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Casta Murana: lo nuevo de Enrique Medina

Con mi hermano Carlos escribimos el prólogo de la flamante novela de Enrique Medina, un autor fundamental de Argentina. Celebro la salida de Casta Murana (Galerna, 2018) y comparto el texto.

La mano que escribe la mano 
(O la arquitectura de lo imposible)

Por Carlos Marcos y José María Marcos 

El gran artista plástico holandés Maurits Cornelius Escher, muy bien llamado el “Señor de los Laberintos”, “Maestro de las Paradojas Visuales y la Arquitectura Imposible” o, simplemente, Escher, dibujó en 1948 una estampa titulada: Drawing Hands. 
Dibujando manos o Manos dibujando, según la traducción. Se la conoce además como La mano que dibuja la mano. Se trata de una extraña cinta de Moebius, es decir un continuum perpetuo, un loop infinito y circular pero con una interpretación donde entra en juego el tema de la creación artística. Una mano dibuja en un papel a otra mano que está dibujando a la primera mano.
Casta Murana se nos presenta de igual manera: paradojal, provocadora y circular. Enrique Medina echa a rodar un personaje que impulsa a otro personaje quien a su vez anima sus propios personajes. No contento con esto, el autor se asoma también en la voz de Fernando, un escritor que atiende la biblioteca pública, forzando una vuelta más a la espiral narrativa.
Nilda soporta su destino de verdulera en un pueblo perdido mientras escribe la vida de Casta Murana y sueña con un futuro literario. Casta vive rodeada por los estragos de la guerra, soportando los abusos de un bestia, acumulando hijos en un corral a la buena de Dios, mientras escribe la vida de Asunción Cesárea y otras pesadillas de la vida.
El autor escribe a Nilda, Nilda escribe a Casta, Casta escribe numerosos personajes, y así se crea un mundo que crea un mundo que crea un mundo que crea un mundo hasta lo incalculable. Medina concibe a Nilda, a Casta, y a Asunción, y al resto. Pero, ¿quién escribe a Enrique Medina? “¿Qué dios detrás de Dios?” es la pregunta de Jorge Luis Borges en el epígrafe que inicia el relato. El lector dirá.
La mención de Víctor Juan Guillot, un escritor olvidado y fuera del canon oficial, se articula en ciertos momentos de la trama, reflejando el compromiso de Enrique Medina con nuestro tiempo, al mantener intacta la curiosidad y no permitir que sus saberes se cristalicen. Que aparezca junto a Borges es toda una declaración.
Nilda, Casta y el resto de los personajes son portadores de las meditaciones más sombrías, de la crueldad, la vulgaridad, el abuso, la mediocridad, la violencia y la mezquindad. Así son los hombres, así son las mujeres, así es el género humano que no puede abstenerse de vivir mientras camina hacia su final. La inmovilidad se paga, avanzar se paga y batirse en retirada será mucho peor. La construcción de la novela es trabajosa y paciente, entreteje distintos niveles de acción y, por eso, tiene gran importancia el espíritu errabundo del autor y sus criaturas.
El autor hace actuar a sus personajes y a los personajes de sus personajes, tanto en un ambiente concreto como abstracto y hasta demencial. No hay subalternos: todos están hundidos en la geometría y el álgebra del autor como núcleo de la ficción.
Enrique Medina percibe el mundo, su mundo, nuestro mundo, como el fresco de un caos danzante, y al modo de Escher, compone un universo anárquico y visceral, donde a un mismo tiempo pueden verse el pecho y la espalda, la cara y la nuca, los pulmones y los pies, recordándonos que la extrañeza se encuentra en los cimientos de la realidad. Alcanza con observar atentos a nuestro alrededor y luego encontrar las palabras para nombrar el asombro que provoca la existencia, tal como hace Enrique Medina en Casta Murana, una novela que habla sobre la necesidad de imaginar otros mundos para intentar comprender el que nos toca vivir. +Info