“Mis historias hablan sobre
la resaca del capitalismo”
Por José María Marcos, especial para INSOMNIA, Nº 176, agosto de 2012
—¿Qué escritores reconocés entre
tus influencias? ¿Qué libros en particular? ¿En qué sentido te han marcado?
—En la
casa de mis padres, en Mercedes, hay una gran biblioteca. Empecé manoteando
libros con dibujitos. De chico leí a Salgari, Conrad, Conan Doyle. En la
adolescencia entró Fontanarrosa, Soriano, Morris West, Agatha Cristie, Horacio
Quiroga, Dickens, Cortázar, Nicolás Gogol, Dostoievsky y Kafka. Crimen y castigo y Metamorfosis me partieron al medio, creo que tenía quince años
cuando los leí. Las mil y una noches
están entre mis preferidos. Los libros de aventura me metieron la idea de
escribir con ritmo, con riqueza de imágenes, y en particular de Salgari, la
idea de estar en contra de los colonizadores. Los libros policiales sumaron lo
de contar con pistas, apelando a la inteligencia del lector. El humor y la
forma de narrar de Soriano y Fontanarrosa fueron modelo de mis primeros
escritos, quería ser como ellos, tenia
diecisiete años y escribía guiones en joda para radio y columnas de humor en un
periódico que teníamos con mi papá en mi ciudad. Cuando entré a la universidad
y me vine a Buenos Aires leí a Fogwill, Laiseca, Aira, Cohen, entré de lleno a
leer ciencia ficción. A este género lo conocí primero por boca de mis padres,
luego en la tele y cine. A los libros los empecé a leer pasados los veinte
años. Philip K. Dick, Bradbury y Ballard son mis guías. Pero como estudié tres
carreras, por diez años, la lectura de estudio le afanó mucho a la literaria. A
los treinta y uno, cuando mandé a la mierda mi vida de ejecutivo marketinero,
comencé una dieta de por lo menos dos libros por semana. Tracé un programa de
lectura (hoy vigente) que alterna clásicos con contemporáneos: Poe, Carroll,
Borges, Houllibecq, Thompson, Chandler, Carver, Pessoa, Kabawatta, Cheever,
Auster, Italo Calvino, Filloy, Felisberto Hernández, Rider Haggard, Mika
Wattari, Thomas Mann, Wilde. Pasados los treinta y cinco años empecé a leer a
escritores argentinos de mi generación, en muchos casos textos inéditos, los
escuchaba en ciclos de lecturas, en el taller de Laiseca y encuentros
literarios en casa (las Veladas Gallardas). Ellos me hicieron crecer mucho. También
debo decirte que en mi escritura hay mucha influencia de los cómics, series de
tele y cine.
—¿Qué problemáticas aparecen con
recurrencia en tus obras? ¿Cuáles son tus obsesiones y preocupaciones?
—En
primer lugar aparece un disparador, un personaje y una historia que da el
puntapié inicial. Mi salida con bronca del mundo del consumo masivo y mi
formación en económicas me llevó a hacer ficción sobre la resaca del
capitalismo. La ciencia ficción me sirvió para armar relatos y novelas de
anticipación sobre temas que no quiero abordar desde el ensayo. Puedo decir que
la manipulación y el colonialismo del hombre (sea por consumo de producto o por
ideología) me preocupa. También la ecología y las relaciones humanas. Creo que
si no paramos el mundo loco de consumo e individualista, nos vamos a la mierda.
—¿Qué lugar ocupa la literatura
en tu vida?
—Central.
Te lo comenté, no paro de leer. Ahora me enganché con el e-book para pescar
clásicos y a algún autor inédito. Cuando leo me sumerjo en la historia, la
vivo. En estos momentos estoy leyendo un libro de Santiago Gamboa que me lleva
por Colombia, Bangkok, Nueva Delhi y el cyber-mundo, siento estar allí.
—¿Cómo nacen tus historias?
¿Podés dar algún ejemplo?
—Acabo de
terminar una novela negra, un policial. El disparador fue una nena que lloró
durante un vuelo que hice en enero de este año. Desde Fiumicino a Barajas la
nenita no paró de llorar. Para pasar ese mal trago, me fui imaginando
operaciones sobre la nena para silenciarla. Empecé a contar la historia a
amigos, escribí un relato. En mi cabeza empezaron a aparecer personajes,
acciones derivadas de la del relato original y me interné 45 días a escribir eso que fluía como
una película, adentro de mi cabeza. Salió una novela. Por suerte la pude
escribir.
