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El mundo de Hernán Domínguez Nimo

“La soledad en la multitud y la muerte
son una constante en mis cuentos”

Por José María Marcos, especial para INSOMNIA, Nº 213, septiembre de 2013

Hernán Domínguez Nimo nació en Barracas, creció en San Telmo y vive en Flores. Tiene cuentos y artículos publicados en revistas y antologías de Argentina, España, Colombia, Grecia y Japón (Axxón, Ediciones de la Gente, Cuásar, Próxima, 2001, Artifex, Mandrágora, Letra Sudaca, Ediciones LEA, La Mujer de mi Vida, Revista Boulevard, Universe Pathways, Lunatic3.0, 8 y 8), y en revistas electrónicas de Argentina, España, Francia y Venezuela (Alfa Erídano, Axxón, Bem, Infini, La Idea Fija, Necronomicón, NGC 3660, NM, Sinergia, Nadie Quiere Morir, Marcha). Fue finalista en los concursos Terraignota 2001 (México), Coyllur 2005 (Perú), Axxón 2006 (Argentina) y el Premio Internacional de Ediciones Electrónicas 2008 (España), donde su relato “La araña tiene patas cortas” fue segundo accésit. Su cuento “Moneda común” ganó el Concurso Fobos (Chile 2003) y se publicó en la antología Panorama Interzona (Argentina 2012). El último 23 de junio presentó su primer volumen de cuentos: Si algo está muerto, no puede morir (Textos Intrusos, 2015) En diálogo con INSOMNIA, habló de su flamante publicación, las influencias, su manera de trabajar y su admiración por Stephen King.

EN EL SALÓN DE LOS REYES MARCIANOS

—¿Qué lecturas y/o autores despertaron tu pasión por la literatura?
—Fueron distintos en distintos momentos. De pendejo me fasciné con la aventura subyacente en las novelas de Salgari y Verne, de las colecciones Billiken y Robin Hood. Muy poco después (quizá, demasiado temprano), con el terror de Poe y Quiroga. Ya más de grande, mi tío me introdujo a la ciencia ficción y por mi parte descubrí al amigo Stephen King, porque estoy seguro de que es mi amigo, aunque él todavía no lo sepa, incluso llegué a escribirle una carta que nunca le mandé, avergonzado de mi mal inglés.
—Hay algún cuento o novela que te hubiera gustado escribir vos.
—Novelas hay unas cuantas que envidio y admiro al mismo tiempo. Pero hay dos cuentos en particular que al terminarlos pensé justamente eso: “Yo quiero escribir un cuento como este alguna vez”. Uno se llama “En el salón de los reyes marcianos”, y lo escribió John Varley. El otro es “La historia de tu vida”, de Ted Chiang. Juro que sigo intentándolo…
—¿Qué frase marcaste últimamente en un libro?
—Fue la de mi primer libro, “Si algo está muerto, no puede morir”. Suena egocéntrico pero tiene que ver con lo poco que leí en el último tiempo, mientras terminaba de prepararlo. Hernán Casabella, de Textos Intrusos, quería publicarme pero me pidió concretamente cuentos fantásticos, no tan pegados al género conjetural que suelo transitar. Y luego de armar la primera maqueta, releí los cuentos como un conjunto por primera vez, pensando que no quería ponerle de título el nombre de uno de los cuentos. Cuando la leí (con esa deliciosa sensación de releer cuentos después de mucho tiempo y descubrirlos, percibirlos casi como de otra persona) esa frase me saltó a la yugular, agarrándome del cuello y susurrándome al oído “Yo soy el título de tu libro”. Por supuesto, le hice caso.

