La novela Shunga (Evaristo
Editorial, 2017), de Martín Sancia Kawamichi, abreva en la corriente homónima
de origen japonés, cuya representación de escenas sexuales ha prefigurado el
hentai del manga y el animé a partir de la utilización de ilustraciones.
La historia sucede en un tiempo y una geografía que remiten
al mundo oriental, sin situarse en una época determinada, y podría decirse que
el autor se esforzó por recrear episodios inscriptos en la región de los sueños.
El viudo Kotaro, inválido para el llanto, decide contratar a las tres hermanas
Izumi con el propósito de que lloren la ausencia de su esposa Oriko durante las veinticuatro
horas, el tiempo que sea necesario. Pero las Izumi, actrices, han sido entregadas por su padre al
gigante Kazuma, quien las tiene esclavas en un álamo blanco, desnudas, vigiladas
por cuatro monos nihonzara, con la
intención de que sirvan de inspiración para la escritura de un voluptuoso libro
ilustrado.
Alrededor de estos personajes y sus extrañas circunstancias,
Sancia Kawamichi presenta una narración construida con los recursos de la
poesía. Sin temor a perder el contacto con la realidad, despliega una estética alucinada impregnada de horror y erotismo.
Con capítulos breves, hace avanzar la trama y la va matizando con
fragmentos de índole diversa: sueños de Ukemi, pasajes del libro de Kazuma, anotaciones de Kohana o palabras de Taru (sirviente de Kotaro). Estos interludios permiten espiar en el alma de los
protagonistas y, por su belleza, podrían leerse de manera independiente. Como muestra, unas palabras extraídas de “Últimas anotaciones de Kohana”: “Nada me ha dado tanta
felicidad como los dedos de Madoka. Han abierto callejuelas dentro de mí. Me
han llenado de luciérnagas y de lenguas. Me han arrojado a pozos de miel, a
pozos de sangre. Me han metido la luna en la boca”.
A diferencia de Hotaru
—primer acercamiento del autor argentino al mundo oriental—, de carácter policial,
con un Conurbano Bonaerense reconocible donde lo social es primordial, Shunga propone un viaje profundo a la
intimidad. En las fronteras de los cuentos de
hadas y el relato maravilloso, resulta una acertada incursión en la literatura hedonista japonesa que invita a transitar la tragedia de la vida bebiendo sake, cantando,
escribiendo, sin preocuparnos por la llegada inminente del invierno,
flotando como una rama arrastrada por el río. (José María Marcos, La Palabra de Ezeiza, 26-05-17)