“Escribir una
historia es estar conviviendo con ella todo el día”. Fernando Garriga tiene tres libros publicados y prepara un
cuarto para el año próximo. En diálogo con LA
PALABRA habló de sus inicios, los talleres literarios, su obra, los
proyectos en marcha y su admiración por Juan José Saer. “Yo no podría dar
consejos a la hora de escribir. Sólo uno: escribir. Escribir todo el tiempo, de
noche y de día, en invierno y en verano. Sólo vale la escritura que se escribe
a sí misma. Lo demás es artificio”, señaló.
Por José María Marcos - La Palabra de Ezeiza - Jueves 9 de noviembre de 2017
Por José María Marcos - La Palabra de Ezeiza - Jueves 9 de noviembre de 2017
Fernando Garriga, escritor, jardinero y paisajista. |
Habiendo estudiado Letras en la Universidad de Buenos Aires,
contó que para su formación fue clave haber concurrido a los talleres literarios
de Mónica Sifrim y Hugo Correa Luna: “Empecé a escribir con alguna intención
‘seria’, con alguna constancia ya de grande, y eso a pesar de que de chico ya
me inclinaba por la escritura. A los 45 años fui al taller de Mónica Sifrim.
Ella fue mi primera formadora que años más tarde se transformó en la editora de
Cumpleaños en la isla. Toda una experiencia de aprendizaje. Nunca antes había
ido a un taller literario y lo considero una parte esencial en la formación de
un escritor. Tanto Mónica como Hugo Correa Luna son dos personas absolutamente
generosas en su entrega. Es un trabajo de mucha responsabilidad hay que estar
muy preparado. Hay que tener un don. No es fácil lidiar con textos, saber ver
qué les falta y hacia dónde pueden dispararse. Mónica y Hugo me han enseñado
que siempre hay que ir un poco más allá de lo que uno puede llegar, traspasar
los propios límites. Yo no podría dar consejos a la hora de escribir, sólo uno:
escribir. Escribir todo el tiempo, de noche y de día, en invierno y en verano.
Sólo vale la escritura que se escribe a sí misma. Lo demás es artificio”.
ESCUELA PARA CIEGOS
—En 2013 publicaste
tu primer libro, Escuela para ciegos,
por Malas Palabras Buks. El cuento que da título al volumen podría ser tomado
como una reflexión sobre la escritura. ¿Qué significó en tu camino de
escritor?
—Además de darle el título a mi primer libro publicado, es
un cuento bisagra en mi historia. Y sí, también puede ser leído como una
reflexión sobre la escritura, ¿por qué no? Un tipo pierde los anteojos y puesto
en la obligación de leer ante un auditorio de niños ciegos, se ve en la
necesidad de improvisar una historia: termina acudiendo al lugar donde acudimos
muchos, su historia personal, su actualidad. De esa manera desgrana una
narración de un cinismo demasiado fuerte para esos chicos. Disfruta con la
molestia que provoca porque está molesto. Es un tipo ácido. Se sorprende, por
supuesto: la acidez corroe todas las cosas; por eso, la gente se protege de lo
ácido. Terminó quemándose.
—¿Qué tienen para
enseñarnos los ciegos?
—La ceguera y cualquier discapacidad que alguien pueda tener
nos pueden enseñar miles de cosas. De hecho la falta, la ausencia, es lo que a
veces se destaca sobre lo que está presente. Un ciego puede enseñarnos a ver,
su modo de percepción puede ser maravilloso ante la rústica mirada de aquellos
que gozamos, todos los días, con un sentido más y apenas usamos. La mirada, el
punto de vista, también puede ser ejercido por aquel que no puede ver.
—En 2015 fuiste
distinguido en el Premio José Luis de Tejeda 2015, que trajo consigo la
publicación de tu segundo libro, Continuidad
de la obra. ¿Qué significó este reconocimiento?
—Es un orgullo haber sido distinguido en un concurso
literario y más con la publicación de un libro de cuentos. Fue un estímulo.
Esperemos que vengan más.
EL DELTA DEL PARANÁ
—Tu nuevo libro, Cumpleaños en la isla (Cien Volando,
2016), se sitúa en El Tigre. ¿Cuál es tu relación con esa región?
