“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Un montón de espejos rotos

Reseña de Los fantasmas siempre tienen hambre, de José María Marcos, publicada en Revista Alrededores, el viernes 14 de junio de 2013. Escribe: Por Juliano Ortiz (@julianopositivo)

“Wolgang se volvió completamente loco y murió más tarde en un manicomio”, es el fin del cuento que más me asombró a los nueve años de edad. La obra fue escrita por un tal Washington Irving y se llamaba “La dama del cuello del terciopelo”. Me acuerdo del horror y del gusto que, desde ese momento, tomé por el género que luego me acercó a Robert Bloch, May Sinclair, Edgard Allan Poe, Conan Doyle, H.P. Lovecraft, Ambroise Bierce y tantos otros.
Tómese en cuenta como comienzo esta reseña: con recuerdos. “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, dijo Jorge Luis Borges, y allí está el punto central de los cuentos que invaden el libro de José María Marcos. La memoria del hijo que es torturado por su padre, o la del protagonista que escucha la voz de Isidro, o la tierna y demencial evocación de Matías en “La muerte de Rocky”.
En cada cuento existe ese componente humano que nos iguala y distingue. Y desde esa memoria de personajes sencillos y cotidianos, José María Marcos se vuelve un escritor arriesgado, partiendo como una flecha con precisa habilidad hacia el objetivo de todo buen narrador de terror, ese lugar donde habitan el asombro, el miedo, los secretos, las obsesiones. Aunque escribe sobre temas de actualidad, se vislumbra en su ritmo una frecuente e inequívoca valoración de los estilos de los grandes del género. Busca y se siente capaz al utilizar ambientes de cuentos clásicos, frases e ideas que robustecen los laberintos que construye. Espejos rotos decía Borges, espacios que se ocultan más cerca de la superficie de nuestra conciencia que otros, pequeñas crueldades que se intensifican a medida que avanzan las historias para terminar en un giro, o en una esperada oscuridad, que por esperada no deja de ser siniestra.
La literatura de José María Marcos es como mirar desde lo alto de una torre y de repente advertir que la escalera recién ascendida no solo ha desaparecido, sino también comprobar que nunca estuvo allí, esos juegos de las mejores pesadillas plasmadas en un cuento. No solo los fantasmas siempre tienen hambre, nosotros también, pero de leer su próximo libro.