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Daniel Roncoli | El aparador de Zulema


Daniel Roncoli presentó El aparador de Zulema (Planeta, 2024) en la Sala Augusto Raúl Cortazar de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, el jueves 17 de octubre de 2024. Junto a Horacio Convertini, tuve ocasión de conversar con el autor y comentar aspectos de la novela. Hubo música a cargo de Juan Fracchi y Leo Mennitto, quienes presentaron un set instrumental y acompañaron a Fabiana Banegas y al propio Daniel Roncoli, quien, además, estuvo firmando ejemplares en el cierre. Comparto en este blog fotos de Raquel Buela, mis palabras a El aparador de Zulema y la cobertura de Infocañuelas.


Palabras de José María Marcos en la presentación de El aparador de Zulema en Sala Augusto Raúl Cortazar, Biblioteca Nacional Mariano Moreno, jueves 17 de octubre de 2024.

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Buenas tardes a todo el auditorio. Es una alegría poder acompañar el lanzamiento de la novela El aparador de Zulema, el nuevo libro de Daniel Roncoli, escritor, periodista, actor, narrador, un creador admirable, en un lugar tan emblemático como la Biblioteca Nacional. Es también un honor estar junto al escritor Horacio Convertini, los músicos Juan Fracchi y Leo Mennitto y una gran cantidad de lectores y lectoras, muchos de la ciudad de Cañuelas.

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El aparador de Zulema es un libro compuesto por una enorme cantidad de relatos que Daniel, con osadía y maestría, hilvana para nuestro deleite, como si fuera un malabarista, un mago, un Diego, un Messi. 
Es una novela donde —si uno quisiera llevarla a la mínima expresión (lo cual es injusto, porque es mucho más que eso)— Daniel busca recuperar la mitología de la manzana 61 de la ciudad de Cañuelas, limitada por las calles San Martín, Libertad, Belgrano y Rivadavia.
En esa manzana que el autor nos invita a saborear para alcanzar la sabiduría, habría existido un preparado que los vecinos y las vecinas llamaban la fórmula de la felicidad y que iba pasando de casa en casa, para que cada hogar consiga la dicha.
Este disparador le permitió al autor unir anécdotas de muy diversa índole, donde entra de todo: el drama, la comedia, el romance, sucesos costumbristas, la música, el cine, algún caso policial, las hazañas deportivas, digresiones, bolazos, ocurrencias, reflexiones, infinidad de cosas.

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Dada esta característica, es un libro que nos invita a pensar en nuestras biografías, y me animaría a decir que es “una novela abierta”, donde tanto autor como lectores podríamos seguir escribiendo, soñando, recreando nuestro pasado.
Por eso, a esta tarde, se me ocurrió traer un hecho personal vinculado con Daniel. Pido al auditorio la indulgencia ante la autorreferencia, pero creo que se trata de un episodio que habla del autor y también está conectado con su nueva novela.

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La historia es la siguiente:
Empecé en el periodismo en 1991, en el semanario La Palabra de Cañuelas.
La redacción estaba ubicada en Rivadavia al 500, a media cuadra de la manzana 61 de la que habla Daniel.
Tenía alguna idea de Daniel Roncoli porque yo era lector de la revista El Gráfico y él era una de sus firmas. 
Empecé como cronista deportivo y una de mis principales actividades era seguir la campaña del Club Cañuelas, que estaba en la “D”.
Cada vez que iba a la cancha o hablaba con algún dirigente (Julio Del Valle, por ejemplo), no faltaba la referencia a Daniel Roncoli, el escritor cañuelense, fanático del club, que ahora jugaba en las ligas mayores. 
Era un mito para quienes empezábamos a cubrir los partidos de Cañuelas, tanto de visitante como de local en el Cajón de Del Carmen y Matheu, hoy reemplazado por el nuevo estadio.
Los primeros partidos que cubrí eran muy flojos, pero, para la temporada 1993/1994, Cañuelas armó un equipazo y empezó a disputar el ascenso.
En aquellos días, AFA había establecido que hubiese un Torneo Apertura y un Torneo Clausura, y que los ganadores de cada etapa se enfrentaran (en dos partidos: ida y vuelta) para definir el campeón de la temporada, que a su vez lograba el ascenso a la C.
Según la nueva disposición, los ganadores del Apertura y el Clausura no eran declarados “campeones”. O sea que no se sumaba un trofeo hasta ganar la finalísima. Había también un ascenso, que se disputaba a través de un torneo reducido.
En el Apertura el Tambero quedó segundo, a un punto de Puerto Nuevo. En el Clausura salió primero y Puerto Nuevo quedó cuarto. En la sumatoria de puntos de ambos certámenes (en la tabla general), Cañuelas estaba primero con 48 puntos y Puerto Nuevo con 44. 
En los términos de los anteriores torneos, Cañuelas hubiera sido campeón de punta a punta. Aquí, en cambio, debía jugar con Puerto Nuevo para alcanzar la gloria.