—La novela se desarrolla en el Delta del Paraná, en aquello
que conocemos como El Tigre. Es un lugar maravilloso para mí. De chico viví en
Zona Norte. Me rateaba del colegio para ir a remar. Mis padres me creían en
clase y yo estaba en un bote por el Sarmiento llegando al Capitán. Fueron
momentos de soledad muy importantes. Lo selvático del Tigre, lo desenfrenado de
la naturaleza, las mañanas solitarias, brumosas y luminosas. En cualquier
momento puede suceder la inundación, sin aviso. El desborde. La hosquedad de
los isleños. La selva, los animales, el interior de las islas, inexplorado. ¡Me
encanta el Tigre! Qué más puedo decir.
—Cumpleaños en la isla comienza con un acápite de Juan José Saer de El limonero real: “Pero ahora que la
canoa verde atraviesa el río gris, el influjo de la muerte apenas si acaba de
comenzar”. ¿Cómo te llevás con el “influjo de la muerte”?
—Difícil hablar de la muerte, de su influjo. Todo lo que
podemos exhibir sobre ella es nuestra ignorancia. Estamos muriendo todo el
tiempo. Está a nuestro lado, es poderosa, cierta e incierta. Que la llamemos
inesperada sólo significa que nunca estamos preparados. También matamos,
nosotros. A animales. Destruimos ecosistemas enteros, gente. El humano es el
perfecto asesino y el perfecto psicópata que se declara a favor de la vida.
Matamos todo el tiempo al niño que llevamos dentro. Incluir a la muerte como
una posibilidad cotidiana, creo, hace que seamos más exactos, más sueltos en el
vivir. Hay que estar livianos. En el caso de Cumpleaños en la isla, se trata de
una muerte que a la vez es una llave que abre una serie de posibilidades a los
integrantes de una familia. La ausencia de esa madre permite a los que quedan,
asumir diferentes roles. Eso es la muerte: una probabilidad, un día nos llega y
es el cien por cien de lo que nos pasa.
—¿Por qué Juan José
Saer y El limonero real?
—Admiro a Saer. Lo admiro profundamente. Tiene una escritura
que se escribe a sí misma, que pone en pie de igualdad a la materia, al texto,
con lo narrado. El texto es lo importante, el camino. No importan tanto los
finales ni aquello que se cuenta. La belleza de su escritura me subyuga. Leo un
párrafo y me siento, en comparación, un eterno principiante. Sé que no es un
escritor fácil. Inaccesible para algunos. A mí me parece que sólo hay que
dejarse llevar por su música. De hecho pienso que estamos un poco mal
acostumbrados, que se nos ha impuesto la escuela de lo simple; aquella que dice
que menos es más, como si fuera una verdad revelada. Bueno, en el caso de Saer,
no. Menos no es más. La simpleza en sí es un valor, pero hay otros. Cada obra,
si es buena, genera sus propios universos, sus respiraciones internas. Eso es
lo grande de Saer. El acápite de El
limonero real fue elegido justamente porque es un libro que habla de una
ausencia también, de la muerte de un hijo. Además su atmósfera tiene que ver
con la atmósfera que hay en el Tigre.
LOS VÍNCULOS
FAMILIARES
—Tanto en Escuela para ciegos como en Cumpleaños en la isla son centrales los
vínculos entre padres e hijos. ¿Es uno de los temas que te movilizan a la hora
de la creación?
—Sí, es una buena lectura la pregunta. Resulta una temática
familiar a mi escritura. De hecho mi próximo libro, Lengua madre, cuya
publicación esperamos para marzo o abril de 2018, trata de la relación con mis
padres haciendo hincapié en el lenguaje. Habla de mí, de mis hermanas, de la
campaña al desierto, de la revolución libertadora de 1955, del golpe del 76 y
de mi infancia en esa dictadura siendo hijo de un marino militar. Padres e
hijos y el leguaje como posibilidad de evadir la ceguera de los que no quieren ver.
En ese caso las palabras son como llaves que abren puertas. A la luz y a la
oscuridad también.
—¿Qué otras problemáticas/tópicos te motivan?
—Me intereso en las pequeñas traiciones cotidianas, en la
bajeza y en la altura de los actos de los que son capaces los personajes más
pérfidos. Me intereso en la idiotez, en las tradiciones mínimas, en no
moralizar, en simplemente narrar; al fin
y al cabo, eso somos: narradores.
—Trabajás como jardinero y paisajista. ¿Qué le da esta
actividad a tu escritura literaria?
