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Noom: un zombi ya pronto será

Artículo de José María Marcos para la revista Noom (Especial Zombies, septiembre de 2015)

Ilustración: Martín Chandías.
“Una sombra ya pronto serás, / una sombra lo mismo que yo”. Caminito, Gabino Coria Peñolaza y Juan de Dios Filiberto. 

En la literatura y el cine de terror hay al menos dos tipos de zombis bien diferenciados. El primero es el de origen haitiano, controlado por brujos (los bokor) vinculados a su religión: el vudú. El segundo, llamémoslo “el moderno zombi” o “muerto vivo” a secas, nace en el cine con George Romero a partir de El regreso de los muertos vivos (1968). En varias entrevistas, el propio Romero declaró que su película surgió de querer filmar la novela Soy leyenda (1954) de Richard Mathenson, donde los vampiros están tomando el control del mundo. El contagio se debe a una enfermedad sanguínea que nada tiene que ver con el catolicismo, en la línea de los redivivos que alcanzaron su máxima expresión en el Drácula (1897) de Bram Stoker. Así las cosas, en una asociación involuntaria, la dupla Romero-Matheson dio nacimiento al moderno zombi, que deja atrás la iconografía vinculada al cristianismo y también al mundo del vudú. Esto lo escribí para el festival de cine XIII Buenos Aires Rojo Sangre (2012), y luego, el texto apareció como una introducción en El libro de los muertos vivos. Cuentos de zombies (Lea, 2013). En este artículo, en cambio, hablaré del cine y la literatura de zombis en Argentina.

UNA EXTRAÑA PELÍCULA DE ZOMBIS

En su libro Zombies! (Fan, 2009), Luciano Saracino hace un recorrido por este universo y resalta un antecedente un tanto amorfo pero interesante: la película argentina Extraña invasión, filmada en 1965 para el mercado de Estados Unidos, con la dirección de Emilio Vieyra, donde los rayos catódicos de la tele son los responsables de la zombificación. La historia está más en sintonía con films como La invasión de los usurpadores de cuerpos de Don Siegel (vinculadas al macartismo y al miedo del avance del comunismo en EEUU), pero vale la pena detenerse en ella porque tiene la particularidad de haberse rodado tres años antes del clásico de George Romero de 1968.
Hoy, puede verse por YouTube, y aunque pensada para Estados Unidos, contiene una enorme cantidad de guiños locales. En Extraña invasión desde el comienzo hay advertencia que marca cierta ironía que recorre la película filmada en El Palomar: “Los hechos que narra esta película pudieron haber ocurrido en el algún pueblo del sur de los Estados Unidos de Norte América”.  O, sea, que en Estados Unidos alguien puede manipular a niños y ancianos a través de los rayos catódicos de la tele, que es de lo que trata esta película.
Señalo algunos pasajes significativos:
—Un doctor quiere que un enfermo deje de ver la tele, porque nota que le hace mal, pero este se enoja y le dice: “Creo que estamos en un país libre, ¿no?”.
—Corre 1965 y hay un permanente enfrentamiento entre padres e hijos. “¿Qué pasa que ya no me obedecés?” se queja uno de los protagonistas mientras su hijo mira la tele. Y marco algo que a lo mejor no sea importante, pero tal vez sí: los afectados son niños que en 1965 tienen 10 y 12 años y serán jóvenes en la década del 70.
—Anoté una reflexión expresada por el responsable de los medios de comunicación (cuando trata de relativizar el problema): “La televisión siempre los hipnotiza”.
—Se escuchan este tipo de opiniones: “Parecen drogados”. “Es una epidemia que puede alcanzar al mundo”. “Se produce una regresión que los hace felices”. Si apagamos la transmisión, “deberíamos drogarlos y estarían muertos en vida”.
—Un dato de color: el periodista (que exige a gritos que respeten su derecho de informar) pertenece al Clarín de Cañón City.
—La población desconfía del gobierno, de los militares y de la prensa. Lógico. Desde las sombras, un villano dice: “El poder es mío”.
—El Director de Comunicaciones propone solucionar todo dándoles un shock eléctrico a los chicos. Chan. Otra frase del Director: “El país entero tiene miedo de mirar televisión”.
—Cuando están decidiendo qué hacer, un General: “No queremos asesinar niños”. O sea: tiene buenas intenciones, pero no insistan...
—A todo esto (aquí viene el delirio y la verdura, como diríamos en criollo): se determina que la señal maléfica es posible gracias a que hubo un derrame de silicón que se fusionó con gas metano del pantano del pueblo, surgido de una planta silvestre, y entonces, la solución está en quemar el pantano, y así, sacar a los niños del trance. Un temor mayor es que (aquí no se entiende bien la explicación científica) de aquel pantano salgan semillas y se esparzan por el país.
—Finalmente, la solución viene de reprogramar la tele y así reprogramar la mente de los niños y los ancianos.
Extraña invasión no es estrictamente una película de zombis, pero posee algunos elementos que no la hacen totalmente ajena y me refiero a la alteración del espacio público y de su impacto en la vida privada, algo que es clave en el mundo de los zombis modernos.

