“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

La soledad de Clara

El expediente Glasser, de Violeta Balián (Dunken, 2012, 134 páginas). Por José María Marcos para La Palabra de Ezeiza

Cuando la enfermera Clara Glasser se ve enredada involuntariamente como testigo de un aparente “asesinato perfecto”, su ordenada vida comienza a resquebrajarse y descubre que nada es lo que parece. De fondo está Vicente López y corre el año 1971, en medio de una aparente calma social que pronto se romperá en Argentina y en el mundo.
Mezcla de thriller moroso, pequeño manual de ufología, alegoría de una década cargada de violencia y recuerdos de inmigrantes, esta primera novela de Balián cuenta cómo Clara Glasser pasa de ser un personaje secundario en un tejido deslucido a transformarse en una pieza necesaria dentro de una batalla universal.
Tras la muerte de una paciente (Mercedes, “la esposa del brigadier Latorre”), la enfermera es contactada por dos extraños hermanos, Alcides y Asima, quienes en apacibles charlas de bar comienzan a revelarle los pormenores de una conspiración de alcances inauditos.
En estas “mini-conferencias de café”, los hermanos dicen cosas como: “Ya hay más de diez mil EBEs, o sea ‘entidades biológicas exoterrenales’ viviendo cómodamente entre terrícolas como ‘agentes ocultos’, infiltrados en organizaciones secretas o en instituciones mundiales muy conocidas. Sin ir más lejos, el cajero de su banco o el carnicero, por ejemplo”. O también: “Vivimos tiempos inciertos, difíciles. Se está iniciando una contienda a nivel cósmico. Los enemigos intentan apoderarse no sólo del planeta, sino también del espíritu que se aloja en el ser humano, y este, con su extraordinaria falta de valores, de ética, continúa bloqueando su propio camino a la integración cósmica. Al no superar esta situación, es decir al creer que lo que hace es normal, se sabotea a sí mismo y acentúa su vulnerabilidad”.
Clara escucha, algunas veces, con fascinación, y otras, con escepticismo, sin terminar nunca de creer lo que le están diciendo, pero las disquisiciones de Alcides y Asima le resultan entretenidas, como cuando va al cine a ver una película, y desea confiar.
En medio de la iniciación, Clara consulta al pastor luterano Enrique Gotthauser. Este le reconoce que también cree en la posible existencia de otros seres y comenta “pistas” detectadas en la Biblia, pero le pide que “el tema de nuestra charla, por favor, quede entre nosotros, que no salga de estas paredes”. “Lo único que me falta es que se rumoree por ahí que el pastor Gotthauser cree en extraterrestres. Unos siglos atrás me hubieran puesto la pira, por hereje. ¿Me entiende?”.
La enfermera trata de mantener las apariencias en su vida matrimonial, pero lo que se ha puesto en marcha no podrá detenerse, y cuando los anuncios toman un cariz dramático, Clara comprende que sus hijos ya han crecido, que su marido ya no le despierta ninguna pasión y que ella misma ocupa un lugar que ha desaparecido. Su vida se ha extinguido y ya no hay un sitio donde retroceder.
Lo que hace posible El expediente Glasser no es la carga simbólica que tienen las revelaciones ni las teorías que sustentan la posible existencia de extraterrestres, sino la maestría con que Violeta Balián logra captar la soledad de Clara Glasser, la soledad que la lleva a confiar en las extravagantes ideas de dos desconocidos, la soledad de aquel que una mañana descubre que todo su entorno —marido, hijos, familiares y amigos— se ha transformado en el decorado de una casa vacía.

PARA SABER MÁS: El expediente Glasser