—Claro que mi trabajo de jardinero y paisajista está en mis
relatos. Tengo cuentos enteros escritos sobre el tema. Una novela incluso, no
editada. Trabajo para gente que vive en los barrios privados más pudientes de
esta zona. Es una oportunidad. Gente muy rica. Entre ellos uno conoce, como en
cualquier ámbito, las miserias y las bellezas de toda alma humana. Hay de todo,
como en un barrio carenciado. Todos tenemos dramas y alegrías, es nuestra mente
la que termina, siempre, complicando las cosas, seamos pobres o seamos ricos.
En definitiva, hacer paisajes es crear universos que, si están bien
equilibrados, tal vez lleguen a sobrevivirnos igual que una novela o un cuento.
Es obra, es aquello que uno es, lo que uno hace y que nos perdura.
—¿Qué lugar ocupa la creación literaria en tu vida?
—Ocupa un lugar muy importante en mi vida. Escribir una
historia es estar conviviendo con ella todo el día. Trato de escribir tres o
cuatro horas diarias. Hay veces en las que la inspiración no aparece, bueno, me
siento lo mismo, a leer, a corregir. Como esa frase que no recuerdo a qué
escritor pertenece: “si la inspiración me encuentra, que me encuentre
trabajando”. El hecho de trabajar de “otra cosa” quita tiempo a la escritura y
a la vez enriquece la creación. Estoy agradecido por eso, por poder trabajar de
“otra cosa” que también me gusta. Si no necesitara dinero para vivir, creo que
emplearía mi tiempo en arreglar mi jardín y en seguir escribiendo.
Garriga y barriguita
Fernando Garriga es creador del blog Garriga y Garriguita. Al respecto contó: “En un primer momento fue
un blog en el que subía textos con dibujos de mi hijo. Iba probando cómo le
llegaba a la gente mi escritura. La blogósfera es un lugar de ida y vuelta
genial. He hecho amigas y amigos de mucho intercambio. Con el tiempo, que
siempre es una frazada corta, tuve que abandonarlo para dedicarme más a mis
textos. En algún punto lo lamento, me siento en falta. Hoy en día, cada tanto,
me limito a subir algún cuento o algún fragmento. De hecho hoy está colgado un
cuento, ‘Messi malísimo’, que es mi único cuento que habla de fútbol. Y de qué
manera extraña... supongo que si Messi lo lee me ganaré un juicio”. Para los
curiosos: www.solocarneysangrefresca.blogspot.com
Perros ladran desde
la costa invisible
Cumpleaños en la isla
(Cien Volando, 2016), de Fernando Garriga, transcurre en el Delta del Paraná,
que funciona como espacio real, ubicándonos en una geografía y un tiempo
actuales, y también, como referencia simbólica, por la presencia del río y su
permanente transformación. El relato se enfoca en una instancia clave de la
vida: el momento en el que un hijo atisba el mundo privado de su progenitor,
con sus necesidades y deseos. Los sucesos elegidos para el inicio son
prometedores: Jito (un chico mudo de 20 años) llega a la casa del Tigre para
festejar el cumpleaños de Jorge (su padre, recientemente viudo) y lo encuentra
manteniendo relaciones con Mario, el vicedirector de una escuela donde ambos
trabajan. Esta escena —que podría preludiar una larga pelea familiar, o un
melodrama— resulta el puntapié para acompañar a Jito y Jorge (y, también, a
Mario) en el comienzo de un nuevo período, cargado de gestos mínimos que le
ponen cuerpo a palabras que no logran pronunciarse. En estas circunstancias,
Jito se da cuenta de que su padre sigue siendo “su padre” y además “casi un
desconocido”, mientras que él, en tanto hijo, “es él” y a la vez “otro”.
Escrita con un lenguaje directo y poético, esta nouvelle de Garriga podría
llamarse también “Bautismo en la isla”, si se piensa en la ceremonia de
iniciación que representa el final de una vida, para renacer en otra a través
del agua, región en la que forma y consistencia se encuentran en estado
latente. Las corrientes, la amenaza de la tormenta, la copiosa lluvia, la casa
recibiendo los embates de la naturaleza, una pala en el jardín y hasta los
restos de un espantapájaros son algunos de los elementos que le brindan
carnadura a esta historia construida de manera sutil, como si cada hecho
narrado fuera la resonancia de una fuerte emoción, o, tal vez, la estela de un
inspirado sueño, donde “hay perros que ladran, con ecos, desde la costa
invisible”. (José María Marcos, La Palabra de Ezeiza, 09-11-17)