—¿Por qué te interesa la ciencia
ficción como campo de expresión?
—Mi
reencuentro definitivo con el género fue en los últimos diez años. Me alucina
el terreno especulativo sobre la sociedad futura, donde siempre se habla de lo
que nos pasa ahora. En particular me atrae mucho más la ciencia ficción
cercana, o sea, pensar en los próximos diez a treinta años, tal vez, porque son
los que espero llegar a ver. Me gustaría saber si, además de entretener, algo
de lo que escribo despierta conciencia y si se suma a alguna corriente de
cambio social. Especulo con la idea de que el mundo está en cambio y se viene
una corriente grande que quiere destituir el paradigma de simplicidad (a lo
ganado de corral) que rige mayoritariamente a la sociedad global. Apuesto por
lo complejo y asumo los riesgos de esa apuesta.
—¿Qué pensás que le puede aportar
un argentino a la ciencia ficción?
—Estoy
leyendo cosas muy buenas. Las recomiendo ver en Axxón, Cuasar, Próxima y en cuanta revista de papel y
digital haya. Hay muy buenos escritores. Podrás ver la influencia de la Dictadura y el post
2001, como dos hitos dolorosos de nuestra historia reciente, trabajados en
escenarios futuros. Lo que valoro es la calidad literaria y la originalidad.
Estos aspectos pueden verse en toda la literatura latinoamericana y me aventuro
a predecir que en los próximos meses empezaremos a encontrarla en nuestros
amigos españoles. La crisis, instalada en el mundo, va a acelerar los procesos
especulativos sobre la sociedad donde vivir y donde no vivir. La literatura
será un caldo de cultivo del nuevo ciclo.
A los 13
años me anoté a pelear en la
Guerra de Malvinas. Se alistaban civiles y fui. Nunca me
llamaron. Por suerte. Se me ocurrió pensar un personaje que se queda con las
ganas de su Segunda Guerra de Malvinas, contra los piratas ingleses. Ahí nació
Masi, una especie de Rambo criollo.
—¿Por qué los animales tienen
tanta importancia en la trama?
—Me
gustan los animales, no soy zoofílico, me gustan como amigos y sobre todo,
porque veo en el reino animal y vegetal una coordinación ecológica que los
humanos no tenemos. Mi padre solía decir que los hombres venimos de otro
planeta, somos los únicos que vamos a contra pelo de la Tierra. En la novela,
humanizo a los animales, los doto de poderes fantásticos. Quién te dice si al
final, ellos son los que nos salvan de hacer más cagadas.
—2022. La guerra del gallo se
ha transformado en una obra de teatro. ¿Qué sentís al ver a Masi de carne y
hueso?
—Estoy
alucinado. Mauro Yakimuk (periodista y director) había leído la novela y me
contactó. Tuvimos una reunión con él y el actor (Martín Amuy) que Mauro vio
para Masi. Después de esa reunión, me puse a escribir la obra. Es un
unipersonal, tuve que meterme en la voz de Masi, a diferencia de la novela que
está contada en tercera persona. La experiencia me dejó muy contento, con ganas
de seguir escribiendo para teatro y, sobre todo, me gustaría incursionar en el
cine.
—¿Te la imaginás en el cine? ¿Qué
director elegirías? ¿Y por qué?
—Sí.
Sería una peli que pasaría por una Buenos Aires pasada y futura, un cruce por
el Atlántico, el desierto del Sahara, la entrada a Francia y posterior viaje a
Gibraltar. Tendría mucha riqueza de imágenes, humor y efectos especiales. No
sé, tal vez Lucrecia Martel podría ser una directora para esta película. Ella
es genial y podría tocar el género con maestría. Otro director que veo es a
Alejandro Millán Pastori, él hizo el corto de Masi, el que puede verse en youtube.
Mirá, se me ocurre que, tal vez, juntándolos...
—¿Qué significó haber quedado
finalista del Premio Celsius 2012 en la Semana Negra de Gijón 2012? Contamos un poco de
tu paso por este festival.