SI ALGO ESTÁ MUERTO, NO PUEDE MORIR

—¿El título “Si algo está muerto, no puede morir” parece una declaración lovecraftiana en la línea de las frases: “Cthulhu muerto espera soñando” o “No está muerto lo que duerme eternamente”? ¿Homenaje a casualidad?
—Es casi gracioso, porque la frase parece remitir a muchas cosas. Hace poco Gilda Manso me hacía notar el parecido con el lema de una de las casas de Canción de hielo y fuego de George Martin. Y aunque leí mucho a los dos (a Lovecraft y a Martin, y seguro algo quedó repiqueteando en mi cabecita), la frase salió de otro lado, como reescritura de un verso de Gustavo Cerati: “Si algo está enfermo, está con vida”. Como para mi cuento yo necesitaba muerto al protagonista (no enfermo), la di vuelta.
—Tu libro habla de la muerte como eje que central, pero no se regodea en ella. ¿Trabajaste este tono a consciencia o fue saliendo así?
—Los cuentos son de diferentes momentos de mi vida, así que no lo trabajé como una unidad hasta que decidí reunirlos. Fue una vez juntos, cuando busqué cuál era el eje inconsciente, que descubrí en ellos el tema de la muerte. No había que ser Sherlock Holmes, claro. Así que la verdad es que no lo hice a conciencia. Son los cuentos los que me llevaron hacia ahí. Evidentemente es un tema que me obsesiona y no puedo explicarlo, aunque la muerte temprana de mi viejo (yo tenía 11 años) debe haberme marcado, sin duda. Pero creo que también mis lecturas infantiles y juveniles (sobre todo Poe, Quiroga, Lovecraft) ya habían despertado en mí una fascinación.
—“Raro ejemplar” es abiertamente un tributo a Lovecraft y los demás escritores de la revista Weird Tales. ¿Cómo fue su gestación?
—Ese cuento lo escribí hace un par de años, para una antología lovecraftiana que iba a armarse y no llegó a buen puerto. El pedido era justamente escribir en tono HPL, pero más allá del tono yo quería escribir sobre algo interesante. No quería solo usar los monstruos y climas del mundo Cthulhu, quería aportar una idea nueva, algo que permitiera leer todo lo ya escrito con otra luz. No sé si lo conseguí pero me divertí en el proceso.
—“¡Gracias totales!” es un cuento emotivo y profundo. Está dedicado a tu padre y aparece la figura de Gustavo Cerati. De algún modo, es el corazón del libro. ¿Cómo nació? ¿Cómo fue escribirlo?
—Uf... La muerte de Cerati me pegó mal. Estaba trabajando (las casualidades no existen) en el evento de entrega de los Premios Gardel el día en que Gustavo murió, y como habíamos preparado un video de homenaje (iba a ser un homenaje en vida y terminó siendo póstumo) todo ese día estuvo cargado de mucha energía. Al día siguiente la idea del cuento me cayó de algún lado, tan pero tan fuerte, que era imposible posponerlo. Ahí mismo empecé a escribirlo.