EL ZOMBI SIN CADENAS

El nuevo zombi —o el zombi sin cadenas religiosas— recién comienza a tener una activa presencia en Argentina a fines de la década del 90 con el film Plaga zombie: ¡La venganza alienígena ha comenzado! (1997), de Pablo Parés y Hernán Sáez, que luego se continuó en dos pelis más: Plaga zombi: zona mutante (2001) y Plaga zombi: revolución tóxica (2012).
Quien tiene muchos zombis en sus textos (o, mejor dicho, chicas zombis, que son su obsesión) es Alberto Laiseca, pero se trata de los zombis vinculados al vudú. De hecho, en su gran obra Beber en rojo (2001) —donde se incluye el ensayo “Importancia del monstruo en el arte”—, Laiseca habla de los zombis de Haití y despacha a los de Romero con la frase “zombis eran los de antes”. No acepta o no le interesa este nuevo monstruo, tan vacío de ontología.
En Argentina, al igual que ocurrió en el mundo con la película de Romero, el zombi moderno dio sus primeros pasos en la pantalla y más tarde llegó a la literatura. Tras Plaga zombi (1997) surgieron muchísimas producciones argentinas y quienes frecuentamos el festival de cine Buenos Aires Rojo Sangre vemos que año a año se suman más cortos y producciones de zombis. Luego, los zombis sin cadenas han ido llegando a nuestra literatura.

TODO ZOMBI ES POLÍTICO

El muerto vivo nacido del romance entre Matheson-Romero tiene características que se presentan en muchas películas desde 1968 hasta la actualidad. Indico las principales:
—Es un monstruo que actúa en masa.
—Muere y sigue “vivo” pero no habla ni tiene memoria.
—Está primarizado y sólo lo mueve el deseo de alimentarse. Se ha vuelto caníbal.
—Es una criatura que surge, de algún modo, por la caída del contrato social. Por eso, uno podría decir que todo zombi es político. Por un lado, afecta el espacio público, y por otro, afecta lo privado, porque nadie protegerá tu intimidad. Ya no hay reglas, orden ni autoridades a quien recurrir.
—Tirando titulares para el diario podríamos decir: “El moderno zombi es el monstruo de la democracia” o “El moderno zombi es el monstruo del siglo XXI”. No sé cuál quedaría mejor.