—Hay dos
instancias. La primera es la del premio y la invitación a participar del
Festival. El premio me puso de golpe y porrazo en un escaparate que no
esperaba: estar entre las cuatro mejores novelas del género en castellano del
2011. Muchos lectores aparecieron en la vida de La Guerra del Gallo, eso es lo
que más me importa. La participación en el Festival me puso durante diez días
adentro de una experiencia literaria que, en esta edición, cumplió 25 años. Desayunas,
almorzás, cenás y esperás la salida del sol hablando de literatura y de la vida
con escritores consagrados y periodistas del mundo hispano parlante. Salirte
del día a día y meterte en ese universo donde los organizadores bien cuidan de
que todos estemos en el mismo plano (se fomenta unir y no marcar diferencias
entre autores) es único. Estoy recién llegado, todavía no terminé de procesar
mucho de lo que pasó, creo que necesitaré días para leer todo lo que traje y
decantar todo lo que escuché. La segunda instancia es la del contacto con el
público. Por el festival pasan cientos de miles de personas. Los invitados
andamos con un cartelito colgado y la gente te para que le cuentes qué
escribís. Durante la presentación de mi novela, en una de las carpas montadas
(y a las que no se les cerraban puertas ni paredes para favorecer la
circulación), miraba al público, es impresionante la presencia popular de los
asistentes. Allí manda eso, nada de elitismo.
—¿Podés adelantarnos algún
proyecto?
—Como te
conté, acabo de terminar una novela policial, tiene mucho de humor, acción y
mirada crítica al momento social en el que vivimos. Sucede durante cuatro días,
en Madrid. Y no te digo más. Sobre lo que se viene, puedo anticiparte tres
antologías con relatos míos. Uno de ellos es 12 Rounds, antologado por Juan Marcos Almada y Mariana Kosodij (Ediciones
Lea). En agosto, sale una antología de Interzona coordinada por Elsa Drucaroff.
Y sobre noviembre ganará las calles un libro de relatos sobre zombis. (Dejo el
misterio para que no me los maten a los zombis; ellos gustan de sorprenderte en
casita, cuando menos lo esperás).
ASÍ ESCRIBE: Fragmento de la novela 2012. La guerra del gallo
Masi navegaba por el Canal de la Mancha. Era el jefe de un grupo de soldados, apelotonados y en tensión, que no quitaban los ojos de sus fusiles. Montado en la proa, cortaba la espesa bruma. El frío no mellaba el metal temerario con el que había sido forjado. El corazón le latía cada vez más fuerte y, rebosante de adrenalina, oteaba el horizonte con su mirada de cóndor, en busca de rastros de contienda. Y a punto estaba de divisar las costas de Normandía, cuando los padres irrumpieron en la escena tras un manto de neblinas:
—¡Estamos
en guerra!
Masi
mordió los párpados e intentó no engancharse con la aparición inesperada; dudó
si no se trataría de una insolente representación onírica que traía al set de
acción a sus progenitores (una especia de superposición de películas).
—Querido
¿escuchaste? Decí algo ¡Recuperamos las Malvinas! ¡Es un día histórico!—abrió
los ojos y se encontró con un primer plano de papá aferrado a la bandera celeste y blanca (la
insignia de balcón estrenada cuando Argentina obtuvo el
Mundial ‘78 y reestrenada luego de ganar el Juvenil de fútbol en Japón, al año
siguiente).
Masi, con
los ojos lagañosos, todavía conmocionado por el shock, se preguntó por qué
siempre se le cortaba ese sueño en el momento en que estaba por desembarcar en
las costas enemigas. Sin abandonar la trinchera tibia de las frazadas, observó
como el papá ajustaba la bandera Argentina a las rejas que daban a la avenida. Terminó de
despertarse cuando la mamá le partió las lagañas al encandilarlo con dos soles
en lugar de ojos.
—Hijito,
esto no lo vas a olvidar nunca, la historia va a hablar de esta gesta. Este dos
de abril te marcará para toda la vida.
Las
madres, con esas observaciones tan agudas, a veces no mensuran los efectos de
sus dichos en la posteridad. Masi cazó al vuelo cual sería la consigna rectora
de su vida e hizo pólvora de su destino: tiempos de lucha por defender el
territorio en su expansión.
MÁS INFORMACIÓN: www.juanguinot.blogspot.com