad no sería regulable, y tampoco podría ser detenido hasta la destrucción de la máquina. Que tendría lugar, parcialmente al menos, cuando veintidós minutos después de que los anillos se accionasen y veinte después de que el culo del enfermo empezara a ser penetrado la ducha se encendiera y bañase todo en kerosene. Todo: engranajes, cables, caños, escafandra, anillos, armazón y, por supuesto, a mi querido Fabián. Una vez agotado el combustible, un interruptor ubicado en la base del armazón se accionaría generando una pequeña llama de bencina que incendiaría la máquina y quemaría vivo a mi cliente, si la lujuria no lo hubiera llevado a morir asfixiado antes.
La única función de uso opcional que tenía la botonera de la palanca era la inyección en el muslo izquierdo. La jeringa contendría un potente calmante para el caso de que los dolores abdominales del enfermo comenzaran durante el proceso.
—¿Kafka? —le dije cuando terminó, tratando de no parecer impresionado y con la obvia intención de ponerlo molesto.
—¿Kafka? —me preguntó a su vez, y su cara tardó unos segundos hasta enfurecerse por mis sospechas de falta de originalidad. Entonces su sonrisa de autosuficiencia y de estar siempre un paso adelante del resto del mundo volvió a aparecer en su cara.
—Ah, entiendo… Pero no, no. En absoluto. Si te preguntás si me inspiré en el cuento ese, “En la colonia penitenciaria”, no, no me inspiré en esa obra, para nada. En primer lugar, yo no soy culpable de nada, por lo tanto esto no va a ser un castigo o flagelación. Esto es placer.
Realmente no parecía alguien particularmente libidinoso como para creerlo un obseso por el sexo, pese a la anécdota de las nenas esas de Bangkok.
—Todavía no puedo creer que alguien se caliente con algo así, y mucho menos que pueda masturbarse adentro de un armazón —se me ocurrió decir.
—Hummm. Je —contestó, siempre con su canchereo fonético—. “La belleza será revulsiva o no será”. André Gide. Un surrealista. Sabés lo que es eso, ¿no?
Pensé en contestarle que el porno, sea como sea, tenga los defectos que se le atribuyen, termina, si se lo consume en su integralidad, por darle a uno una idea más o menos general de todas las ramas y disciplinas del arte. Pero me quedé callado una vez más.
—Soy un tipo sofisticado, Eduardo —dijo entonces—, metételo en la cabeza. ¿Vos sabés cuándo fue la primera vez que recuerdo haber tenido una erección?
Y tuve la mala idea de contestarle y entrar en su juego.
—¿Cuando se probó la ropa interior de su madre?