LOS CUERPOS DEL DELITO

En Argentina, por lo que he leído y visto, existe mayormente una permanente parodia del género. Otra marca es mostrar por reflejo aquello que parece vivo pero se ha vuelto zombi. De esto hablé en la Jornada sobre Zombis y Fantasmas en la Literatura Argentina organizada por el Proyecto UBACyT “Figuraciones del miedo: cuerpos y fantasmas de la literatura argentina” (dirigido por Pablo Ansolabehere con la coordinación general de Sandra Gasparini) en el Museo Rojas (Charcas 2837, CABA) el viernes 22 de mayo de 2015.
Doy algunos ejemplos.
En Berazachussetts (2007), Leandro Ávalos Blacha incorpora a su trama una zombi (a quien bautiza “Trash”), con quien recorremos el Conurbano que está colmado de peores monstruos que los zombis. La particularidad de esta zombi es que habla, y aquí se produce, un distanciamiento del zombi de Romero, porque de algún modo lo que enuncia está acción es que vivimos en una sociedad con reglas zombificadas. El problema no es ella, sino el poder y sus arbitrariedades.
De Esteban Castromán leí Pulsión (2011) y su precuela El alud (2014). En la línea de David Cronenberg —y especialmente su Shivers (1975)—, la narración es una “fiesta” con zombis fifadores, llena de erotismo y desenfreno, donde se produce una masiva autodestrucción, ante una sociedad vacía, que no tiene nada que ofrecer.
Cito también algunos relatos de El libro de los muertos vivos. Cuentos de zombies (Lea, 2013).
El cuento “Tania”, de Juan José Burzi, es un buen ejemplo de cómo lo público marca lo privado. En este gran relato, Burzi narra la historia de un tipo que tiene encerrada y encadenada a una zombi y hace uso y abuso de ella. Puede hacerlo porque afuera está lleno de zombis y no hay ley, y es posible este tipo de delitos. Esto sólo ocurre en un mundo zombificado, por supuesto.
“Irnos lejos”, de Lorena Iglesias, trabaja sobre la idea de que es posible escapar de las ciudades zombis, huyendo a un espacio natural. Es un mito recurrente el regreso a la naturaleza, pero, tal vez, falso, pues no hay donde escapar, sugiere Iglesias.
“La primera muerte es gratis”, de Hernán Domínguez Nimo, muestra cómo ante el problema zombi el poder no busca solucionar esta situación, si no que trata de sacarle provecho. Ya que estamos usemos estos cuerpos para algo.
El peronismo como materia prima para la literatura zombi no podía faltar y en esta antología está presente con “Ni yankis ni marxistas… ¡zombies peronistas!”, de Sebastián Pandolfelli, quien en un reportaje dice lo siguiente: “El tema de los zombies da para todo, como alguna vez dijo Antonio Cafiero sobre el peronismo. Se puede hacer una de terror, una comedia bizarra y hasta una historia de amor”. Sebastián (que viene de una familia peronista de Villa Diamante, Lanús) se pregunta: ¿Qué hay de vida en el movimiento peronista? ¿Y qué es lo que sigue funcionando pero está muerto?
“Zombra”, de Fernando Figueras, nos trae una historia que transcurre en los kilómetros 47 y 48 de la Ruta 3, o sea en La Matanza, lugar que es fuertemente político, pero, al igual que sucede en la ciudad de Buenos Aires y el resto del Conurbano, mucha gente lo siente como un terreno sin reglas, un simple barco a la deriva.
“Tajos en el cielo”, de Juan Guinot, nos lleva al interior de la provincia de Buenos, para mostrarnos cómo la zombificación de la sociedad hace que el Primo Mata Gatos sea la única alternativa para enfrentar a los muertos vivos.
En Osario común. Summa de fantasía y horror (Muerde Muertos, 2013) hay un cuento de zombis. “Afuera sigue cayendo ceniza”, de Emiliano Vuela, retrata la situación en una escuela de la provincia de Buenos Aires. La escuela se presentaría como un refugio mítico, pero los zombis no tardan en destrozar hasta el último rincón idílico.
En la antología de Lea también hay cuentos: de Leandro Ávalos Blacha (“Tan real”), Diana Da Silva (“Cerca del estanque de los patos”), Juan Manuel Valitutti (“Dulces sueños, Carl”), Luciana De Luca (“La viuda”), Esteban Castromán (“La ciencia de la ficción”), José María Marcos (“El abuelo Bubby”), Jimena Repetto (“Los exquisitos”), Pablo Martínez Burkett (“El embuste de Oxlahuntikú”), Luis Mazzarello (“La notificación”), Guillermo J. Naveira (“Reformatorio”) y Valeria Tentoni (“Las masas afinan”). Además, contiene un prólogo de Ricardo Acevedo Esplugas. Otros libros que conozco son La cena (2007) de César Aira, Mendoza Zombie Attack (2013) de Mario Japaz, Letra muerta (2012), de Guillermo Bawden y Cezary Novek, Volveré y seré millones… (2013) de Matías Pailos y Zombi (2013) de Lucio Greco. Mayormente estos textos funcionan en un mismo sentido: no son tan importante los zombis, sino lo que revelan por contraste.

FANTASMAS Y ZOMBIS

Si la literatura de fantasmas habla de un pasado que aún sigue condicionando nuestras vidas —porque se trata de un pasado irresuelto—, la figura del moderno zombi viene a hablarlos de las cosas del presente que parecen tener vida y que en realidad están muertas.
No es casual que nuestros muertos vivos hayan aparecido durante fines de la década del 90 (cuando Argentina sufría una de las tasas de desempleo más altas de su historia, a causa de seguir el pie de la letra las recetas del neoliberalismo) y que sigan reproduciéndose en el siglo XXI, cuando los grandes mitos del capitalismo están en crisis (el progreso permanente, la invulnerabilidad del sector financiero, el fin de la historia, la globalización, la posibilidad de encontrar soluciones para el daño ambiental sin necesidad de buscar un equilibrio).
En la película Extraña invasión, de 1965, a su manera (torpe, pragmática o ineficiente), las autoridades existen y aportan alguna solución. En el cine y la literatura zombi actual, las autoridades, las reglas, el poder, son parte del problema de un Apocalipsis en expansión, del cual desconocemos su alcance, y donde, quizá, sólo nos queda cantar a modo de mantra o conjuro: “Un zombi ya pronto serás, un zombi lo mismo que yo”.