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Cañuelas era, sin duda, el mejor equipo de la temporada. Tenía grandes jugadores en las tres líneas, un goleador (Luchetti) que en varios partidos había metido cinco goles en una misma tarde.
El cotejo de ida con Puerto Nuevo se jugó en la cancha de Villa Dálmine. Empatamos 1-1, en un partido reñido, y nadie dudó del éxito que se avecinaba. A tal punto nos sentíamos campeones que el director de La Palabra de Cañuelas me avisó que habían vendido una gran cantidad de avisos para un suplemento que iba a salir después de la segunda final y que había que escribirlo, anticipadamente, como si Cañuelas ya hubiera ganado.
La labor periodística me tocó a mí. A las apuradas armé las estadísticas, las apostillas y otra serie de artículos, dejando abierta la cobertura del último encuentro.
La frutilla del postre del suplemento era —nos anunció el director de la publicación— una nota de Daniel Roncoli, donde reflexionaba sobre lo que significaba ser hincha y celebraba el ascenso.
Me acuerdo cuando el director Omar Blasco nos reunió en la redacción de la calle Rivadavia y nos mostró unos papeles, que habían llegado por fax (desde quién sabe dónde) y que eran las palabras de Daniel. Blasco se puso a leerlas en voz alta, y al final del relato, todos aplaudimos. Casi salimos a dar la vuelta olímpica de la emoción. 
Pero, bueno, faltaba un detalle: jugar y ganar.
Toda la temporada había ido solo a la cancha. En la final, éramos cinco representantes de La Palabra de Cañuelas. Nadie quería perderse ese día histórico.
El partido de vuelta se jugó en el estadio de Laferrere. Fue un día con lluvias intermitentes, la cancha estaba en mal estado, pero no tanto como para suspenderse.
No voy a decir como hincha del Tambero que la culpa la tuvo el mal tiempo, pero, a ciencia cierta, ese día el equipo del Aceituna González (DT) jugó uno de sus peores partidos y perdió 4-1. Una catástrofe.
Chau, ascenso. Chau, suplemento. Chau, avisos. Stop para la nota de Daniel.

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Después de aquella derrota se jugó el reducido para el segundo ascenso. 
Cañuelas llegó a la final con Riestra, que había quedado tercero en la general. Empezamos a resucitar el suplemento, hablamos otra vez con los anunciantes, de nuevo la nota de Daniel volvió a estar entre nosotros... y al final... luego de dos partidos... ida y vuelta... ocurrió una nueva calamidad: ganó Deportivo Riestra.
En resumidas cuentas, Cañuelas, siendo el mejor equipo de la temporada, no fue declarado oficialmente campeón ni logró el ansiado ascenso. La nota de Daniel quedó en algún estante y muchas veces me he preguntado dónde habrá ido a parar.

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Entre aquellos días y el presente ocurrieron muchas cosas. Daniel publicó unos cuantos libros y fue presidente del Club Cañuelas. La entidad logró cinco títulos y ahora está en Primera B.
Sin embargo, la historia del Clausura 1994 no estaba del todo clausurada. Tuvo un nuevo episodio y, por este motivo, quise compartirla con ustedes.
Daniel es un hombre persistente, un artista que sabe vivir con lo imposible, y en 2021 junto a Javier Morales armaron el Departamento de Reivindicación Histórica del Club Cañuelas.
Con el aval de la entidad, presentaron ante la AFA el pedido formal para que el Torneo Clausura de 1994 fuera considerado un título oficial, para grabar así la sexta estrella en la camiseta.
La AFA recibió el pedido y, tras analizarlo, en 2022 le otorgó a Cañuelas el reconocimiento, ¡28 años después!
¡Qué más decir de Roncoli, un hombre persistente, un escritor aguerrido e inspirado, que con su oratoria logró un campeonato para su querido Club Cañuelas! 
¡¡Imposible no leerlo con semejante pergamino!! ¿No es cierto, Horacio? ¿Qué dicen los futboleros y las futboleras de la sala?

