El expediente Glasser,
de Violeta Balián (Dunken, 2012, 134 páginas). Por José María Marcos para
La Palabra de Ezeiza
Cuando la
enfermera Clara Glasser se ve enredada involuntariamente como
testigo de un aparente “asesinato perfecto”, su ordenada vida comienza a
resquebrajarse y descubre que nada es lo que parece. De fondo está Vicente
López y corre el año 1971, en medio de una aparente calma social que pronto se
romperá en Argentina y en el mundo.
Mezcla de thriller moroso, pequeño manual de ufología,
alegoría de una década cargada de violencia y recuerdos de inmigrantes, esta
primera novela de Balián cuenta cómo Clara Glasser pasa de ser un personaje
secundario en un tejido deslucido a transformarse en una pieza necesaria dentro
de una batalla universal.
Tras la muerte de una paciente (Mercedes, “la esposa del brigadier
Latorre”), la enfermera es contactada por dos extraños hermanos, Alcides y
Asima, quienes en apacibles charlas de bar comienzan a revelarle los pormenores
de una conspiración de alcances inauditos.
En estas “mini-conferencias de café”, los hermanos dicen
cosas como: “Ya hay más de diez mil EBEs, o sea ‘entidades biológicas
exoterrenales’ viviendo cómodamente entre terrícolas como ‘agentes ocultos’,
infiltrados en organizaciones secretas o en instituciones mundiales muy
conocidas. Sin ir más lejos, el cajero de su banco o el carnicero, por
ejemplo”. O también: “Vivimos tiempos inciertos, difíciles. Se está iniciando
una contienda a nivel cósmico. Los enemigos intentan apoderarse no sólo del
planeta, sino también del espíritu que se aloja en el ser humano, y este, con
su extraordinaria falta de valores, de ética, continúa bloqueando su propio
camino a la
integración cósmica. Al no superar esta situación, es decir al creer que lo que
hace es normal, se sabotea a sí mismo y acentúa su vulnerabilidad”.
Clara escucha, algunas veces, con fascinación, y otras, con
escepticismo, sin terminar nunca de creer lo que le están diciendo, pero las disquisiciones
de Alcides y Asima le resultan entretenidas, como cuando va al cine a ver una
película, y desea confiar.
En medio de la iniciación, Clara consulta al pastor luterano
Enrique Gotthauser. Este le reconoce que también cree en la posible existencia
de otros seres y comenta “pistas” detectadas en la Biblia, pero le pide que “el
tema de nuestra charla, por favor, quede entre nosotros, que no salga de estas
paredes”. “Lo único que me falta es
que se rumoree por ahí que el pastor Gotthauser cree en
extraterrestres. Unos siglos atrás me hubieran puesto la pira, por hereje. ¿Me
entiende?”.
La enfermera trata de mantener las apariencias en su vida
matrimonial, pero lo que se ha puesto en marcha no podrá detenerse, y cuando
los anuncios toman un cariz dramático, Clara comprende que sus hijos ya han
crecido, que su marido ya no le despierta ninguna pasión y que ella misma ocupa
un lugar que ha desaparecido. Su vida se ha extinguido y ya no hay un sitio donde
retroceder.
Lo que hace posible El
expediente Glasser no es la carga simbólica que tienen las revelaciones ni
las teorías que sustentan la posible existencia de extraterrestres, sino la maestría
con que Violeta Balián logra captar la soledad de Clara Glasser, la soledad
que la lleva a
confiar en las extravagantes ideas de dos desconocidos, la soledad de aquel que una mañana descubre que
todo su entorno —marido, hijos, familiares y amigos— se ha transformado en el
decorado de una casa vacía.
PARA SABER MÁS: El expediente Glasser
PARA SABER MÁS: El expediente Glasser