LA SOLEDAD INMERSA EN LA MULTITUD

—Hay varios cuentos sobre el fin del mundo, de las energías renovables. ¿Crees que la civilización marcha inexorablemente hacia la autodestrucción?
—No estamos haciendo las cosas del todo bien, aunque creo (o me gustaría creer) que no podemos ser tan boludos como para destrozar la casa en la que vivimos. El tema es que deberíamos darnos cuenta a tiempo. Quizá esos cuentos sean mi manera pesimista de expresar mis temores y al mismo tiempo tratar de que los que tengamos los ojos cerrados los abramos.
—¿Qué otros temas te preocupan como autor?
—Las preocupaciones van cambiando con el tiempo, así como las lecturas van cambiando con la vida. Pero creo que la soledad (la soledad inmersa en la multitud, no hace falta estar solo para estar solo) y la muerte son una constante en mis cuentos.
—¿Cuáles fueron las primeras devoluciones de los lectores del libro?
—Muchas y me sorprendieron. Sobre todo que muchos me comentan y elogian cuentos distintos, lo que me hace rever mi propia opinión sobre el libro como conjunto. Porque al principio creía que la variedad de tonos (y de temas) era una debilidad del libro. Y en realidad permiten que cada uno se enganche de una manera distinta y con relatos diferentes. Igual, creo que lo que una de las cosas que mas me gustó fue enterarme de que el imprentero de la editorial hiciera un ejemplar de más para él mismo. Que alguien que no tiene relación personal con uno te elogie siempre tiene otro impacto...
—¿Cómo es tu relación con otras artes (teatro, cine, música, etcétera)?
—Con el cine tengo una relación de amor frustrado. Estuve a punto de estudiar, pero en aquella época solo existía la Universidad del Cine y era inaccesible, por lo menos para mí. Terminé en Comunicación Social, y más tarde, flirteé con algún curso de guión cinematográfico, escribí una par de argumentos que tengo siempre a medio hacer... Pero no claudico, sé que en algún momento lo nuestro se va a dar.
—¿Imaginás algún cuento tuyo en el cine? ¿Cómo sería el elenco?
—Algo de eso hay... surgió una posibilidad en torno a uno de los cuentos de este libro, que vamos trabajar en forma conjunta con gente de una productora... pero no quiero contar mucho para no quemarlo. No soy de escupir para arriba...
—¿Solés participar en muchas lecturas públicas? ¿Eso ha influido o ayudado en tu forma escribir?
—Me gusta. Cada lectura es una corrección y sirve para medir la reacción del público. Aunque también hay que aprender a tomarlo con pinzas, porque hay cuentos ideales para la lectura pública (por formato y estilo digo, no por temática) y otros que no. Y no hay que renegar de ninguno.
—¿Qué lugar tiene actualmente la literatura en tu quehacer diario?
—Le robo tiempo al día. Siempre espero a que esté distraído, mirando para otro lado, y ahí manoteo, rápido, y salgo corriendo antes de que se dé cuenta. Generalmente eso ocurre a la mañana, temprano, quizá porque me despierto antes de que sea de día…
—¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto? ¿Podemos saber de qué se trata?
—Hace poco terminé una novela juvenil, que salió casi sin querer (porque no suelo escribir pensando en un público específico) y estoy empezando a moverla. A nivel escritura, estoy cerrando un cuento bastante largo (ya voy por 16000 palabras) y con ganas de empezar a bajar una idea de novela que me ronda desde hace rato y siempre pospongo por falta de tiempo. Y además quiero aprovechar el envión que me dio la publicación de esta primera antología para empujar la salida de otras 3 que tengo armadas, parte de la producción de cuentos que escribí y publiqué en revistas y antologías durante la última década y media.

NADIE PUEDE DEJAR DE LEER MIENTRAS ESCRIBO

—¿Recomendás algún/os libro/s y/o película/s de Stephen King?
—Las pelis del Rey no siempre le hacen honor a su origen, sobre todo cuando el propio King mete mano en la producción. Así de groso es en la escritura, así le pifia en el cine. A mí me gustó mucho Misery y (en su momento, hoy a nivel visual puede sonar vieja) la Zona muerta.
De sus escritos me cuesta elegir. Es el autor de quién mas libros tengo, pero para no esquivar el bulto menciono Las cuatro estaciones (que acá llegó en dos partes) y Saco de huesos, que creo es un punto de inflexión en su carrera. Ah, y nadie puede dejar de leer Mientras escribo.

ASÍ ESCRIBE
“El deseo”, de Hernán Domínguez Nimo (*)