Ojalá disfruten de El aparador de Zulema.
Por mi parte, seguiré buscando aquella nota escrita para un suplemento que nunca salió, que, para mí, contiene la fórmula de la felicidad. 


COBERTURA DE INFOCAÑUELAS | Daniel Roncoli llevó su “Macondo” a la Biblioteca Nacional | El escritor cañuelense presentó su primera novela de ficción, El aparador de Zulema, en la sala Augusto Cortázar. Texto y fotos:  Germán R. Hergenrether

Unas pocas semanas después de que Juan Manuel Rizzi presentara las poesías completas de Guillermo Etchebehere, las letras cañuelenses volvieron a copar el gran templo porteño de los libros con la presentación de El aparador de Zulema, primera novela de Daniel Roncoli.
La novela, editada por Planeta, se sitúa en la manzana Nro. 61 del ejido urbano de Cañuelas, limitada por las calles Libertad, Belgrano, Rivadavia y San Martín, el ámbito donde Roncoli nació y creció. En el boliche de su abuelo, que a principios del siglo pasado existió en la esquina que mira al Banco Provincia, se inventó una fórmula de la felicidad envasada en un frasco que circulaba de familia en familia a través de los pasillos y patios conexos.
Roncoli intenta develar el recorrido de esa fórmula de la dicha y en esa búsqueda hilvana infinidad de anécdotas, recuerdos, chismes, digresiones y disparates de toda laya, como cuando Zulema Noseda, harta de que su marido le manchara los manteles al cortar las sandías, revoleó una por la ventana con tanta mala suerte que rebotó en el patio y salió volando hacia la vereda para terminar dentro del carrito de un bebé.
José María Marcos, uno de los periodistas citado para escrutar el texto, señaló de manera muy atinada que el bolazo es el género literario rioplatense por excelencia. Precisamente la novela de Roncoli abunda en bolazos, ese relato exagerado tan típico de los boliches de antaño, que a partir de algún hilo verídico crece como una bola de nieve borrando la frontera de lo verosímil.
Marcos destaca que Roncoli, “con singular osadía y maestría, como si fuera un malabarista o un mago, un Messi o un Diego”, logra ensamblar ese mosaico de historias dispersas hasta conseguir “una novela abierta, que invita a pensar en nuestro propio pasado”.
Horacio Convertini, periodista y antiguo compañero de Roncoli en la redacción de editorial Atlántida, consideró que el universo que propone la manzana 61 se parece bastante al Macondo de Gabriel García Márquez, “con un barbero que te corta el pelo según el designio de los astros o un sastre que funda un cine y usa su talento en el corte y confección para alterar los finales de las películas según el gusto de los clientes”.
A lo largo de las 312 páginas de la novela, el lector —el de Cañuelas sobre todo— se encontrará con personajes cercanos en la memoria o en el afecto como Orlando Gargiulo, Oraldo Giatti, Lizardo Cáceres, Héctor Durante, Lucio García Ledesma, Oscar Hansen, Antonio Gatti, Godofredo Cariola, Heber Juárez Roldán, “El Vasco” Darburo y “Las chicas” de Salerno, entre muchos otros.
Al tomar la palabra, el autor agradeció la colaboración de Mónica Hanesman (editora de Planeta), Lucía Cornejo (diseño de tapa), Renata Cercelli (diseño interior), Paula Fernández Vidal (corrección), Mariano Buscaglia, Claudia Cortalezzi y Guillermo Otero. Fue el único momento solemne en un encuentro ameno y distendido, con la barra de Cañuelas ocupando las primeras butacas del auditorio Augusto Cortázar.
Leo Mennito (guitarra) y Juan Fracchi (contrabajo) aportaron el condimento musical con las bellas melodías de “Silbando” y “A San Telmo”. Sobre el final Roncoli se sumó al dúo exhibiendo su afición de cantor mientras que Fabiana Banegas cerró la velada con “Toda mi vida”.