El hálito sobre la piel la despertó antes que su voz. Era como el viento invernal que se filtra por una rendija de la ventana y obliga a acurrucarse frente al hogar encendido.
La ventana. Había recordado dejarla entreabierta para él...
Se tapó con la sábana hasta el mentón y se quedó acostada, los ojos cerrados, escuchando los ronquidos de John, agradeciendo ese momento de intimidad que le regalaba la noche.
Ya no le gustaba compartir la habitación con sus dos hermanos. Le dolía reconocerlo: jugar con ellos hasta quedar dormidos siempre había sido lo mejor del mundo. Pero ya no.
¿Por qué? ¿Qué había cambiado? ¿Ellos?
No. No había nada distinto en la expresión divertida de John cuando aparecía de repente junto a su cama para sorprenderla, ni en Michael cuando la azotaba con la almohada para empezar una guerra... Cada vez se prometía que iba a responder al juego como solía hacerlo. Pero solo despertaban su fastidio.
Se revolvió, molesta. Tal vez sí era culpa de ellos. De John, que conspiraba continuamente para sorprenderla en ropa interior y cuchichear después con Michael…
—No me esperaste despierta —dijo la voz, un leve esbozo de reproche.
Se incorporó en la cama y se encontró con la extraña sonrisa a centímetros de su propio rostro. El cosquilleo la estremeció. Intentó definir una vez más qué había de particular en esa sonrisa. Se perdió en la intensidad de sus ojos.
El sentimiento de culpa apareció de algún lado. No había ruidos en la casa. John y Michael aún dormían en sus camas. La ventana estaba cerrada.
—Estaba soñando con vos... —se oyó decir ella.
—Claro... —contestó él, divertido. Entonces levantó las piernas del piso y las cruzó. Se quedó un rato así, flotando en el aire, mirándola. Ella supo que venía la pregunta y quiso evitarla, ganar tiempo:
—¿Ya encontraste tu sombra?
Él sonrió, como si supiera lo que ella intentaba.
—Siempre te equivocas. Es mi reflejo. Y no, todavía no he podido recuperarlo. Pero ya no creo que esté acá, en tu casa. Ya no vengo por eso. Creí que lo sabías... —una vez más esa sonrisa burlona, mientras flotaba hacia adelante y hacia atrás—. Claro que lo sabes, Wendy.
Ella sintió el calor subiéndole al rostro y rogó por que la oscuridad no le permitiera a él percibirlo.
Cada vez que llegaba ese momento, el de su invitación, las sensaciones de urgencia, de excitación y de miedo se mezclaban. Imposible separarlas, decidir cuál era más fuerte. La culpa resurgía. Le había contado a mamá una vez y ella lo había descartado como una fantasía infantil. Pero Peter era real y había vuelto una noche tras otra con su consentimiento —Peter decía que sin él no podía volver y Wendy se sentía halagada por ello—, y la impresión de lo indebido era cada vez mayor.
El niño que hablaba como un adulto flotó hasta sentarse en su cama, apoyó una mano en el pie de Wendy y lanzó la pregunta:
—¿Ya te decidiste? ¿Quieres que cumpla tu deseo?
Ella se quedó mirando sus ojos pero atenta al calor de su mano a través de la sábana. Una vez había espiado a papá y a mamá en su habitación. Peter aún no la había tocado de esa manera. Wendy temía que lo hiciera. Esperaba que lo hiciera. Y el ardor volvía a subir, por dentro, insoportable.
Eso era lo que definía el combate. Sus ganas sobre su miedo.
—Entonces, si te acompaño... ¿no envejeceré nunca? ¿Nunca seré un adulto?
—Como yo, Wendy. Jugaremos juntos por siempre jamás. Ya lo sabes…
Sí, lo sabía. Retrasaba la decisión...
No. Hacía mucho tiempo que la decisión estaba tomada. No le interesaba jugar por siempre jamás. Lo que deseaba —Dios, cómo lo deseaba— era perderse en esos ojos que la llamaban.
—Sí. Iré contigo —dijo, y se quedó esperando la reacción.
No hubo explosión de alegría. Apenas la sonrisa que reapareció. Quizá siempre había sabido que no había elección posible, que era sólo cuestión de tiempo, de esperar la noche adecuada.
El miedo aleteó como una mariposa en la garganta. Habló, para romper el silencio:
—Y vamos a poder volar juntos, ¿no? Sobre las casas, los océanos, las nubes...
—Claro... —dijo él, todo sonrisa, y se inclinó hacia ella—, pero recuerda que sólo de noche.
Wendy asintió, cerró los ojos y dejó que su aliento frío le envolviera el cuello.

 (*) Integra el volumen de cuentos Si algo está muerto, no puede morir (Textos Intrusos, 2015)